Francisco Álvarez Cascos fue un dirigente político del PP que perjudicó a Murcia, a la que nunca contempló con abierta simpatía, al contrario que su jefe Aznar. No asumió ninguna responsabilidad tras el tercermundista accidente de tren de Chinchilla en el que murieron cerca de dos decenas de personas, algunas que puedo asegurar que hubiesen merecido otro destino muy distinto al de la carbonización (como mi amigo Víctor Villegas), y mutiló a otras cuantas. En comandita con otro garantizado "veneno para la taquilla" murciana, el supuesto cartagenero y alicantino ejerciente Federico Trillo-Figueroa Martínez-Conde, Cascos promocionó el aeropuerto militar de los académicos del aire de San Javier en contra de cualquier aeropuerto auténticamente civil en la Región de Murcia. Siempre existió una no ocultada incomodidad personal entre el político asturiano y el presidente regional Valcárcel, con cruce de cartas públicas de desamor incluidas. Cascos, en esas misivas publicadas en prensa, llegó a llamar a Valcárcel "personaje", y sólo la natural extinción de las responsabilidades ministeriales de Cascos pudo aliviar algo las cosas. Sin embargo, algo va muy mal si Cascos se va del PP. Pasa algo muy extraño en el PP si alguien como Cascos, que -fuera de si representa una línea dura, blanda o a medio cocer- es quintaesencial como firme símbolo del ideario de media España, se ve obligado, en conciencia, a renunciar a su carnet del PP. Algo verdaderamente raro. Es la manifestación más perfecta de que Mariano Rajoy ha desistido, supongo que para siempre, de hacer política en serio y ha decidido entregar su partido al ideario campista propio del "club de los jóvenes castores" de los sobrinitos del Pato Donald.
-------------------------------------------------------------------------------------
Recibo al año nuevo con una hostilidad que el año en su transcurso seguro me devolverá centuplicado.