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Crónicas murcianas

Lo que Vd. no se atrevía a saber sobre el trasvase del Ebro

La ministra de Medio Ambiente, Narbona, cuando no había llegado a ministra, era trasvasista o al menos callaba y firmaba y apretaba el botón. Ahora es antitrasvasista, al revés que su compañero Josep Borrell. "Ergo" Narbona no es ninguna de las dos cosas. De las tres: tampoco ministra de todos. Sólo una progre corporativista más que defiende intereses particulares de partido, infiltrada en un servicio público y disfrazada de absurdidad "sostenible". Como todo el Gobierno en general, menos su presidente, quien presume de tener los principios disgregadores y antisolidarios desde la cuna porque los recibe vía tablero "ouija" de su abuelo. "Lo importante no es saber lo que opino de los trasvases", diría esta ex belleza vagamente rumana del Ministerio de la Sostenibilidad, "lo importante es saber quién manda". Manda, ha mandado durante cuatro años, todo lo contrario a lo defendido por el PP. Pongamos Esquerra Republicana. Pongamos el pacto del Tinell.


El agua no necesariamente tiene que ser para quien le llueve. Los negritos de la hambruna tienen derecho a beber algo que no sea de color naranja, denuncian las oenegés, e incluso puede que algunos murcianos, sin temor a exagerar, también. Como decía el difunto Umbral, un trago de agua de vez en cuando, sin engolosinarse, no viene del todo mal. Las desaladoras no sirven. Porque contaminan más que los petroleros hundidos. Porque toda esa formidable y espantosa máquina funciona el día de su inauguración y ni un minuto más. Porque producen agua también contaminante (mata los cultivos, aunque de momento no a la ministra Narbona, que se ha pegado un par o tres de "chupitos" desalados tupidos de boro y otras delicias pesadas). Porque todavía no se ha inventado la tecnología buena para desalar y sin embargo eso que todavía no se ha inventado ya se ha quedado desfasado. Y además porque, siempre y en cualquier caso, habiendo ríos excedentarios son una estafa y además una estupidez.


El trasvase del Ebro no es, en absoluto, un asunto aragonés, porque nadie toca su agua, en ningún punto de su comunidad. Tampoco es asunto estrictamente catalán, porque técnicamente sería posible tomar el caudal en el mar, una vez que hubiese pasado todo el rabo de Cataluña. Es asunto de las anguilas de hábitat dulcesalado, algunas de las cuales, sí, podrían ver reducida su sopa boba por detrimento de residuos orgánicos fluviales. Es urgente convocar unas jornadas de negociación colectiva entre la plataforma anguilesca y la que represente a los muchos millones de seres humanos de todo el levante español que, de hacer caso a lo del cambio climático, tendrán que abandonar esa parte del país en menos de diez años. Zapatero lo tiene claro, porque el abuelo se le ha aparecido en sueños: está con las anguilas.

Parte de los aragoneses, no desde luego quienes viven del Ebro y sus campos (quienes no encuentran dificultades insalvables para beneficiarse), están contra el trasvase por un debate de celos completamente ajeno: el despoblamiento del interior del país y, por contra, la prosperidad periférica. Culpan a la periferia de carencias y olvidos, si acaso, madrileños. El viejo dicho: "joío yo, joíos tos". Cataluña es eminentemente trasvasista, excepto los filólogos de piso que componen Esquerra y los ecoiluminados que cuando bajan del coche oficial sólo pisan mármol o parqué. Las únicas que siguen estando completamente en desacuerdo son las anguilas de la "Entessa", que mandan muchísimo. Y el abuelito, del que no terminamos de salir, que hay que joderse.

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