El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha vuelto este viernes a donde empezó todo: a Navarra, donde la investidura de María Chivite en agosto de 2019 gracias a la abstención de Bildu no cobró sentido hasta que Pedro Sánchez fue investido por la misma fórmula cinco meses después en enero de 2020. Fue entonces cuando pudimos entender que Pedro Sánchez tenía un plan, resucitar la alianza Frankenstein para su investidura y como alianza estable de legislatura, lo cual motivó el rechazó de su siempre fiel María Chivite a la oferta de UPN para un pacto de gobierno con el que orillar a Bildu.
Hoy el salto cualitativo es que Bildu y ERC pasan de la abstención al voto a favor de sus Presupuestos. Se destapa una alianza estable de legislatura que ha encontrado este viernes su reproche en las calles de Pamplona. A su llegada al Palacio de Navarra, donde le esperaba Chivite, el presidente ha recibido un sonoro abucheo de varios ciudadanos navarros.
Justo después, el presidente parecía referirse a ello en el Palacio de Navarra con una cita al empresario navarro, Manuel Torres Martínez: "Cuando uno tiene vocación se vencen todas las dificultades y con ellas te creces".
Sin embargo, también hay claroscuros en la acción del Ejecutivo. Según explican fuentes gubernamentales a Libertad Digital, la intención de Pedro Sánchez era "allanar y normalizar el camino" para un pacto con Bildu pero siempre de forma discreta, por la convicción del presidente de que "ni la sociedad española ni el propio PSOE está preparado" para ese pacto como bien demuestra la crítica de numerosos barones socialistas. Esa discreción se plasma en las propias negociaciones del Gobierno con Bildu que "no las dirige directamente el Gobierno sino el grupo parlamentario".
Algo que provocó disonancias y errores en el pasado como ocurrió cuando la portavoz Adriana Lastra que firmó el polémico pacto sobre la "derogación íntegra" de la reforma laboral que obligó al Gobierno a rectificar después de que la patronal CEOE se levantara de la mesa de diálogo social en la que se debatía precisamente el futuro de la reforma laboral. Desde entonces, según estas fuentes, fue su número dos, el secretario general del grupo socialista, Rafael Simancas, quien asumió esas conversaciones "discretas" que también encabezó el propio vicepresidente del Gobierno, a título personal como líder de Podemos.
Una estrategia de discreción que ha "reventado" el propio vicepresidente Iglesias en aras de la normalización. En Moncloa hay cierto malestar porque "Iglesias le dio publicidad al pacto con Bildu" ubicándoles en "la dirección del Estado" y provocando el envalentonamiento de los proetarras que hablan ya de "un tiempo nuevo para acabar con el régimen". Las fuentes consultadas por este periódico explican que esto "forzó la salida de Ábalos para suavizar" sus palabras, aunque con poco éxito.
Estas fuentes niegan que la legislatura avance por los postulados ideológicos de Podemos y que Iglesias esté ganando la batalla en el seno del gobierno de coalición, pero sí reprochan al número tres del Gobierno que, en la búsqueda de su espacio político y los mensajes públicos a su electorado, erosione al Ejecutivo dilapidando la discreción debida y acusando el desgaste mediático del presidente de este Gobierno en el que "el número dos (Iglesias) no se quema para blindar y proteger al número uno (Sánchez)".