Ha sido portada nacional de algún diario la masiva manifestación contra el nuevo Estatuto de Castilla-La Mancha, celebrada el miércoles en Murcia, un estatuto que sigue ventajosamente la imparable línea anticonstitucional inaugurada por el aragonés o el catalán, donde las Comunidades Autónomas, reduciendo al Estado a lo residual, se dicen dueñas del agua que pasa por sus territorios, del subsuelo hasta el magma primigenio y del espacio aéreo lo menos hasta el tercer cirro o el cuarto cúmulo o el quinto estrato. Y eso para empezar a hacer boca.
Es algo que la historia deberá agradecerle a Rodríguez Zapatero, la situación surreal de que el miércoles, en la capital de la Región, Murcia proteste contra Castilla-La Mancha, Almería contra Andalucía (como lo leen: al menos contra su junta, que actúa en todo momento como si tuviese una provincia de menos) o los no afectados por el posible cierre del trasvase del Tajo contra los que quieren cerrarlo (por aquello de las barbas del vecino). El príncipe de la paz, el de las ansias infinitas, ha resultado ser el atónito heraldo de la guerra entre comunidades autónomas, entre comarcas, entre pueblos, entre vecinos, incluso entre el vecino y su "otra" personalidad, su propio reverso esquizoide (muchos socialistas aún no quieren reconocer que están hasta los santísimos del presidente del Gobierno, pero lo están). Pero mientras la historia le agradece todo esto al Gran Estupefacto, al enviado de la Petrefacción, al mesías de la Perplejidad, todos estamos en un "viva Cartagena", y esta vez con razón, porque quien aquí no monta una manifestación multitudinaria, le pega a la policía o arroja tuercas con tirachinas contra alguna instancia del Sistema parece que no existe para el Gobierno. El miércoles en Murcia no quisimos ser menos, aunque me imagino que habrá que intentar pegarle fuego a algún Ministerio en Madrid para que terminen de tomarnos medio en serio.
Eliminar el trasvase del Tajo, como pretende el presidente castellanomanchego Barreda con la ausencia aunque presencia "en grado de intención" del ex ministro de Justicia Bermejo (diputado por Murcia) y el silencio, es decir, la anuencia de Rodríguez y el resto de la chupipandi incluida la vicepresidenta africana por Valencia, significa exactamente esto: exilio de buena parte de la murcianía, la que había vuelto precisamente por el trasvase del Tajo, hambre para los que no comían y luego comieron, miseria para los que aún no se habían sacudido del todo de las chinches de sus padres y sus abuelos. En Murcia sólo una generación o dos nos separan del hambre, por utilizar la frase que le dice el doctor Hannibal Lecter al personaje de la investigadora del FBI Clarice Starling en "El silencio de los corderos". Ahora estamos un cuarto de generación más cerca.
El mismo día de la manifa, Barreda, al que algunos tienen por un pequeño estadista (bueno, si lo comparamos con Joan Tardá, pase) pero que habla el mismo lenguaje que todos los demás paletos de la "indiosincrasia federal", dijo que lo primero que debía hacer Murcia es dar las gracias" a su Comunidad Autónoma por habernos hecho la caridad de aceptar durante treinta años nuestro buen dinero por "su" agua. Vale, gracias Barreda, rumboso, ya nos convidarás a algo. Supongo que el propio Barreda será también quien agradezca a todos los españoles que vayan a sacar a su particular Caja Castilla-La Mancha de la quiebra, poniendo en peligro la estabilidad del entero sistema financiero nacional. Una Caja Castilla-La Mancha que no se ha arruinado precisamente por su inversión en huertos solares o en granjas eólicas o en la protección de la lagartija de rabo colorado, sino por hacer precisamente eso que acusaba a otras Comunidades Autónomas de estar tramando con su agua...