El "pliegue cósmico" en La Habana
Conocí hace muchos años, durante un congreso Liberal al que alcanzó a asistir, aún muy vivo, Jean François Revel, al que muchos tienen por el presidente del exilio cubano, Carlos Alberto Montaner. Era la consideración y la "finezza" en persona. Ojalá llegue algún día a ser elegido en ese archipiélago (pues Cuba no es sólo una isla) que, según le dije a otro opositor a Castro, "es el mejor sitio del mundo para vivir, excepto que es imposible hacerlo allí".
No lloré como hizo el patrón Fraga al llegar por primera vez y única a La Habana, pero debería haberlo hecho, por motivos distintos: a Fraga le recordó a sus padres y ancestros, que habían sido habitantes cubanos, en esa edad en que lo único que se puede hacer ya es llorar y aguardar. A mí sin embargo me recordó a mi infancia. Entiéndaseme: nunca había pisado aquello, pero el penetrante olor a gasolina sin refinar me transportó automáticamente, en uno de esos pliegues espaciotemporales del folio cósmico del lineal transcurrir que trató de demostrar Einstein, a la España mediterránea de los primeros años setenta. El calor picante hizo el resto: era, fuera de "revivales" romos cuando no amañados que en nada remiten a aquel tiempo, como si reverberara en el aire la canción del verano a cargo de algún héroe de los coches de choque, fuéramos a comprar "panteras rosas" a la cola del supermercado único y entretuviéramos el tiempo lento entrechocando dos bolitas de madera, como cerezas unidas por un cordel. Todo eso por un simple olor, que es la memoria más potente. Debió ser porque ya estaba sugestionado, pero La Habana me pareció luego una de esas poblaciones de pescadores españolas, no del todo echadas a perder todavía en los años setenta, en las que se celebraban precisamente festivales de habaneras en homenaje a la propia Habana...
Dicen que a Fidel Castro le queda de vivir su último telediario lo que resta de éste hasta que sale la información meteorológica. Su hermano tampoco parece eterno. "El mejor sitio invivible del mundo para vivir", que lo ha sido durante los últimos cincuenta años, a tiro de piedra del país más desarrollado (a veces he pensado que, arrojando desde el Malecón un pulido guijarro plano de forma apaisada y con la suficiente fuerza, llegaría a Miami) pero con casi ninguno de los inconvenientes de la sociedad norteamericana, pasará a ser pronto, simplemente, el mejor sitio de los vivibles, sin estrés, sin frío y sin unas ganas especiales de volver a hacer la revolución por lo menos en los cinco próximos siglos.
No lloré como hizo el patrón Fraga al llegar por primera vez y única a La Habana, pero debería haberlo hecho, por motivos distintos: a Fraga le recordó a sus padres y ancestros, que habían sido habitantes cubanos, en esa edad en que lo único que se puede hacer ya es llorar y aguardar. A mí sin embargo me recordó a mi infancia. Entiéndaseme: nunca había pisado aquello, pero el penetrante olor a gasolina sin refinar me transportó automáticamente, en uno de esos pliegues espaciotemporales del folio cósmico del lineal transcurrir que trató de demostrar Einstein, a la España mediterránea de los primeros años setenta. El calor picante hizo el resto: era, fuera de "revivales" romos cuando no amañados que en nada remiten a aquel tiempo, como si reverberara en el aire la canción del verano a cargo de algún héroe de los coches de choque, fuéramos a comprar "panteras rosas" a la cola del supermercado único y entretuviéramos el tiempo lento entrechocando dos bolitas de madera, como cerezas unidas por un cordel. Todo eso por un simple olor, que es la memoria más potente. Debió ser porque ya estaba sugestionado, pero La Habana me pareció luego una de esas poblaciones de pescadores españolas, no del todo echadas a perder todavía en los años setenta, en las que se celebraban precisamente festivales de habaneras en homenaje a la propia Habana...
Dicen que a Fidel Castro le queda de vivir su último telediario lo que resta de éste hasta que sale la información meteorológica. Su hermano tampoco parece eterno. "El mejor sitio invivible del mundo para vivir", que lo ha sido durante los últimos cincuenta años, a tiro de piedra del país más desarrollado (a veces he pensado que, arrojando desde el Malecón un pulido guijarro plano de forma apaisada y con la suficiente fuerza, llegaría a Miami) pero con casi ninguno de los inconvenientes de la sociedad norteamericana, pasará a ser pronto, simplemente, el mejor sitio de los vivibles, sin estrés, sin frío y sin unas ganas especiales de volver a hacer la revolución por lo menos en los cinco próximos siglos.
Me ha gustado lo del pliegue cósmico, que me ha pasado un montón de veces y nunca hubiese sabido cómo expresar. Lo de la nostalgia se te habrá ocurrido para hoy, día de Reyes, para suspirar por el día más fantástico del año. Ay! Tal vez algún día visite la Habana, sólo cuando hayan muerto los Castro y los cubanos recuperen la libertad. Cuando, como dicen por ahí, los americanos "colonicen" la isla y le quiten "su autenticidad". Prefiero ver cubanos sin autenticidad, que en la miseria consentida. Un saludo
Es el primer día que leo tus crónicas, me ha gustado el artículo de Gore (aunque ya hablaremos al respecto), pero de éste lo que me ha traído muchos recuerdos ha sido lo de las bolitas de madera entrechocando (cuánto tiempo sin haber vuelto a verlas ni recordarlas), también lo de la pantera rosa (aunque yo tenía tan poca pasta que jamás me compré ningún bollo de ésos -por otro lado, mejor). Cuídate y encantado. Javier Millán. Toledo-1966. Vivo en Madrid pero suelo ir todos los años a Torrevieja. Hablaremos