El progre que no podía soportar a los que no vivían en chalés de diseño
Mi conbloguero Pablo Molina ha escrito una divertida reseña, en el periódico, sobre el último libro de Ramón de España ("El millonario comunista"), una crítica acerca de la izquierda exquisita española, con el mérito, que hay que ponderar en lo que vale, de que el autor escribe precisamente desde la izquierda. Con lo cual se echa de notar algo prácticamente inaudito, y desde luego contraindicado: que Ramón de España es un izquierdista que se debe antes a la verdad, o por lo menos al gamberrismo, que a las consignas y a los pareados de secta. No sabe con quién se está jugando las perras. Ya lo sabrá.
Tengo, al respecto, un par de recientes anécdotas personales que ilustran hasta qué punto es estrictamente cierto y actualísimo lo que satiriza Ramón de España en su libro. La primera vino tras que un colega de un periódico de la competencia (de mi entonces competencia) me hiciese una entrevista el pasado verano para una serie de interviús inusuales ilustradas por fotos un tanto provocadoras de los preguntados. A petición del autor de la entrevista, aparecí en la foto publicada en paños muy menores, tan menores que sólo quedaban ocultos por el titular, teniendo como fondo el desmadejado saloncito de mi cueva de alquiler. La reacción a la entrevista, y a la foto, no se hizo esperar, pero en un sentido que nadie esperaba. El colega del periódico de mi entonces competencia tiene amigos progresistas que, si no están definitivamente situados ya en el caviar beluga, van a lo menos por el "vol-au-vent", y uno de ellos, que me distingue desde antiguo con su animadversión ideológica y también de clase (no soporta que mi pobreza le recuerde su buena posición social), me hacía la siguiente contra: "en su salón tiene amontonados los clásicos con cosas como el "Gran libro del marisco" o las mejores portadas del "Playboy", hasta el techo". Le mandé, a través de mi colega (quien supongo que no se lo daría) un mensaje de vuelta excusándome porque el saloncito de mi cueva fuera tan exiguo, tan modesto, tan escasamente digno para un progre comprometido que no me cupiesen los libros y debiese ir amontonándolos de cualquier manera, como denunció la foto traicionera de la entrevista. Y le reiteraba mi deseo de vivir algún día, en cuanto herede de algún pariente millonario y comunista, en uno de esos chalés de diseño ideados por un arquitecto amigo, también progre, esa clase de viviendas satisfechas donde suele morar esta crema de la sociedad gozante que quiere arreglar el mundo, pero el que pilla a partir de su jardín con sistema de videovigilancia.
La segunda anécdota me sucedió hace pocos días. Encontré en la calle a un viejo conocido de progreso que, desgraciadamente para él, no termina de encontrar el sendero de la mano izquierda que le lleve hasta el chalé de diseño y el caviar, el auténtico sentido de toda existencia progre, debiendo conformarse con un mediano pasar que sólo resulta tolerable cuando encuentra a alguien de derechas, para hacerle objeto exclusivo de sus resentimientos (de todas formas siempre menores que el resentimiento del progre rico, quien nunca nos perdonará que, con nuestra mensurable pobreza, demos mal ambiente e inoculemos la duda en los votantes que deberían elegir sin mirar su superioridad moral). Andaba algo molesto conmigo, no porque a pesar de ser yo de derechas mi existencia real en el alambre le hiciese considerar el aplazamiento de las tradicionales muestras de resentimiento, sino porque me había leído que yo, en mi luenga vida laboral, nunca, en ninguna empresa, había tenido un contrato, ni nada que se le pareciese. "Ya te leí tu defensa ultraliberal de no tener contrato". ¡Defensa ultraliberal, nada menos! Sólo me limité a escribir que, contra lo que quieren los sindicatos, hay vida más allá de los contratos blindados, ilustrándolo con mi ejemplo existencial. Si yo he sobrepasado cumplidamente la cuarentena viviendo en una inseguridad, digamos, vagamente "norteamericana", cualquier idiota puede hacerlo. Era la existencia del ejemplo lo que cabreaba a mi progre. Otra vez la realidad estropeándoles una buena consigna o un mejor pareado.
Tengo, al respecto, un par de recientes anécdotas personales que ilustran hasta qué punto es estrictamente cierto y actualísimo lo que satiriza Ramón de España en su libro. La primera vino tras que un colega de un periódico de la competencia (de mi entonces competencia) me hiciese una entrevista el pasado verano para una serie de interviús inusuales ilustradas por fotos un tanto provocadoras de los preguntados. A petición del autor de la entrevista, aparecí en la foto publicada en paños muy menores, tan menores que sólo quedaban ocultos por el titular, teniendo como fondo el desmadejado saloncito de mi cueva de alquiler. La reacción a la entrevista, y a la foto, no se hizo esperar, pero en un sentido que nadie esperaba. El colega del periódico de mi entonces competencia tiene amigos progresistas que, si no están definitivamente situados ya en el caviar beluga, van a lo menos por el "vol-au-vent", y uno de ellos, que me distingue desde antiguo con su animadversión ideológica y también de clase (no soporta que mi pobreza le recuerde su buena posición social), me hacía la siguiente contra: "en su salón tiene amontonados los clásicos con cosas como el "Gran libro del marisco" o las mejores portadas del "Playboy", hasta el techo". Le mandé, a través de mi colega (quien supongo que no se lo daría) un mensaje de vuelta excusándome porque el saloncito de mi cueva fuera tan exiguo, tan modesto, tan escasamente digno para un progre comprometido que no me cupiesen los libros y debiese ir amontonándolos de cualquier manera, como denunció la foto traicionera de la entrevista. Y le reiteraba mi deseo de vivir algún día, en cuanto herede de algún pariente millonario y comunista, en uno de esos chalés de diseño ideados por un arquitecto amigo, también progre, esa clase de viviendas satisfechas donde suele morar esta crema de la sociedad gozante que quiere arreglar el mundo, pero el que pilla a partir de su jardín con sistema de videovigilancia.
La segunda anécdota me sucedió hace pocos días. Encontré en la calle a un viejo conocido de progreso que, desgraciadamente para él, no termina de encontrar el sendero de la mano izquierda que le lleve hasta el chalé de diseño y el caviar, el auténtico sentido de toda existencia progre, debiendo conformarse con un mediano pasar que sólo resulta tolerable cuando encuentra a alguien de derechas, para hacerle objeto exclusivo de sus resentimientos (de todas formas siempre menores que el resentimiento del progre rico, quien nunca nos perdonará que, con nuestra mensurable pobreza, demos mal ambiente e inoculemos la duda en los votantes que deberían elegir sin mirar su superioridad moral). Andaba algo molesto conmigo, no porque a pesar de ser yo de derechas mi existencia real en el alambre le hiciese considerar el aplazamiento de las tradicionales muestras de resentimiento, sino porque me había leído que yo, en mi luenga vida laboral, nunca, en ninguna empresa, había tenido un contrato, ni nada que se le pareciese. "Ya te leí tu defensa ultraliberal de no tener contrato". ¡Defensa ultraliberal, nada menos! Sólo me limité a escribir que, contra lo que quieren los sindicatos, hay vida más allá de los contratos blindados, ilustrándolo con mi ejemplo existencial. Si yo he sobrepasado cumplidamente la cuarentena viviendo en una inseguridad, digamos, vagamente "norteamericana", cualquier idiota puede hacerlo. Era la existencia del ejemplo lo que cabreaba a mi progre. Otra vez la realidad estropeándoles una buena consigna o un mejor pareado.
ABARCA, ¿tienes conocimiento de algún progre que se haya levantado a las cinco de la mañana para coger un cercanías a Alicante a las seis menos cinco, hora de viaje, casi diez más de trabajo, otra hora de viaje de regreso y a casa a dormir? ¿No? Pues va a resultar que soy ultraliberal. Conozco un delegado sindical ugeteo que se toma las "horas sindicales" los sábados por la noche. Para hacer rondas por la sede que le da de comer, imagino...
¿Qué será eso de ultraliberal? Yo conozco muchos comunistas que hacen cola en la puerta de las fabricas esperando que despidan a alguien para trabajar 14 horas diarias y que no tienen dinero ni para el tren. Que me imagino que desconoceran el sentido de ultraliberal, no como yo por ignorancia, sino porque su amado gobierno les censura ese tipo de información. Lo que no conozco es a ninguno de sus dirigentes comunistas que haga ese tipo de colas,estos tampoco van en tren, pero no por falta de medios sino porque prefieren el jet para ir de vez en cuando a las vegas y dejarse 1 millon de € en una noche jugando al casino. Fijate y yo como liberal (lo de ultra no lo tengo muy claro) trabajo 14 horas diarias y me siguen repugnando los politicos que promulgan una cosa y en su casa hacen la contraria (el sr. Matas, el sr.X, Miguel Bosé...). En cambio me produce admiración la gente que vive lo que promulga aunque no coincida con sus pensamientos (sindicalistas como el caso que comentas, alcaldes que no cobran un duro y quieren el bien de su pueblo...). Pero me imagino, estimado corzo, que estaras de acuerdo conmigo que estos casos son rara avis
Los progres que yo conozco, viven todos de la forma que usted alude don José Antonio. Es que ni en eso saben ser originales. El que menos, el más pobre de mis progres conocidos, vive en un dúplex de 40 kilos de las antiguas pesetas (que al paso que vamos amenazan con volver un poquito devaluadas), y los más, en los mencionados chalés de diseño que en su mayoría se ubican en La Alcayna, Altorreal y 'arrabales' por el estilo. Del más pobre de mis progres conocidos, al hilo de lo que comenta Corzo, les puedo decir que es sindicalista liberado del COCO y que hace años le llamaron la atención del colegio porque llevaba tarde a los niños. Algunos días, más de una hora tarde. Su jornada laboral continuaba en el bar que hay frente al colegio, donde daba cumplida cuenta de un café con leche y bollería mientras leía toda la prensa disponible hasta los anuncios por palabras. Tarea que le ocupaba durante algo más de una hora. Era entonces cuando tomaba el vehículo para desplazarse los 12 kilómetros que nos separan a los de mi pueblo de la calle Santa Teresa de la capital, que a esas horas que el liberado aparecía, solía tener el aparcamiento más que disputado y le ocupaba durante otra media hora por término medio. Pues éste pedazo de 'trabajador', a las 13:30 ya estaba de vuelta en su dúplex despachado hasta otro día (calculen ustedes las horas que dedicaba al durísimo trabajo de liberado sindical). Los viernes libraba y no perdonaba una fiesta ni laica ni religiosa. Cobraba (y seguirá cobrando) puntualmente del Excelentísimo Ayuntamiento de Murcia, aunque solo 'trabajó' en él durante seis largos meses, que sin duda, le debieron suponer todo un calvario.
Totalmente de acuerdo. Lo peor de los progres que basan su vida en repetir como papagayos la ristra de sofismas de la izquierda, también conocidos como "mantras de progreso", no es que vivan en chalés de diseño zen o aspiren a ello a costa del contribuyente. Lo peor es la pulsión psicópata que albergan contra los que prefieren vivir modestamente de su trabajo antes que perder su libertad y convertirse en lacayos como ellos. Los odian porque con su ejemplo les hacen muy patente la mentira de la que viven. A esos los llaman "ultraliberales" o, mejor aún, "neocóns", que suena a amenaza alienígena ("los neocóns vendrán y aniquilarán a la raza humana..."). Yo prefiero que nos llamen "neocones", porque así podríamos responder formando un bonito y muy español pareado.
Uy, pues ahora que estamos acabando esta época de penitencia tengo que confesar un superpecado antiliberal que cometí en mi juventud. Me pasé casi un año cobrando paro, sin preocuparme por buscar un trabajo ni aceptar un par de ofertas malas que me hicieron. Lo sé, es imperdonable, pero en mi defensa tengo que decir que era joven e idiota (según yo, me estaba cobrando lo que no me había pagado el estado después de explotarme vilmente), el estado socialdemócrata me parecía lo más natural, y que conste que no era progre ni de izquierdas, y utilicé ese tiempo para "replantearme" mi futuro. En fin, mi padre, empresario e hijo y nieto de emigrantes no salía de su asombro "pero, pero, pero hija mía, hay que trabajar". Después de ese desliz y de muchas cosas más, recuperé el sentido. Trenti, me encanta el pareado de los neocones,ja,ja,ja.