En el lado independentista, la campaña electoral parece una subasta sostenida con gran animación por los líderes y candidatos de ERC y Junts per Catalunya. El líder republicano, Oriol Junqueras, está hipermotivado. Sus discursos ante auditorios muy mermados por la pandemia son de plaza de toros. Retórica inflamada que Junqueras rebaja cuando le entrevistan los medios ajenos a la "obediencia" catalana. Junqueras es un gran admirador de España en esos casos y se vuelve un furibundo líder de la secesión cuando quien le contempla es el público local.
Compite con Puigdemont, quien aún no ha bajado a la arena, y con Laura Borràs, a la que no tiene reparos en tachar de "corrupta" entre líneas. Borràs, número dos de JxCat y presidenciable del prófugo, está imputada por concesiones irregulares a un amigo cuando dirigía el Instituto de las Letras Catalanas. En esas condiciones y si militara en ERC, no podría ser candidata, según Junqueras.
Es probable que los resultados electorales condenen a ERC y JxCat a entenderse, como ocurrió tras los comicios del 155, pero la campaña está resultando la prolongación de la guerra entre ambos partidos sin el corsé del pacto que los liga en el Govern. Y JxCat no sólo se acerca peligrosamente en las encuestas a ERC sino que eleva la apuesta independentista en un órdago que los republicanos tratan de seguir a duras penas.
No ha pasado ni una semana de campaña y Borràs ya ha sacado el tema de la DUI, la declaración unilateral de independencia. Su promesa es que si los partidos separatistas logran más del cincuenta por ciento de los votos, hay que aplicar tal declaración a la mayor brevedad posible. Preguntada por cómo se hace efectiva la DUI, cómo se controla el territorio y se procede a implantar esa nueva "legalidad" republicana, Borràs dice que no lo sabe, pero que quienes le hacen esa pregunta son derrotistas que quieren generar "cortinas de humo".
Nexo entre JxCat y ERC
Como en campaña todo vale, la promesa de la DUI es perfectamente compatible con que Borràs asegure que tras la campaña y si los separatistas superan el 50% de los votos, buscarán el apoyo de Europa para un referéndum acordado con el Estado. Y ahí está el nexo de unión con ERC, que al margen de porcentajes de apoyo, considera factible la amnistía de los golpistas (el indulto lo aceptan, pero les sabe a poco) y un referéndum pactado y vinculante.
En ese contexto emerge la CUP, el partido antisistema, con el más realista de los grupos separatistas. Su tesis es que hay que abrir un nuevo ciclo de movilizaciones que culmine en 2025 con un referéndum similar al del 1 de octubre de 2017. Mientras tanto, censuran las "varitas mágicas" de ERC y JxCat, así como las "falsas expectativas y falsos embates" que propugnan los citados partidos.
Tras casi una década de actividad parlamentaria regular ya no es el partido de las tribus y las copas menstruales. Incluso se plantean formar parte del próximo gobierno de la Generalidad, aunque ya anuncian que venderán cara su participación en un hipotético ejecutivo independentista. Ellos, dicen, no han venido a la política a gestionar migajas ni el autonomismo, pero se muestran bastante más realistas que sus hipotéticos socios.
Su candidata, Dolors Sabater, exalcaldesa de Badalona, censura lo que califica de "ensoñaciones" republicanas sobre una mesa de diálogo que no existe y también las falsas promesas de JxCat, basadas, apunta, en una "inmediatez" que no existe. Los cuperos sostienen que hace falta más fuerza para volver a la situación de 2017 y trabajar no sólo en el parlamento sino con los demás agentes. Es decir, reagrupar las fuerzas prepolíticas con las que se organizó el 1-O. Mientras tanto, sus principales dirigentes abogan por no engañar a la gente, una muestra de realismo inédita en el separatismo.