A falta de dirimir la discusión sobre si han pasado o no diez años desde que empezó el milenio y si se cumplirán o no este próximo 2010 (porque aún no sabemos si el milenio empezó en el 2000 o al año siguiente, según se enredaron los tiquismiquis), hay que decir que sólo han pasado diez años por España y han obrado los efectos destructivos de cien. Difícilmente cabría imaginar diez años peores. En lo personal han sido espeluznantes, si bien no graves, porque nada hay grave en la vida excepto no morir (eso sí sería lo único grave, la condena a no morir jamás en nuestra actual carcasa) pero en lo público han sido gravísimos, aunque la falsa profecía del buenrollismo, con sus falsos pontífices, haya sido la primera que en este país haya venido a anunciar el cercano fin del mundo de hacer caso a las profecías ancianas.
Empezamos el milenio, un año arriba o abajo, en la mejor situación en que ha estado España en toda su historia democrática y despedimos el primer decenio o lo despediremos el año que viene en la peor. Curiosamente, han pasado diez años que son cien por España pero el país está mucho menos maduro de lo que lo estaba entonces. Las ratas que decía irónicamente escuchar el columnista Manuel Vicent royendo por las noches las vigas maestras del Estado en tiempos felipistas (lo que denunciaba entonces Luis Herrero, por ejemplo), resulta que en efecto han acabado royéndolas, ya nada es firme, y hasta el Rey acaba haciendo un discurso de Nochebuena donde sólo falta la palabra "planetario" para resultar intercambiable con uno de Leire Pajín. Los niños han tomado las instituciones y los gamberros las televisiones, o al revés. El lenguaje castellano se ha desestructurado y las palabras se han desubstanciado. España empezó como un empresario emprendedor el segundo milenio y lo acaba o acabará como un sindicalista de la I internacional pasado (machihembrado, como le gustaba escribir al difunto Umbral) por el verticalismo franquista. Un cromo de decenio. Diez años como diez plagas egipcíacas.
Al principio del milenio teníamos, como país, todo el futuro por delante y ahora tenemos todo el pasado, resucitado por los teóricos vendedores del mañana. En el monte no caben más tipos que se hayan echado a él. De saber hacia dónde íbamos ahora se convocan concursos de ideas a ver si a alguno se le ocurre algo y a eso se le llama "sociedad del conocimiento". Al país le ha entrado el síndrome del hijo vago, que siempre se cree el más listo. Diez años que valen por cien y que, en algunos aspectos, nos retrotraen mil. Como para dar gracias a las uvas de la suerte.