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Crónicas murcianas

Aquel día en que aún no habían metido al alcalde del PP en el calabozo

La vida no tiene tantos días realmente buenos como para no recordar cada uno de ellos como si fuese el último, porque seguramente será el último. Una vez viví uno de esos buenos días, y de hecho creo que fue el último realmente bueno, gracias al ex alcalde por el PP de San Javier, José Hernández, a quien estos días ha detenido la turbia e inquietante Unidad Central Operativa de la Guardia Civil (UCO).

Una juez lo acusa de delitos contra la Hacienda Pública, cohecho, tráfico de influencias y el resto de esos engorros de los que en España, y en la derecha, se es culpable mientras no se demuestre la inocencia. Así lo ha emitido, en comunicado oficial, el Partido Popular de la Región, siguiendo lo que Rajoy dijo del ex "president" balear Matas: en el PP murciano esperan "que Hernández pueda demostrar su inocencia". ¿La inocencia ahora hay que demostrarla para podérsela permitir? Si son cargos o ex cargos del PP, sí, como bien ha interiorizado el propio PP. Luego dirá la izquierda que los de la derecha no están bien enseñados...

En aquel gran día en mi vida Pepe Hernández tuvo a bien mostrarme las obras de su empresa al final de La Manga del Mar Menor, siendo él por entonces burgomaestre del municipio que acogía esa parte del itsmo. Si a nadie le pareció extraño que fuese alcalde y a la vez constructor, no me lo iba a parecer a mí, que no tengo manías salvo las que exige la Ley. No había nada que declarar excepto lo inusualmente agradable de la tarde que vino después. Ya digo, probablemente mis años han sido muy mediocres y no tengo tanto de lo que acordarme, pero la perfección ocasional no la olvido jamás. Estoy dispuesto a admitir que aquellas pocas horas septembrinas que me regaló Pepe Hernández fueron clara prevaricación con la existencia. Me llevó a comer sencillo y beber cerveza corriente, pero helada, a una caseta encalada y rodeada de agua en las encañizadas del Mar Menor. Peces cortantes que saqué como si metiera las manos en una trilladora y huevas ahumadas al sol. Luego nos interrumpió un conocido y próspero pescadero de San Pedro con una enorme cicatriz bajo la camisa abierta, quien aportó algunas ollas de crustáceos hervidos vivos. El mar, mezclado con la laguna, tenía dentro toda la temperatura acumulada del verano, y le salían unos como pseudópodos de gotitas que hacían espirales en torno al sol, como en los cuadros impresionistas de brochazo gordo. Todo fue de una perfección sin duda sospechosa, porque la vida no se presenta así más que cuando quiere que te mueras luego de nostalgia. Eso es lo que debería investigar la juez, y la UCO: el tráfico de influencias necesario como para poder mercadear así con la paz cósmica del universo. Lo otro, eso de lo que acusan a Hernández, como que no me lo creo, porque tras la atenta lectura de la ingeniería semántica fabricada a medias entre la juez y los medios obedientes resulta que no hay algo que mejore lo que teníamos hasta ahora, o sea, la nada.

Llevan muchos años las terminales de las alcantarillas de Interior queriendo demostrar que la incentivación de la corrupción política no viene de pasar de no tener un duro fuera de la política a tenerlo dentro, como se dijo con el felipismo, sino al contrario: viene de que un empresario rico ¡y de la construcción! es corrupto por definición si llega a alcalde, como Hernández. Impresionante tesis. Sólo les fallan en este su ansiado caso las pruebas (y hasta los indicios) de que la moral sufra. Los políticos honrados, según los que se escandalizaron cuando Hernández llegó a la alcaldía, son los maestros de escuela, ese clásico en el socialismo, y los parados de larga duración, que si acaso roban lo hacen por compensación histórica y justicia social.

Llevan más de diez años tratando de sacar un gran caso de Hernández (prácticamente desde que ganó las elecciones por primera vez en San Javier). La penúltima vez Hernández, cuando le anunciaron que le buscaba la policía, me dijo que les esperaba tranquilamente jugando al golf y que fueran cuando quisieran. Ahora, envalentonados por la proximidad electoral, lo han retenido una noche en el calabozo antes de soltarle sin fianza. Están exasperados porque Hernández insiste en aportar todos los papeles del Ayuntamiento en regla y no se incrimina de lo que ellos quieren. Los políticos honrados, ya se sabe, son según un estado de opinión ampliamente extendido los que, como Zapatero, nunca han tocado con sus blancas manos nada que tenga que ver con el trabajo.

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