Si el actor pancartero Javier Bardem va dejando en Hollywood tantos amigos como en España, donde algunos significados "gays" de la cultureta escasamente sospechosos de votar al PP me confiesan que lo tienen "atravesado", va a convertirse en ese extraordinario intérprete en películas realmente trascendentes que ambiciona ser, como se suele decir en Murcia, "cuando San Juan baje el dedo" (o sea, la talla barroca en madera de San Juan, que por tanto no lo va a bajar nunca, el dedo, digo).
Conocí a Bardem en un decadente casino de Murcia, hará casi quince años, en un descanso del rodaje de la no del todo desdeñable película "Éxtasis" de un tal Mariano Barroso, un entonces joven director con patillas de hacha hermano por cierto de uno de los "siseñores" más destacados de Rodríguez Zapatero. Todavía mandaba en Murcia un Partido Socialista que parecía fosilizarse en el poder sin alternativas de cambio, y ni que decir tiene que era el partido que nos cambiaba una espeluznante crisis económica regional por titiriteros y cristobitas, cantidad de circo ya que no eran capaces de heñir el pan, o sea, igualito que ahora. Creo que por allí también paseaba su vejez eterna, sus setenta años desde la cuna (hay ideologías veterovetustas que ajan mucho) el Federico Luppi pre-cordón sanitario. El vernal Bardem por entonces, desmintiendo a ese retrato en plan "espigas y azucenas" que hace su córvida señoría Cayetana Guillén de él, ya iba de prepotente y amacarrado. Se puso hecho un basilisco, casi faltón, cuando a alguien se le ocurrió decirle que, debido a sus particularidades físicas, el cine parecía reservarle papeles de malo. Rodaba aquel día con una horrible camisa estampada y pantalones mugrientos. Se podría haber metido directamente a rodar, en un bucle espaciotemporal, y nadie habría notado la diferencia, esa otra película de la que todos los telediarios, tan patriotas con todo lo que sea la antiespaña que siempre dan noticias falsas sobre "nuestro cine", hablan ahora: No es país para viejos, de los hermanos Coen. Donde vuelve a hacer de malo y de bruto, e incluso de prepotente.