Desde que a Leire Pajín la han hecho ministra, casi nada queda de aquellos morritos que hacían estragos por la parte de Valladolid. Se nos está quedando nada más que en las orejas, o sea, en el chásis. Debe de ser por la compañía que se advierte en la imagen:
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Las caras de las señoras de detrás son capaces de marchitar las flores a distancia y de atraer la suspensión de pagos sobre el Reino de España. Ni la cabeza de Medusa. De acuerdo que, por ley, arrebaten a la infancia de las sucias zarpas de los hombres pero, ¿dejaría usted a sus niños al cuidado de semejantes expresiones faciales? Los lombrosianos y los fisiognómicos, empezando por don Julio Caro Baroja, se habrían puesto las botas entresacando rasgos morales de estos caretos. Bien está que los niños estén por encima de la presunción de inocencia del varón, pero -habría que preguntarle a Rubalcaba- ¿está el representar tan perfectamente el papel de aquella tenebrosa institutriz del niño Damien en "La profecía" por encima de los derechos básicos de la infancia? En lugar de escoltando a Pajín más bien se diría que la están vigilando, como una versión coral de aquella sombra ominosa de "La balada del Viejo Marinero", de Coleridge: ...y no vuelve ya la cabeza/ porque sabe que un ser espantoso/ le va pisando las huellas". Se hace muy cuesta arriba convencerse de que estas miembras tan, digámoslo así, intensas tienen el alma de la mamá de Bambi. Estas doñas se deberían tomar la proscripción del hombre del planeta con algo de mejor humor, ahora que han ganado.
En la segunda foto, del mismo día, Pajín parece estar acompañada, sin que sepa explicarme cómo es posible, por el actor Terry Jones, el integrante del célebre grupo cómico Monty Phyton justamente en su papel de madre de Brian (el falso Mesías), en la célebre película. Se adjuntan, por cotejar, otras fotos de Terry Jones con "chador" o "burka" descapotable modelo "alianza de civilizaciones", en ese mismo papel de madre de Brian (o sea, de "ersatz" de Virgen María):
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Los vecinos, siempre igual. Sobre el asesino de ancianas del geriátrico de Olot: "pero si era muy buena persona, muy simpático, hablaba con todos". Ya se sabe, las buenas personas, también siempre igual. Las pequeñas debilidades perdonables de las buenas personas. Las buenas personas, cuya alquímica destilación ocupa desde hace casi siete años el Palacio de La Moncloa. Inyectaba el celador del geriátrico lejía en la boca a las ancianas, para "sentirse Dios", procurándoles una bonita agonía. Pero ya se sabe que en el psiquíatrico o en el calabozo ni son todos los que están, ni están todos los que son. Por supuesto, no me refiero al "serial killer" del geriátrico, que quizás es de los más recomendables ciudadanos de ese pueblo catalán atendiendo a lo que leo en un suplemento de "El Mundo": "En el pueblo de Joan Vila Dilmé [el celador] hay quien defiende abiertamente que su vecino actuó "casi haciéndoles un favor" a los pobres ancianos. "Estaban en el final de sus vidas y la eutanasia pone fin al sufrimiento, haciendo un bien", justifica un comerciante". Cielos, un comerciante. ¿Comercio de cadáveres repentinos, como aquellos Burke y Hare que proveían de material a la ciencia en su famoso caso acaecido en el Edimburgo de 1827? No sólo no se puede dejar una navaja de afeitar en manos de cualquiera, como demostró Poe con su mono fugado en la "rue Morgue", sino que es más peligroso dejar una opinión. ¡Ciertos honrados comerciantes de Olot tienen una opinión! Dejaría con más tranquilidad la vida de mi abuela, de conservarla aún, a los cuidados del celador.