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La mala noche en la mala posada de José Perona

Me pide un lector que escriba en este "blog" algún recordatorio sobre la muerte de uno de los grandes amigos del novelista Arturo Pérez Reverte, el maestro de gramática Pepe Perona, personaje legendario él mismo en algún libro del citado ("La carta esférica"), sin perjuício de que, a mi ver, el maestro de gramática, que si estas cosas contaran para algo hubiese sido académico de la Lengua, merezca entero un libro. Para el funeral y entierro llego con retraso, ya que éstos han sido días oscuros, ventosos y opresivos para todos los que fuimos amigos íntimos, y me incluyo, de tan rara criatura como fue Perona, quien, mejorando su biografía como siempre, se tenía por un "desertor del tractor" allá en su Cuenca natal (de creerle, su padre le dio a elegir entre el bancal o hacerse un sabio, eligiendo lo segundo).

Es cierto que publiqué en papel, y en Murcia, una esquela anticipatoria sobre el maestro de gramática cuando supe de su coma irreversible, la pasada semana. Por desgracia, jugué con ventaja, porque no había ninguna posibilidad de que, a vuelta de correo, saliese en las "cartas al director" una paráfrasis de
Pepe a lo Mark Twain: "la noticias sobre mi muerte aparecidas ayer en su diario con la firma de Martínez-Abarca debo decir que resultan notoriamente exageradas". Tampoco salió a vuelta de correo lo de un famoso y mucho más reciente columnista norteamericano, que el pasado año publicó su propia esquela irónica en su periódico de toda la vida, al siguiente día de su deceso: "hola, soy Art Buchwald, y me acabo de morir".

La verdad es que no ha salido nada en
absoluto sobre la muerte de Perona, sino por la pluma de otros. Silencio glacial del maestro de gramática, desde que dijo a su mujer "ay, que no veo" y el cerebro se le inundó para siempre. Páginas en blanco, como aquel "diario" completamente vacío de letras que cuenta la leyenda popular que publicó una vez Perona, leyenda alimentada por él mismo, aunque nunca vi un solo ejemplar y me creo que jamás existió tal prontuario, como el célebre "Necronomicon".

Casi pienso que me he imaginado en mi cabecita la propia existencia del maestro de Gramática, todo este tiempo, sin que éste tuviese consistencia real. Y que en realidad, Perona, pequeño espectro cultista a un cigarrillo atado, sólo ha habitado, como reponedor de libros, en la interminable biblioteca cósmica que imaginaba Borges. Ya no sé. Hay milenios en que ya no sé absolutamente nada, ni sabría decir nada constructivo de esta broma en que se convierte demasiadas veces la vida.

José Perona fue el más intelectual de todos, lo más intelectual que puede llegar a ser un cuerpo orgánico sin sufrir un fallo en cadena más que en la hora de la oxidación definitiva. Fue físicamente una brevería delgada y barrigona envuelta en humo (cómo le envidié siempre su cabello, una espesa y hermosa voluta de tabaco anudada) que se alimentaba de anchoas en salmuera, las cuales lo llevaron a la tumba, pura mente pero precisamente porque detestaba a los intelectuales, a los catedráticos (lo era él mismo), a la universidad, a la opinión pública, al siglo veinte y al veintiuno, sin olvidarnos del diecinueve. A toda esa ralea pavoneante e ideologizada que había traído la llamada (le estoy viendo con su cara de vómito, de bilis amarilla) "democratización de la cultura". "Sois unos delincuentes por lo que habéis hecho con la enseñanza", les dijo delante de mis barbas, en memorable cena en el Hispano de Murcia, al entonces diputado nacional de Izquierda Unida, y educador, Pedro Antonio Ríos. Terció el entonces secretario general del PSRM-PSOE, por otro lado una persona bastante sensata, Ramón Ortiz. "Y tú también eres un delincuente". Quizás no llegara con las piernas al suelo, desde las sillas, pero Perona era todo un tipo.

     Lo que más le envidiaban los intelectuales era su inimitable mueca de asco, que asustaba a los temulentos, a los escritores de domingo y a los mediocres de la Universidad. Era precisamente la mueca de asco altanero que le hubiese gustado tener al santón de la progresía Juan Benet, físicamente una especie de versión para todos los públicos de Perona, al que a su vez le habían contado, a Benet, que se traía un aire a William Faulkner. Con esa mueca de asco miró Perona, en sus últimas fechas, a los que le recomendaban que se cuidase (¡como si lo hubiesen tomado por una estrella de fútbol del Manchester!, pensaría él ferozmente), pero a la única que no asustó fue a la Parca. Es, me temo, Pepe, la única que está entrenada desde siempre para no impresionarse por nada.

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comentarios
1 PedroMoy, día

Yo tengo la inmensa suerte de haber formado parte de una de las generaciones de universitarios, entonces aspirantes a filólogos, que asistíamos a sus siempre magistrales y muy amenas clases. Con él no sólo aprendí Gramática Histórica, sino que me reafirmé en una actitud crítica y distante en general, pero sobre todo ante la realidad impuesta desde los parámetros de 'lo políticamente correcto'; algo por desgracia muy presente en el mundo universitario e intelectual, y que él mismo detestaba. Su humor era proverbial, y su ironía, realmente demoledora. Genio y figura. Puedo asegurar que, sin ser él precisamente un liberal, su ejemplo me animó a transitar por los caminos del liberalismo, cuyos principios, quizá a pesar suyo, casaban perfectamente con su visión de la vida. Descanse en paz. http://apuntesenlibertad.blogspot.com/