Si se ha tenido buena estrella en la vida y de repente esa luz se eclipsa ocurre como con el honor. No se recupera esa buena estrella. Pero eso no quiere decir, a la viceversa, que quien ha tenido muy mala suerte en la vida acabe un día con ese signo desfavorable, y empiece a tenerla buena. En el Universo no hay una cantidad pareja de buena y mala suerte. No tenemos las mismas posibilidades de caer en una que en otra. Hay mucho más mala que buena. Como es, por otra parte, lógico: lo accidental y caótico, que domina el cosmos, suele ocasionar pequeñas o grandes catástrofes, más que alegrías imprevistas. Parece que la mala suerte se ceba con determinadas personas, pero no es así. Porque ya decimos que la cantidad de mala suerte que hay en el mundo es incomensurable, mientras que la buena es exigua.
Lo bueno siempre es infrecuente y normalmente producto de una confusión pasajera. La gente, como digo, suele tener mala suerte, a la que se adapta como puede. La gente que la tiene buena es mucha menos (y se le acaba: otra vez Ben Laden). Y la gente cuya acostumbrada buena suerte no se tuerce para los restos es inexistente. Hay, por supuesto, quienes no tienen ni mala ni buena suerte en la vida, y mueren de nada pasados los noventa (Schopenhauer decía que quien muere pasados los noventa lo hace de nada, en posesión de la salud, porque sólo se muere de algo malo si la vida acaba antes), y sin que asimismo les haya ocurrido nada reseñable en la vida. Sin que la suerte haya reparado en ellos, al parecer, en ningún momento. Este sería el destino preferible. Hay que temer a la mala suerte porque una vez que llega no tiene por qué acabarse. La mala suerte no se sacia, pero la buena se cansa. A Ben Laden se le acabó la "baraka", como un día se le terminó, y sé que la comparación es lamentable, a ese otro que decían que la tenía: Aznar.