La última foto de Palomares
El fotógrafo de prensa Tomás parecía un homúnculo de arcilla a medio terminar, una especie de "golem" con el cuello como metido a torniscón dentro del carapacho. Uno de esos físicos tan singulares de los españolitos de antes, la España del hambre. Una versión reducida y un poco contrahecha del actor mexicoamericano Anthony Quinn. El propio Quinn se lo dijo una vez en Murcia al fotógrafo, cuando, sacudiéndole por la pechera, le quería pegar por haberle hecho un "robado" con una señorita que no era su esposa en "El rincón de Pepe", ese mismo restaurante que, no muchos años después, a Josep Pla le pareció "caro y malo": "oye, tú y yo nos parecemos". "Ya me lo han dicho", repuso Tomás. El enorme actor le cambió un "knock out" por el rollo de negativo de las fotos, y tan amigos. Fue un trato aceptable. Tomás, que ha muerto ahora de viejo, fue, o al menos de eso presumía, el fotógrafo que llegó antes a la playa de Palomares, en 1966, cuando cayeron aquellas bombas atómicas.
Por supuesto, llegó antes que Manuel Fraga y el embajador norteamericano. Quizás incluso antes que la propia radiación filtrada a aquellos bancales de tomateras, que él jura que existió. Que haya muerto de viejo, casi cuarenta y cinco años después, contradice un poco la versión que me dio Tomás, a quien tuve el honor de glosarle un monumental libro con sus fotos que, curiosidades de la vida, lucía casi solitario en primer plano en las estanterías de ese como "parador" madrileño de los Príncipes de Asturias cuando sacaron el primer reportaje de su un pasablemente espeluznante residencia en la prensa rosa. De no ser algo exagerado eso que me decía de que las suelas de sus zapatos hacían crepitar como chicharrera en mediodía de verano los contadores "geiger", Tomás no hubiese muerto esta semana, sino mucho antes y de lo mismo que John Wayne, cuando éste protagonizó una estúpida película sobre mongoles en un desierto americano destinado a las pruebas nucleares y ya no se pudo quitar de encima las consecuencias. Pero sí es cierto que Tomás llegó a Palomares antes incluso que los Servicios de Inteligencia, siguiendo, como los Reyes Magos, un resplandor en el cielo visto por aquel tal Pepe "El de la bomba", a través de bancales y dunas. En Hollywood han hecho o querían hacer una película de gran presupuesto sobre el incidente. De haberla hecho antes, en su año, el actor que interpretara al fotógrafo Tomás hubiese sido, me creo, Anthony Quinn.
Por supuesto, llegó antes que Manuel Fraga y el embajador norteamericano. Quizás incluso antes que la propia radiación filtrada a aquellos bancales de tomateras, que él jura que existió. Que haya muerto de viejo, casi cuarenta y cinco años después, contradice un poco la versión que me dio Tomás, a quien tuve el honor de glosarle un monumental libro con sus fotos que, curiosidades de la vida, lucía casi solitario en primer plano en las estanterías de ese como "parador" madrileño de los Príncipes de Asturias cuando sacaron el primer reportaje de su un pasablemente espeluznante residencia en la prensa rosa. De no ser algo exagerado eso que me decía de que las suelas de sus zapatos hacían crepitar como chicharrera en mediodía de verano los contadores "geiger", Tomás no hubiese muerto esta semana, sino mucho antes y de lo mismo que John Wayne, cuando éste protagonizó una estúpida película sobre mongoles en un desierto americano destinado a las pruebas nucleares y ya no se pudo quitar de encima las consecuencias. Pero sí es cierto que Tomás llegó a Palomares antes incluso que los Servicios de Inteligencia, siguiendo, como los Reyes Magos, un resplandor en el cielo visto por aquel tal Pepe "El de la bomba", a través de bancales y dunas. En Hollywood han hecho o querían hacer una película de gran presupuesto sobre el incidente. De haberla hecho antes, en su año, el actor que interpretara al fotógrafo Tomás hubiese sido, me creo, Anthony Quinn.