El capítulo televisivo de "Un país en la mochila" del fallecido José Antonio Labordeta dedicado a la región de Murcia fue, según recuerdo, muy digno, ascético, vagamente surreal, justito de medios y un poco polvoriento, epítetos todos que se corresponden perfectamente con el paraje (no sé quién decía que los temperamentos más surrealistas y casi selenitas de España era posible encontrarlos en Aragón, Murcia y las islas Canarias).
A mí la entrañable mochila de Labordeta no me molestaba en absoluto y no creo que su andulear por los descampados de España nos debilitase la moral a los españoles y nos acrecentase la cursilería, contra lo que acaba de escribir el divertidísimo Salvador Sostres en su blog de "El Mundo" (su propuesta de que en este país hacen falta más coctelerías y menos campo es lo más impresionante que he leído en años: ni los decadentistas franceses y aquello de que el campo era ese molesto lugar donde los pollos se pasean vivos se hubiesen atrevido a tanto). Labordeta, vestido de perdicero, se adentraba en aquél capítulo en la región profunda, que no es lo mismo, sino justo lo contrario, de lo que el "noveno novísimo" poeta de Cartagena José María Álvarez ha llamado durante toda su vida "la Murcia profunda", refiriéndose éste a los cincuenta apellidos que copan la vida social de aquí desde hace tres generaciones (tres generaciones en Murcia son el equivalente a trescientas en Cataluña, dada la inexistencia de una burguesía murciana). Las guardesas de los baños de Mula, por ejemplo, le contaban a Labordeta en un brusco castellano de gran apertura bucal que el agua subterránea de allí tenían propiedades vasodilatadoras en el miembro viril; el aragonés se interesaba por la desaparecida y durísima manufacturería del esparto, ese nido de insaciables chinches; y en Cieza el cantautor, intelectual y político comía esas olivas astringentes y agrestes que hacen que parezca aún más reseca la ancha lengua de cal que cruza la Región hasta prácticamente Jumilla, proviniente de Almería y un poco más lejos, dando un pequeño salto de continente, desde las desesperanzas del Sahara.
Por esto me extrañó tanto su posición carnívora, ya con el carné del Congreso de los Diputados, cuando hubo la posibilidad de trasvasar agua del Ebro hacia el sur de España. No era ningún desconocedor de la realidad de la Región de Murcia profunda, ni ningún indocumentado. Pudo comprobar por sí mismo que eso de la Región de Murcia como parque temático para golfistas era completamente falso. Bajo la mansedumbre paisajística de luces y olores murcianos no pudo sino advertir la opresiva miseria de fondo, de la que aún no hemos escapado del todo. Fue invitado a cantar, en aquel tiempo de debates extremos y sensibilidades en carne viva, por algún burgomaestre socialista a alguna de las poblaciones más destartaladas, bien que tenidas por "artísticas", de toda la Comunidad Autónoma y Labordeta no se escondió, a pesar de que decisiones tan originales como ésta son las que explican la progresiva desaparición del PSOE en la Región como partido "votable".
Labordeta creía de buena fe, a pesar de ponerle el tablacho al trasvase del Ebro desde su "Chunta", que no tenía absolutamente nada que esconder en la Región de Murcia, que lo del Trasvase era exigido por cuatro especuladores del ladrillo y no por el pueblo real. Y se paseaba a cara descubierta por la capital mientras la izquierda "churubita" murciana corría en masa a comprar sus discos (recuerdo que tenía un "stand" para él solo en "El Corte Inglés"). Sin embargo, la opinión no "especulativa" sino "real" que el pueblo de aquí tenía de él había cambiado irremisiblemente desde aquél "país en la mochila", tras unas pocas imágenes de televisión del político de la "Chunta" hablando del agua. Incluso ha hecho fortuna en Murcia un apotegma supuestamente pronunciado en alguna tribuna por él, aunque yo me creo que es apócrifo, opuesto al "agua para todos": "el agua para quien le cae".
Si la vida hubiese sido más larga, todo se podría haber arreglado. La melancolía viene cuando constatas que ya no habrá ocasión de cambiar jamás eso. Y que en la Región de Murcia sólo se sopesará ocasionalmente la auténtica talla intelectual y humana de Labordeta cuando nuestro periférico socialismo menos que residual trate de convencernos, echando mano de lo que un día pudo decir alguien tan respetable, de que no necesitamos el agua.