Al plantar los "indignados" sus sombrajos en una plaza pública la plaza deja de ser pública. Exigen "parar como sea las privatizaciones", cuando ellos son los primeros que, también como sea (es decir, delinquiendo), privatizan lo que no es suyo. Ellos son una parte insignificante del pueblo, no "el" pueblo. Un berreo informe y abusón, no su "voz". Sólo los políticos son el pueblo contabilizable y real, al contado. No representan la soberanía popular, sino que van contra ella, sus instituciones y sus símbolos, contra todo lo que nos hace civilizados y occidentales. Homologados. Atacando a los políticos nos atacan directamente a los que el día 22 hemos depositado en ellos nuestro mandato. Ya no es posible permanecer callados, ni inactivos, ni reír ninguna gracia. Estamos ante un "putsch" contra la sociedad, en nombre de la supuesta "sociedad" y bajo el amparo del que se conoce por simplemente Alfredo, representante indisimulado del desorden y el protoguerracivilismo.
Al ir contra la decisión mayoritaria del pueblo expresada en las urnas, los indignados se constituyen en una élite, pero sin estar adornados de ninguna superioridad intelectual ni monetaria apreciable. Creen que su presencia vale más que tu voto, y el mío. Se pretenden la calidad frente a la cantidad de los que votan, que no se enteran. El mismo argumento de los señoritos fascistas que desprecian la democracia. Con otras palabras, están pidiendo el voto cualificado, aunque sea a través del "#nolesvotes". Para ellos, la democracia es una cosa demasiado importante como para dejarla en manos del votante. Nada de extraño que, al parecer, los de Falange (la siempre agradecida "dialéctica de los puños y las pistolas") se les hayan unido. ¿Que ya no van vestidos de azul mahón con el correaje, sino que van de jamaicanos con chucho? Ningún problema: ya decía el falangista de ocasión D'Ors, cuando se presentaba ataviado de reinona paramilitar, que "los uniformes, siempre que sean multiformes". Detrás de un aparente perroflauta puede estar, emboscado, Girón de Velasco. O sus herederos naturales en el PSOE.
Al intentar invadir el Congreso de los Diputados, los indignados están queriendo revocar el reciente resultado electoral (donde fueron derrotados estrepitosamente a pesar de no haberse presentado), como los tiranos que, cuando un referéndum escapa de los resultados preparados, echan a sus matones a la calle para que "maceren" la realidad que no les gusta y que la próxima vez la población decente se lo piense dos veces antes de salir a la calle a votar. O simplemente salir a la calle.
Al desmarcarse de la violencia de "una minoría que no representa el espíritu del bloqueo al Parlament" de Cataluña, los sin pecado concebidos del 15-m "originario" están reconociendo que ellos también ejercen la violencia, no más digna que intentar robarle el perro a un diputado ciego del Parlamento Catalán: el bloqueo al funcionamiento normal de las instituciones democráticas es delito, y además de los más urgentemente perseguibles de oficio. Por tanto, los tenidos por pacíficos del 15-m son reconocibles y autorreconocidos delincuentes. Esa es su más notable aportación.
Al secuestrar, en fin, la cámara autonómica catalana, rodearla, intervenirla, agredirla, acogotarla, hacer que nos gastemos un perral en helicópteros (¡y en seguridad, puesto que toda la policía se dedica a ejercer de guardaespaldas de políticos en lugar de proteger al resto!), al cercar la democracia, pretendiendo destruirla, el asunto se está escapando de la competencia de la policía y pronto puede ser cosa del Ejército. El presidente Mas no tiene que pedir "comprensión" a la ciudadanía para el uso legítimo de la fuerza. Las urnas, la única legalidad representativa, ya le comprendieron hace bien poco, y lo legítimo no se ruega, sino que se toma. Los ciudadanos ya se han pronunciado: gobierne usted, señor Mas, sin manías y sin poquito de por favor. Gobiernen algo todos.
Viva la Democracia burguesa y muera de inmediato cualquier otra.