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Crónicas murcianas

Los atropellos del Gobierno de Z galvanizan al separatismo murcianístico

No ha habido en Murcia un intento serio de regionalismo desde que un político recientemente fallecido propuso el nombre de "región frutalense", en aquellas fechas previas al estatuto de autonomía, cuando los murcianos no sabían lo que eran ni qué querían llegar a ser pero sí cómo se querían llamar. De esos días acá, el regionalismo ha ido de peor en mucho peor. Nunca ha existido en Murcia un partido regionalista que alcanzase siquiera a pagar el alquiler de su sede en sus edificios de renta antigua y sin ascensor. En Cartagena había unos que se llamaban "partido cantonal", unos vanguardistas cachondos que se basaban para su inspiración política en las volutas de habano de casino del siglo XIX. Pero una vez llegaron al poder en el Consistorio de la ciudad departamental y dejaron las arcas munícipes y nictálopes a buenas noches nos dé Dios, siendo más difícil recuperar lo desaparecido que lo que jamás pagaron a los bancos los de la operación del reformismo de Miquel Roca.

El regionalismo, en Murcia, ha sido una mera excusa normalmente para dirimir navajeos de comunidad de vecinos, el pequeño y espeso ajuste de cuentas entre unas castas desalojadas del poder contra la casta concreta que en ese momento sí disfrutaba del poder. Nada de extraño que el regionalismo haya venido teniendo mala fama y peor pelaje en esta comunidad autónoma uniprovincial desde que se desgajó de Albacete y el término meteorológico/franquista de "sureste español" se quedase para publicidad pintada a brocha en las viejas tapias de carreteras secundarias, normalmente anunciando marcas de pienso para cerdos o guano de alcatraces para abonar lechugas. Nunca ha existido un regionalismo que no consistiera en un qúitate tú que me pongo yo. El presidente Valcárcel, a quien llaman "barón territorial" para su indignación, en la campaña de estas últimas elecciones dijo que se consideraba "más murciano que del PP, pero más español que murciano". Valcárcel, o la época de moderado desarrollo que ha transcurrido desde que llegó hace catorce años al poder, ha devuelto incuestionablemente a los murcianos el orgullo de identificar su todavía modesto origen por ahí afuera, cosa que antes, en los años de plomo del franquismo y su continuación asfixiante del socialismo no existía en absoluto.

Pero el Gobierno de Rodríguez Zapatero ha ido mucho más lejos, involuntariamente. No es que haya devuelto, sino que ha resucitado el regionalismo murciano de donde no estuvo nunca (porque no existió jamás), de entre los muertos. Y más que regionalismo, un "sinn feinn" de la panocha, un "nosotros mismos" que ve que de Madrid no se puede esperar nada, porque cuando te lo dan llegan los otros y te lo quitan. La primera y depredadora legislatura de Z con la región ha dado aire a esos tipos que iban diciendo que la morcilla de sangre con cebolla de Murcia es "lo mejón que hay". La primera legislatura de Z ha provocado el hartazgo hacia la centralidad de una región sometida al asedio medieval por parte de las instituciones de la nación. De momento el naciente regionalismo murciano está contenido dentro de los límites del PP. De momento. Cuando no le sirva el PP porque éste se revele como lo que no ha sido nunca ideológicamente (cosa que corre el peligro de ocurrir), ya veremos qué pasa. Pero es innegable que ha surgido la idea, todavía confusa, de fundar una especie de autosuficiencia regional que no dependa de la abusiva, cuando no escandalosa, política de "ducha escocesa" que lleva a cabo el Gobierno central, ora esté en manos de los amigos (en realidad, demasiado poco amigos para lo que deberían), ora de los enemigos. El propósito declarado de llegar a pagar, si hiciese falta, un trasvase desde el Ebro o incluso desde Francia íntegramente a cargo de manos privadas es sólo un síntoma de ese profundo resquemor contra las instituciones del país que está cogiendo cuerpo en un, aunque parezca paradójico, separatismo murcianístico de raiz españolista que pretende cerrar fronteras o, todo lo más, servir de pasillo hacia el mar a los españoles no murcianos que deseen seguir siéndolo, españoles, digo.

Y también late de fondo, reconozcámoslo, un pesimismo radical sobre que las cosas puedan cambiar en España a medio plazo, sobre que la manera de gobernar del Pasmo de Valladolid no cree contagiosa escuela, tanto si tras las próximas elecciones manda el PSOE como si lo hace el nuevo PP de Feijoo, Lassalle, Gallardón y demás. Murcia, nación. Por española, pero nación. Es el gran legado de Zapatero a Murcia, precisamente el que no nos hacía falta.

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