La ingeniería social del Tripartito catalán, con todo lo que se diga, ha conseguido algo asombroso, de un gran confort social: en Cataluña es el único sitio donde es posible vivir del aire, literalmente. Del puro cuento, por mitad de la patilla. Y donde los ricos se amontonan por tirar su dinero en la más moderna y acabada versión de la vagancia: Jimmy Jump/Jaume Marquet. Este alevoso "espontáneo" que sigue aquella máxima de Alfred Hitchcock que decía "por supuesto que creo en la improvisación, a condición de que antes esté muy ensayada", y ya que no tiene trabajo conocido, es recipendiario de una serie de "donaciones privadas" que pagan las multas impuestas por las autoridades, tras sus gamberradas. ¿Qué tiene Jump que la misericordia de la burguesía catalana procura? Por supuesto que ser miembro de número de la ONG "Fundació Sid Moskitia" para la ayuda de la comunidad indígena de La Moskitia en Honduras ayuda. Cómo no va a ayudar, si hoy día pillas en la "semana de Honduras" de El Corte Inglés un posavasos vagamente silvícola obtenido por comercio justo, lo pones sobre una mesa de despacho siguiendo el espíritu de la lanza de Carod, y ya formas parte del entramado oficial u oficioso del Estado de bienestar catalán. Sin embargo, me creo que debemos reparar más bien en el gorro, el de Jump. Nunca salta sin barretina. Jamás dió un sombrero para tanto. Como para que coman hasta los nietos de Jump. Los donantes privados lo tienen como una variante atípica de la construcción nacional catalana. El equivalente en el resto de España sería algo así como si la Fundación March se hiciese cargo, a todo trapo, de la vida y lujos de los piernas que se echan a las plazas a pegar dos mantazos, antes de que los lleve la Guardia Civil. Cataluña es el único lugar del mundo donde tienes un muy buen pasar, y te abonan una morterada encima, pública o privada, si dices que eres turista solidario secuestrado o saltatapias famoso. Ciertas formas de vagancia sin fronteras han adquirido allí la condición de obra social, codiciada misión para filántropos.
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Sobre la reciente ruptura del matrimonio entre Al y Tipper Gore, leo: "La psicóloga y consejera matrimonial Judith Sills insiste en que una separación no tiene por qué ser un fracaso al cabo de 40 años de matrimonio". Con razón escribía Michel Houellebecq que, una vez psicoanalizadas, las mujeres se convertían en seres inquietantes, sin remedio, irrecuperables (vaya, como los peronistas según Borges) capaces de justificar cualquier cosa por monstruosa que fuere. "No tiene por qué ser un fracaso..." Aquí se está justificando cualquier cosa, en efecto. Tras cuarenta años y un día de matrimonio (Fernando Fernán Gómez contaba los rigores de la convivencia en lapsos más breves, en su irregular "siete mil días juntos"), llegar a la conclusión de que ambos los dos no se aguantan de mutuo acuerdo, creo yo que se parece bastante a un fracaso, aunque las psicólogas y consejeras matrimoniales estén dispuestas a todo. Cierto que aunque la muerte te separe la cosa sigue siendo un fracaso. La vida, en su modalidad más exitosa, consiste en seguir exactamente tu camino hasta llegar al fracaso, sin equivocarse.