Hacia mayo del año 95, Murcia no cumplía ni una sola de las condiciones para el ingreso en el primer mundo. El resto de España había hecho la transición de la Ley al Felipismo pero todavía no había arribado otra vez a la Ley. En Murcia no habíamos salido de los falangistones bajo diversas denominaciones. Bajo la neblina provocada por el incendio con gasolina de la Asamblea Regional reptaban diversas familias socialistas mal avenidas, "enanos", "jumistas", "colladistas", "mariantonianos"... todos, por otra parte, igual de amantes de la libertad. O sea, que la diferencia entre aquellos señores de "rispetto" no era ideológica ni metodológica, sino de "quítate tú que me pongo yo". La crisis de la conserva había acabado con la economía tradicional y no había sido sustituida por ninguna nueva. A la vez hileras de enormes árboles pintados de blanco y flotas de camiones que no se sabía qué transportaban ni hacia dónde hacían desistir a todo el que pretendía entrar en Murcia o abandonarla por carretera, como el país de irás y no volverás. El tren te dejaba directamente en territorio hopi o navajo, a la altura de Calasparra, territorio que por cierto acababa de achicharrar por pavoroso incendio los bosques plantados bajo Primo de Rivera. Por avión, sólo podías montar en San Javier en el mismo modelo que llevaba a los padres de Tarzán y resulta que se estrelló en la selva. De vez en cuando se venía no se sabe si en helicóptero (o en cualquier caso por medios que se desconocen) algún subsecretario castigado por su señorito a inaugurar algún hospital vacío o alguna familia socialista más. Todo estaba muy entretenido y además éramos jóvenes hasta nosotros.
La transformación de AP en PP, años antes, había producido las lógicas tensiones entre los que no se querían ir y los que pretendían llegar. La vieja guardia, mandada por uno que había sido portavoz de la derecha en el congreso, era casi toda tan colectivista como los propios socialistas, con notables excepciones, como la del propio ex portavoz, que siempre ha dicho ser de la derecha "con principios". Los que los desbancaron no es que digamos que digamos en preparación ideológica, pero al menos habían oído algo, por alguna parte, de la libre iniciativa y el mercado. Y sobre todo tenían unas ganas de morder en carne que los anteriores habían perdido porque nunca la habían tenido. El líder era un joven de cara sudorosa y pelo oscuro al que nadie había prestado atención, porque cuando corría peligro de dejarse ver demasiado se iba a tocar "rondallas" a los coros y danzas municipales y espesos, y, cuando no, hacía una labor callada pero muy efectiva armando el partido en pedanías, diputaciones y villorrios, sin despreciar las gasolineras. Al decir de alguien que llegó a vicepresidente regional, cuando el ex portavoz de la derecha en el Congreso telefoneaba al joven de cara sudorosa lo hacía "desde su palacete y con el batín puesto", para ver si todo iba bien con las bases de manos callosas. Todo iba demasiado bien, por desgracia para el del batín, una gran inteligencia desaprovechada, todo hay que decirlo.
Tan bien que de repente cesaron las "rondallas" locales y las joticas huertanas que tenían despistados tanto al ex portavoz como a las familias socialistas y el PP, encabezado por aquel tipo que acababa de dejarse la bandurria, cambió la hegemonía guerrista en la Región por su propia hegemonía, que hasta hoy dura, rozando ya la unanimidad. De un día para otro. Yo titulé aquel día de la primavera entrada de 1995: "Ramón Luis Valcárcel gana en ninguna parte". Trece años después, ya conoce que somos alguna parte hasta Rodríguez Zapatero. (Continuará)