Cuando la raza humana llegó a la Luna yo hacía apenas tres años que había llegado a la Tierra (ya desde el principio no nos pusimos de acuerdo para coincidir durante el suficiente tiempo, la raza humana y yo). Pero ese es un detalle personal sin importancia. Lo importante es lo de la conquista de la Luna.
No recuerdo absolutamente nada de aquel 20 de julio de 1969, aunque seguramente mis papás me pondrían a ver el evento planetario por una de aquellas televisiones ajustables como un rádar, con experta mano quirúrgica, y que a apagarlas siempre quedaba un punto luminoso en el centro, como el ojo que nunca dormía, y en las que los presentadores salían inflados, abotargados, como a punto de explotar (ríanse ustedes de ese "salir con siete kilos más" de las emisiones televisivas de ahora: por entonces lo menos eran veinte o treinta). Sí me acuerdo que enseguida empezaron a sonar los nombres de los astronautas, y que las grandes casas de refrescos como Coca-cola empezaron a sacar chapas que llevaban en su esponjilla, en el envés, una colección inspirada en el Sistema Solar, para ir familiarizándonos a los niños con las próximas conquistas del hombre. Hacer amigos entre los venusinos parecía posible a la vuelta de la esquina.
Finalmente hemos tenido que ir tirando todos estos años con haber pisado la Luna y punto, porque lo del planeta rojo está todavía verde. Ni siquiera se sabe a ciencia cierta si aquello no fue filmado en un plató del teatro de "Estudio 1" tomado prestado por la NASA. Los mayores dijeron que es posible que el hombre hubiese pisado la Luna, pero lo que no entendían, y por ello sospechaban, es que una vez allí se pudiesen sostener en la esfera sin caerse. A los niños nos fascinaba la idea de ir alguna vez a la Luna, pero no por la gloria, que no sabíamos lo que era, sino únicamente por dar esos gravitatorios saltos de ocho metros que ensayábamos sin éxito en el patio del cole.
Curiosamente, fue llegar el hombre a la Luna y terminarse la moda de las películas espaciales (sólo con el primer arreón de la sociedad tecnológica, en 1977, volvieron). Hubo unos años, entremedias, en que el espacio tenía la misma amenidad de una salita de estar con tapete de ganchillo sobre los sofás de eskay. Parecía ya visto, sobado.
Porque, como digo, después de lo de la Luna todo parecía al alcance. O eso creían los optimistas antropológicos, que se caracterizan por tener siempre explicaciones a priori para sus predicciones de futuro siempre equivocadas. En realidad, hoy estamos más solos, más abrumados por el Espacio, creo sin temor a exagerar que en este planeta nos hemos vuelto más estúpidos, nos hemos metido a aislacionistas por el miedo global que mete la ecología (testimonio de nuestro fracaso más allá de unos pocos miles de kilómetros cielo arriba), los venusinos no han querido ser nuestros amigos pese a las chapas de los refrescos y ni siquiera sabemos si nosotros miramos a la luna o la luna nos mira a nosotros. Y si los lobos de algún sitio lejano aúllan en la noche eterna a la luz prestada de la Tierra.
El cosmos del siglo XXI da más miedo que el del siglo XX, y por lo que parece ya nadie tiene ganas de aventurarse en él. Si algo o alguien examinara a unos evos-luz la situación de este planeta, diría que desde aquel 20 de julio del 69, por cierto unas fechas en las que la supernova de Elvis Presley empezaba a construir su leyenda en Las Vegas, estamos en completa decadencia.