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Crónicas murcianas

El PSOE pasa del desastre electoral al extraparlamentarismo

El presidente castellanomanchego Barreda (PSOE) avisó del desastre hacia el que se dirigía su partido si a Zapatero no lo desalojaban inmediatamente de Moncloa algunas unidades expertas en desactivación de los GEOS. El desastre fue corregido un día después por el propio Barreda, cuando se disculpó públicamente de sus declaraciones de la víspera echándole la culpa a la malandrina derecha, que había sido la que habló por su boca sin su permiso. El desastre, como digo una vez corregido, ha sido aumentado ahora, en ciertos "barómetros" oficiales sobre intención de voto en diversos territorios, por ejemplo el que acaba de salir en la Región de Murcia.

En Murcia, dice esa encuesta, el PP ya triplica de largo la intención de voto al PSOE. Casi cuarenta y dos puntos de diferencia entre el primer partido... y el primer partido, ya que el bipartidismo dejó de existir ha ya mucho y el PSOE está a dos panfletos de "ciclostyl" de volver a la clandestinidad, pasando antes por el extraparlamentarismo. En Murcia los propios han elegido como su secretaria socialista, se supone que para recabar votos donde antes no los había, a una señora con el exacto aire conciliador y moderado de, ¿cómo lo explicaría? una Karmele Marchante con un pin en la solapa que pusiera: "yo también soy Leire Pajín". Ya se echa de ver que los socialistas saben cómo hacer amigos entre el electorado.

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Visito un evento artístico de repercusión mundial, que casualmente también tiene lugar en Murcia. Un tal "Manifiesta 8". Se celebra en sitios inquietantes, como un antiguo inmueble de Correos y Telégrafos abandonado por el que, procedente del nivel freático "underground", sube una costra de salitre como un esputo. Uno de aquellos edificios con león de bronce al costado cuyas fauces se tragaban aquellas ingenuas cartas, como esos oráculos de los Parques de Atracciones se tragan las manos para leer nuestro futuro. Si lo tomamos como casa del terror "artística", el lugar más angustioso donde he estado jamás. No creo sea involuntario por parte de los artistas, o al menos por parte del consejero. Si el fracaso del arte entendido al actual modo consiste en dejar indiferente y no asustar a las abuelitas, el éxito debe cifrarse entonces en poner mal cuerpo a la gente. Lo hallado en el antiguo Edificio de Correos y Telégrafos de la capital murciana lo pone.

Falsas figurantas de la "Belle Epoque" dejándose rasurar el panecillo por rubios "valets" de aire decadentista berlinés. Fotos de antiguas promociones del colegio de proporciones pesadillescas. Cubículos neblinosos e irrespirables donde se pierde toda noción de los sentidos. Nadie me ha secuestrado aún en el maletero de un coche para obligarme a visitar también la antigua prisión de Cartagena, poco tranquilizador espacio que estos artistas/psicópatas han utilizado para el mismo fin, estos días. Ya he tenido bastante.

Ni "la casa maldita de Amityville" en Suffolk, Nueva York, contiene tantos dolientes ecos. Lo de Correos es el interiorismo franquista en todo su escombrada reutilización. El funcionalismo ya sin función. ¿Puede existir algo más lóbrego, incluso a plena luz del día? El consejero de Cultura murciano, de quien deberían tomar ejemplo sus colegas del resto de España (consigue exactamente lo que busca, siempre, por ambicioso o discutible que sea, sin dejarse entretener por quienes no tienen un plan, ni para la cultura ni para nada) ampara que en estos espacios como digo franquistas se llegue más allá de lo que ha podido la vanguardia izquierdista en sus sueños húmedos. Nótese, por ejemplo, los tiquismiquis de la puntita nada más con lo del Valle de los Caídos, que si se lo dejan al consejero de Cultura murciano monta allí un "instalación" que provocaría que sus muertos caminaran sobre la tierra. Ah, el sórdido escenario del antiguo Correos (que de pequeño visité mucho, estando el sitio en activo, y recuerdo a través de una puerta giratoria ya inexistente muchos tipos de color gris chófer atareados como personajes de Kafka). Aquella banalidad vertical y burocrática. Su minimalismo cartero con mostradores de fórmica y extrañas criptas de planchas de hierro, que parecen más bien para aplicar un interrogatorio en tercer grado que para discriminar misivas -¡cuando se decía internacionalmente que el servicio de Correos de España era de los mejores del mundo!-. Se suceden en esta cosa del Manifiesta 8 las alambradas, los recovecos en los que uno oye la psicofonía engolada del "España como estado de obras", las luces rojas de matadero, la humedad panteonal. Perfecto todo para ambientar este nueva época represora de las libertades en la que estamos, la del acogotamiento estético y moral de ahora debido a la paralizante corrección feminista, presuntamente laica pero heredera directa de la cosmovisión de aquellas monjitas seglares de piso postconciliar que, para hacer ver su compromiso con las tristezas del mundo, se cortaban el pelo con la segadora de césped.

Esto no sé si es arte, pero me da la impresión que alcanza plenamente todos sus objetivos. Que evidentemente son los de enfermar al espectador. Es, como escribiría Conrad, "¡el horror, el horror!".


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