Fenecido la pasada semana don Carlos Valcárcel Mavor, el señor padre del actual presidente autonómico, las necrológicas de ocasión lo han llamado "el último señor", "el último caballero", y yo mismo he considerado el luctuoso suceso como el segundo fin del siglo XIX, en pleno XXI. Pero nadie lo ha llamado como a Valcárcel Mavor (persona tan querida en la región a pesar de ser de aquí) le hubiese gustado que lo recordáramos. Como el último, y también el primero, de los auténticos falsos "gentleman" de la "city" londinense que eran de Murcia de toda la vida.
Cierta vez, de viaje en Londres, un matrimonio español paró a Valcárcel Mavor por la calle. Iba, me contó, con bombín de fieltro, paraguas, traje oscuro de raya diplomático, maleta de fuelle, bigote de oficial del Real Cuerpo de granaderos retirado y de milagro no portaba también monóculo, o sea, sobre poco más o menos como ha solido ataviarse durante sus últimos sesenta años. La señora se dirigió a sus retoños: "mirad, niños, el perfecto gentleman británico, por fin vemos uno en Londres, hombre, es que si no esto no es Londres".
Le indicaron por graciosos gestos, ya que no dominaban el idioma vernáculo, que la familia quería hacerse una foto con él como se hacen fotos con la guardia en Buckingham, a lo que Valcárcel Mavor, también por gestos, no se pudo negar porque era consciente de simbolizar en ese momento un arquetipo inmortal de la ciudad y de la nación, como la neblina londinense que no es inmortal porque ya no existe o los cuervos bien alimentados de la Torre de cuya supervivencia, dice la leyenda, depende la de la entera Inglaterra. Sólo después del retrato Carlos Valcárcel Mavor se echó mano al bombín, inclinándose ligeramente para saludar en perfecto castellano. "Señora, siempre a su servicio; yo soy de Murcia pero supongo que la foto típica londinense vale igual..."
Así era como al cronista de Murcia (añadir "oficial" es hacerle de menos, pues lo "oficial" es siempre sospechoso) le hubiese placido que le hiciésemos la necrológica: como un hombre que pudiéndose permitir el ir de sir Charles por la vida eligió no ser un "gentleman" de composición turística sino un auténtico señor. Llevó el apellido inglés por parte de madre con más naturalidad que el periodista Luis María Anson el suyo, y desde luego nunca obligó a que el paisanaje de Murcia lo llamara Maivor y no Mavor, como Anson a partir de cierto momento dejó de ser Ansón con acento en la "o" y pasó a ser, sin piedad por su parte, Einson. Pero nadie ha reparado en el asunto estos días, a pesar de la derrama de palabras en su nombre. Es que los buenos necrólogos no se improvisan a salto de muerto: para hacer necrológicas hay que sentirse también íntimamente difunto, escribir desde el otro lado, y por eso en la cosa somos dos o tres en el país, ido el murciano Campmany.
Carlos Valcárcel Mavor resultaba tan español que se colocaba en la solapa la "union jack" británica cuando su país le daba políticamente un disgusto, y salía a la calle, a provocar. En los últimos años, como los disgustos patrióticos eran tan de seguido, renunció a tal lenguaje marítimo de señales. Había sido su forma de protestar contra el incurable dolor de España, y así de paso lo confundían con un murciano que hubiese querido por un día ser políticamente como un "gentleman" de la "city". Cuando era al revés: Valcárcel Mavor, un señor de Cieza, fue siempre un tópico británico tan puro como los que probablemente nunca han existido ni en la Cámara de los Lores, que quiso desde el primer instante ser insobornablemente español y por tanto murciano (porque diciéndose español ya se sobreentiende que eres de Murcia, como perteneciente a la región que se siente, según la demoscopia, más española de todas).
Un día don Carlos Valcárcel Mavor, que no "Meivor", fue confundido en Inglaterra con un "gentleman". Pudo hacer que el paisanaje de aquí siguiera confundiéndolo durante toda su vida, pero eso hubiese sido "snob". Él no quiso nunca parecer un "gentleman", sino merecerse el españolísimo "don" delante del "Carlos". Aunque para demasiada gente sea lo mismo el ser que el parecer. Total, señora, en las fotos turísticas de Londres vale igual...