¿Habrá algún cava fabricado en las cavernas, nunca mejor dicho, grutescas grutas y otros sótanos sociopolíticos de Arenys de Munt? Tendremos que mirar las etiquetas. Aunque estoy seguro de que no hará falta ningún boicot: la coherencia política independentista no nos obligaría a abstenernos de comprarlo, porque ellos antes se abstendrían sin duda de vendérnoslo. ¡Cómo van a vender ellos nada, los desprendidos separatistas catalanes, estando por medio la construcción nacional! Los seguidores de Joan Laporta no perdonarían jamás la opresión de que labios meseteros contaminaran tan simbólico néctar (tan simbólico al menos como el cuadro de Dalí que luce en el despacho del Rey Juan Carlos y que Carod reclama para "el disfrute de todos los catalanes"), que debiera ser bebido convenientemente en cráneos como los supuestos normandos de Astérix hacían con el "calvados" y los vikingos con el hidromiel.
Por mi parte sé decir que no lo bebo nunca, pero no por motivos políticos, sino por salubridad: los pequeños agujeritos de ese vino, a los que al principio no se da la debida importancia, se terminan subiendo a la cabeza y asociando entre sí para formar la gran oquedad que observamos en las conductas de los identitarios, quienes no paran de brindar con el líquido por cada derrota del Estado (cómo olvidar el descorche a orillas del río Ebro cuando Zapatero pegó el decretazo contra el trasvase).
Lo que está claro es que, sea cual sea el resultado de la consulta independentista en Arenys, localidad sin duda pintoresca de cuya existencia no tenía noticia, para su desgracia recuerda, mucho más que a una consulta quebequesa, a esas gansadas que de vez en cuando hacen en la Región de Murcia los vecinos de la diminuta pedanía, o lo que sea, de El Algar. Cuando los vecinos de El Algar se quieren separar de Cartagena, cortan el tráfico de la autovía con Murcia como los de Arenys quieren cortar las relaciones diplomáticas con España. En un caso sólo logran cabrear a los conductores como en otro a los falangistas tradicionalistas de las juntas de ofensiva nacional-sindicalista y de los grandes expresos europeos. Al final, los segregacionistas de El Algar y de Arenys de Munt se aburren, entra gazuza, el sol pega, no ven que el resto del mundo aplauda demasiado ni envíen corresponsales acreditados de las principales cabeceras, el entusiasmo parece mucho menor que por la mañana y el cava que reservaban para el triunfo político se agría aún más de lo que de por sí está siempre. Y a otra cosa.