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Crónicas murcianas

La ministra sabe de qué pie cojea el diputado Ayala

Por una vez, le voy a dar la razón a la ministra de Fomento, de momento, Magdaleni ("nadie me llama Maleni") Álvarez. Si el señor Andrés Ayala, un diputado del PP natural de Cartagena, que fue abogado de la célebre firma de esa especie de esmalte de uñas que es el "Licor 43", aparte de otras grandes fortunas, y por tanto debe conocer bien por qué cosas se puede llevar a alguien a los tribunales y por qué cosas no, la ha amenazado con llevarla a los tribunales, lo que es menester es que lo haga a la voz de ya. "Pero no bravuconee si luego se arruga", desafía Álvarez. La verdad es que Magdaleni-nadie-me-llama-Maleni, por encima de su insobornable incompetencia, me suscita la simpatía de las antipáticas y su lema en la vida, "antes partía que doblá", comparto plenamente porque también es el de la mía (aunque con otras palabras: "o todo o nada", que va a ser nada, claro). Pero si hay que llevarla a los tribunales, se la lleva. Si hay que ir, se va, aunque sea ir para nada, o sea, tontería.

El diputado Ayala se aprovecha de que los sillones del Congreso de los Diputados lo aguantan todo: no hubiese durado mucho como duelista cuando las cosas se dirimían más mordiendo que ladrando. Le hubiesen recogido todos los guantes, y sin duda su ejecutoria no hubiese sido lo larga y provechosa (no quiero escribir aprovechada) que está siendo. El diputado Ayala, a quien pese a su insobornable engreimiento (tal que su padrino, Federico Trillo-Figueroa: dos cabalgan juntos) le tengo esa ternura que me provocan todas o casi todos los figurantes de mi pasado y ya no le guardo resquemor por nada, recuerdo que me amenazó en su año con más o menos lo mismo que a la ministra Álvarez, sólo que por escrito. "Me reservo las acciones legales pertinentes", respondió a un artículo mío que calificó de "insidioso". Se las debió reservar en algún lugar bastante escondido, porque esas acciones legales nunca llegaron. Y, por tanto, los tribunales tampoco. Y no llegaron porque Ayala, que no es precisamente tonto ni desavisado, sabe que la ironía, la sutileza, la triple lectura, la administración homeopática de vitriolo o las víboras del jardín del murciano maestro de todas ellas, Jaime Campmany, no "hacen madre" en los tribunales de Justicia, o al menos no hacían hasta que condenaron a Jiménez Losantos en dos veces por cualquier cosa imaginable menos por insultar o vejar a nadie. Ahora no las tengo todas conmigo sobre qué hubiese podido emprender alguien más decidido que el diputado Ayala con aquel artículo mío, ante según qué jueces por el turno de noche cerrada. La jurisprudencia que se va sentando en España desde luego ya va siendo inquietante.

La ministra Álvarez le ha dado en todo el papo a Ayala, dejándolo como un boqueras insustancial si no trata de empapelarla. La ministra, que no es noble pero pretende ser brava, lo ha citado al amanecer con padrinos sin que le tiemble la mano, y un caballero con honor debe darle satisfacción sin poner como excusa que no le ha sonado el despertador. Sin duda no se va a esconder el señor Ayala enfrentado a su responsabilidad, pues no esperamos menos de un parlamentario tan arrojado y bigardo, casi milhombres. Que no le pase como la otra vez conmigo, donde perdió la oportunidad de haberse convertido en un icono progre, echando mano de los tribunales para lo que no le gusta leer u oír. No se nos arrugue, que media oposición del PP depende de usted, letrado. Al banquillo con Magdaleni.

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