Quiere la Providencia que vaya a ver (obligado, claro) "Que se mueran los feos", una película de un tal Nacho G. Velilla, sólo unas horas después de que el presidente del Gobierno Rodríguez Zapatero, retransmitiendo el parte de estado de emergencia, se haya apretado nuestra inexistente barriga con su cinturón. Mientras los viejos en España a los que se va a congelar la ridícula pensión (que rima con risión) van a tener que arrastrar los pies sin poder renovar tampoco este año las pantuflas a cuadros, estos verbenas del cine español siguen a lo suyo. O sea, haciendo país del fino con su "defiende nuestra cultura" y argumentando que con la buena taquilla de "Que se mueran los feos" se compensa el escándalo de que diez o doce "zejateros" ilustrados vuelvan a pegarle un muy cumplido viaje al presupuesto público para que lo suyo lo vea el acomodador. En realidad que algo como lo que nos ocupa se acoja a nuestra tan estreñida "excepción cultural" da convincentes argumentos para pedir la completa desaparición del sistema de ayudas públicas y ministerios sobrantes, sin que haya excesivos altercados públicos lamentándolo.
Últimamente cada vez que sale el sello de "Gobierno de España" es para tapar algún atropello de callejón oscuro, a los negros del "top manta" o a la inteligencia. Mantengámonos alejados de tan prestigiosa etiqueta. "Que se mueran los feos" es una de esas podres fermentadas que algunos llaman "nuestra singularidad cultural más protegible", o sea, "Nuestra Industria" por definición, con asumidamente humildes mayúsculas mayestáticas. La película es un capítulo de teleserie ampliada unos cuantos palmos para que quepa en el multicine donde, ingeniería social obliga, se supone que hay que reírse progresistamente, o sea, sin ningún talento (defiendo que a las minorías se las pueda insultar, siempre que haya talento) de los feos, de los cojos, de los calvos, de los gafosos, de los campurrianos, de las viejas de pueblo y, en fin, de todo eso de lo que ahora se parten, con avanzada superioridad moral y buen rollo, las retransmisiones futboleras de las cadenas que se erigen en faros del altermundismo ético cuando encuentran a un mendigo alemán para vejarlo.
Nada de extraño que una película que hace que los "casetes" de gasolinera con chistes sobre gangosos de Arévalo parezcan compilaciones de ascéticas máximas espirituales de Marco Aurelio cuente, en su acostumbrado reparto, con intelectuales del abajofirmantismo como Carmen Machi o Juan Diego (no Botto, sino el otro). No hay podido venir algo que muestra en qué estado real se encuentra el tirititerismo de partido como "Que se mueran los feos" más oportunamente para abrir el debate: en un tiempo en que se les confisca a los puretas y pronto a todo lo que se menea para mantener el estado de bienestar de quienes ya tenían el bienestar asegurado (como el aristoflautismo de barrio bien de los León de Aranoa o los Willy Toledo), que todavía exista algo a lo que se llama cine español en Madrid y vergonzante "cine estatal" en los territorios periféricos sólo tiene un nombre: corrupción gubernamental a gran escala, so capa de la tan mentada "Nuestra Industria". ¿Cómo que se mueran los feos? Los feos no son un butrón en el Presupuesto Público como el que tiene abierto la ministra Sinde, irritante en todo tiempo pero delictuoso en tiempos de crisis. Que se muera antes el cine español, si es tan amable.