La misma cosa no es la misma, al parecer, si la dice un catalán que si la dice un murciano. Igual que los gramáticos mantienen que hasta que no existe una palabra que designe al objeto no existe el objeto, tampoco nada es reconocido en su realidad material hasta que, por lo visto, la dice un catalán. No sólo por el idioma, ya que "transvassament" es palabra hay que reconocer que más impresionante que sólo "trasvase", el manual de estilo socialista no la tiene proscrita como innombrable y encima nada indica que vaya contra la famosa sentencia de Rodríguez Zapatero ("no creo en los trasvases", sí, pero ¿y en los "transvassaments"?). España no ha reparado en la incompetente política del agua del Gobierno de Narbona, Zeta y los marcelinos hasta que se han lamentado los catalanes.
Aquí, y digo aquí como antes hemos estado allí, allá o acullá, podemos desgañitarnos los murcianos para pedir algo tan teóricamente sencillo de entender como agua, que el agua no será agua hasta que no la pida un catalán si puede ser cabreado y sobre todo socialista, lo cual ya está ocurriendo. Hasta hace pocas fechas, el agua era una cosa improbable que puede que existiera, si acaso, en las rocas del "whisky en las rocas", como dicen los mexicanos y los dibujos animados de la tele única de antes, pero nada más. El ministerio de Medio Ambiente negaba su existencia. Los elementos primordiales de la naturaleza eran tierra, aire y fuego, para los occidentales, y tierra, fuego, metal y madera para los chinos, pero del agua, ni rastro. Para el Ministerio de Medio Ambiente, el agua no era agua, sino una especie de néctar espeso y nauseabundo de origen extraterrestre y mágico que se expende en farmacias y que, meándola y reutilizándola, meándola y reutilizándola hasta el infinito, sirve para el progreso humano sostenible. El agua era lo que trasegaba la ministra Narbona en chupitos cada vez que inauguraba la desaladora de San Pedro del Pinatar, municipio murciano paredaño a Alicante que tiene mucha tradición en inaugurar desaladoras porque siempre es la misma, a la que vuelven a cortar la cinta después de arreglarla cuando se rompe, que es un lunes sí y otro no. Pero alguien en Cataluña ha hablado de "agua" y resulta que ésta ha cobrado fisicidad mensurable. El agua por fin existe. Y no sólo existe el agua, sino que existe el río Ebro. E incluso su afluente el Segre.
Rodríguez Zapatero no creerá en los trasvases, pero tiene que admitir que es posible que un planeta muy, muy lejano haya una cosa llamada "transvassament", y que, aunque le parezca inconcebible, sirve para dar de beber a los ciudadanos cuando a éstos no les llueve, y que no es sustituible por ningún otro invento. Hasta que no lo han dicho los catalanes nadie había reparado en lo vacía que está la cabeza de la ministra Narbona, la insoportable levedad de su sostenibilidad, esa especie de timo del nazareno que es el programa "A.G.U.A." (sic), los millones de folios malgastados, los recursos del Estado malversados por las ocurrencias de una reducido somatén de delincuentes (o no tan reducido) y todos estos años que se han perdido miserablemente y se siguen perdiendo. Si lo dice un murciano, ni flores, porque ya se sabe cómo son los murcianos. Pero si lo dice un tal Blas, a condición de que no sea de Murcia, punto redondo. Y si el tal Blas es encima un "hijo de la polla roja" de Barcelona, tan de Barcelona como el "Avui" y "La Razón", punto redondo, saque y "match ball".