Estuve presente en el intento de linchamiento en Murcia por parte de la canalla acomodada de izquierdas. El del secretario general de la consejería de Presidencia, José Gabriel Ruiz, y un senador del PP. Una escena de entreguerras, digna de una democracia débil, progresivamente más débil y degenerada: propia de un parlamentarismo aproximadamente bielorruso. Acababan los dos de llegar a un acto rutinario, prenavideño. Perfectamente vestidos, consuetudinariamente peinados y quizás incluso duchados de esa mañana. Les habían montado una encerrona nada "espontánea" los sindicatos del mano sobre mano, que por primera vez comprueban que la posibilidad de tener que trabajar algo para ayudar a salir de la crisis es bien cierta. "Bueno, ya hemos venido, pero ahora vámonos, que una cosa es acudir y otra provocar", me dijo Ruiz, siempre exquisito y comprensivo con los enemigos. No le dio tiempo. Lo que allí provocaba irremediablemente era la posibilidad de que fuera duchado, a juzgar por el aspecto y el aliento de las dos comadres que se le acercaron a gritarle fascista, fascista.
Fascista, a él, el liberal convencido y ejemplar que más ha hecho por recuperar para la sociedad civil murciana espacios que habían cubierto ilegítimamente los monopolios o los mismos poderes públicos. Fascista, aúlla la alitosis estructural de esta España rígida frente al espejo. A la llamada de la selva acudieron otros vanguardistas del poco trabajar, identificados como de Comisiones, alentados por la absoluta pasividad, si no complicidad, de la socialista Delegacion del Gobierno. Lo atraparon, a Ruiz, en un callejón oscuro desde el que inmediatamente me vino ese inequívoco deje a cerveza agria que tienen las sectores sociales que vacan a mediodía. El siguiente que iba a ser reconocido y señalado iba a ser yo. Me recordé de aquello que contaba Josep Pla en sus crónicas de la República, cuando, en la Puerta del Sol, un gitano fue descabezado en el acto por contravenir a la masa tupida de expectativas asesinas. Temí por la vida de Ruiz y del senador, masticados y escupidos por esa masa de privilegiados que no perdona el favor asimétrico de tantos años por parte de la Administración y la insoportable carga de tener aún algún trabajo seguro. Leo que se salvaron con relativo bien, refugiándose en un sagrado jesuita.
Al frente del comadrerío halitósico, la candidata del PSOE a presidirnos, Begoña García Retegui, de la extrema izquierda del PSOE que tantas veces cae más lejos que la de IU (al fin, el estar en uno u otro partido sólo es una diferencia de expectativas monetarias), ese lugar donde cae el inodoro de la "casa común", una simple "borrokilla" de pelo de panocha de cosmovisión lindante con Chiapas que luce en las paredes de casa la estelada independentista catalana, entre otros amenos símbolos de la "salida social" a la crisis. Son los profesionales de estas cosas, mostrándose sin ningún tipo de pudor. Son los del "pásalo" -que estaban muy serenos y disciplinados mientras eran los suyos los que le quitaban la escudilla a los inermes ancianos de debajo de la baba-, los dudosos "obreros" de manos de pianista, los que se han reído muy a su sabor de nuestras dificultades y nuestros naufragios de esta crisis. Hasta que, según su versión, ha venido el capitalismo manchesteriano de Valcárcel a hacerles apencar el sindios de ocho horas, de lunes a viernes, pero eso sí, respetándoles el fin de semana inglés.
Valientes revolucionarios. Ya me lo avanzó el difunto maestro de gramática Perona hace unos años: "las revoluciones del futuro estarán financiadas por las cajas de ahorros". O por la élite funcionarial. Ya lop Y