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Crónicas murcianas

El desnudo de Elisabeth Taylor

Ha salido en la prensa una foto desnuda de la recientemente fallecida actriz Elisabeth Taylor, dicen que la única que se ha conocido hasta ahora. Viendo ese presunto tesoro erótico, se echa de ver que como escultura humana nunca fue gran cosa. Corrientita, un poco mullida, agradable sin más, incluso un tanto sosa. No le hizo falta. Hizo carrera con otras cosas. Los ojos. Dónde andarán esos ojos violetas, desde hace semana y pico que murió. Siempre se dijo que, cuando muriera, a la actriz Elisabeth Taylor se le extraerían sus raros ojos de color violeta, porque no merecían la suerte del gusano conquistador. Se donarían a la posteridad. Pero nunca supe si a un tarro de formol de algún departamento universitario o, bien crionizados, pasarían a la cara de alguien del futuro, cuando llevar los ojos de la Taylor sea como cambiarse de lentillas. No sé por qué, me ha venido a la mente la película de Franju, "Los ojos sin rostro". Los ojos de la Taylor sin rostro. Y más bien es un pensamiento desagradable. Desde el óbito de la actriz, imaginar esos ojos irrepetibles se ha convertido en algo incómodo, porque ya no miran a nada. Y tampoco sé por qué, desde que murió los imagino sobre una siniestra bandeja de plata, como dos confituras.

No hay ojos bellos ni feos. Todos tienen la indiferencia de la pieza colgada boca abajo del matadero. Lo que es bello es la expresión, que la da el dibujo de la carne del exterior y el párpado, con la inestimable colaboración de las cejas. Los orientales quieren tener otros ojos y lo que se cambian no es de ojos, sino del tejido que los rodea. Elisabeth Taylor en realidad tenía los ojos indiferentes, como cualquier vertebrado despojado de lo que los anima, y el cuerpo también indiferente (siempre tiró a bajita y rellenita, nada que no se arreglara por ejemplo con ponerle debajo un buen palacio o la carroza de Cleopatra). Eran sus sublimes hueso orbital y grasa periorbitaria los que construyeron el mito. No estábamos mirando sus ojos, sino la delicada construcción de la estructura que los acogía. Fascinados por eso, no hizo falta ni reparar en los argumentos de sus películas. "Cleopatra", que hemos mencionado, y que fue un desastre económico y artístico, consiste en poco más que un largo baile de disfraces sostenido solamente por la grasa periorbitaria de la Taylor y por y el físico de resaca, sin tono muscular, y tintado con autobronceador de su rendido Richard Burton, al que no le quedaba demasiado bien el exiguo traje de romano pero cuando hablaba el inglés por esa boca se paraba el mundo.

No nos importa el desnudo de la Taylor, de lo más corriente. No nos importa el destino de esos ojos, físicamente considerados, pingajos violetas. Como si los tiran al incinerador de basuras. Nos importa el destino de esa mirada. ¿Dónde andará?

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