Este año el invierno ha conspirado contra los intereses estratégicos de Murcia. Ahora que (sin abusar, porque aún podemos coger un mal aire) vamos saliendo un poco a la calle lo podemos decir. Este invierno se han producido en Murcia demasiados días, con sus noches, vagamente santiagueros o aproximadamente santiaguiños donde, en fuerza de lluvia, uno estaba tentado de cambiar de bando y salir a manifestarse férvidamente contra el trasvase del Tajo y contra cualquier otro trasvase. Para más agua estábamos. "El agua para el que le llueve", que decía el difunto maestro Perona, que era de la pluviosa Cuenca. O sea, que estaba uno tentado de proclamar más o menos lo que emite don Carlos Valcárcel Mavor, el señor padre del presidente regional murciano: "me he pasado la vida pidiendo vino y llega mi hijo y no para de pedir agua". Si es que no se puede hablar: hemos tenido agua por un tubo.
Por supuesto que se trata de una engañifa pasajera del clima, que, aliado con las posiciones del Gobierno socialista (hasta el azar del fútbol, desde el 11-m del 2004, está aliado inquietantemente con las posiciones del Gobierno socialista), hace como que nos llueve, de forma oportunista, para que así los políticos fijen por ley, en estas mismas fechas, la abolición de los trasvases. Porque de lo que ha llovido este año podría seguirse que Murcia no necesita agua. Y en cuanto se hubiese firmado un Estatuto de Castilla-La Mancha que estableciera el cierre del trasvase del Tajo, estoy seguro que volvería la pertinaz sequía, con más fuerza que nunca. Y entonces, las reclamaciones, al maestro armero.
Pero el caso es que tras mirar por la ventana durante estos meses, cogíamos los informes oficiales sobre pluviometría, que arrojaban sin embargo un desolador balance: a pesar de haber sido el invierno más lluvioso en, yo qué sé, treinta, cuarenta o cincuenta años, los pantanos de la confederación hidrográfica del Segura y de otras cuencas vecinas estaban aproximadamente sólo a la mitad de su capacidad. La conclusión lógica se aparecía esplendente: o había un butrón en los pantanos por los que se escapaba el agua hacia en centro de la tierra, o nunca llueve donde tiene que llover o, y es lo que yo creo, los pantanos no están donde tienen que estar, siempre un poco más para allá o un poco más para acá de la nube indicada. De lo cual tendría la culpa Franco, naturalmente.
Qué decir, entonces, de los famosos trescientos días de sol que según la propaganda oficial lucen al año en la región de Murcia. Eran pocos días de sol estimados para los que realmente lucían en las sequías de hace diez o quince años: las sequías no nos perdonaban el sol ni el día que
hacía el año bisiesto. Por contra, resultan demasiados días soleados, sobre el papel, para los que realmente han existido en Murcia este año. Este invierno ha aparecido el sol sobre Murcia durante algunos ratos, como también aparece durante algunos ratos incluso en los más lóbregos relatos británicos sobre aparecidos. Pero los ratos desde luego no llegan a trescientos. No digamos días.
La meteorología realmente existente ha contradicho este año, como digo, los intereses estratégicos murcianos. Siendo sinceros, hacía mejor tiempo este año para practicar el golf en el muy inclemente St. Andrews que en algunos días de ese lugar junto al mediterráneo donde, según los folletos, continuamente luce nuestra celebérrima luz blanca y hace calor todo el año. Ya Plà, la única autoridad irrefutable en meteorología que ha existido en España (ni el sr. Medina ni nada) advertía que el mediterráneo es enloquecedor, cambiante y con frecuencia inclemente, frío. Aguardemos a que el año que viene el agua venga, mayormente, de un civilizado y cuantificado trasvase, no de la imprevisibilidad climática, tan cambiante y enloquecedora. Y que el sol perenne de nuestros folletos turísticos no termine por convertirse en otro mito murciano más con timbre oficial.