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José Manuel, el doctor que antes de morir dejó por escrito el riesgo que asumían al trabajar sin material

La familia ha encontrado varios documentos en casa del médico donde describía la angustiosa situación que vivían los sanitarios.

La familia ha encontrado varios documentos en casa del médico donde describía la angustiosa situación que vivían los sanitarios.
José Manuel Fernández Cuesta, médico fallecido por coronavirus, en su boda reciente | LD

Los pájaros siguen cantando en la finca granadina de José Manuel pero, por desgracia, ya no está allí el buen doctor para atenderlos. Bien supo él antes de abandonar este mundo que nada bueno podía pasar trabajando a destajo y sin contar con los equipos adecuados. A finales de marzo, el querido médico de Granada se contagió de coronavirus inevitablemente. El 22 de abril murió. La carga viral a la que había estado expuesto fue demasiada para que su cuerpo aguantara.

A sus 61 años, José Manuel Fernández Cuesta, tenía la fortaleza de un roble o de los olivos que él mismo cuidaba cuando salía de trabajar. Pero el virus se salió con la suya. Así es, así está siendo. Natalia, su sobrina, aún desgarrada por el dolor recuerda que su tío no dejó de trabajar hasta que le dijeron que tenía coronavirus y "empezó a encontrarse mal y cada vez peor".

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Al doctor le fascinaban los entornos naturales

Era médico de urgencias del servicio extra hospitalario en Granada capital. Echaba muchas horas desplazándose en la ambulancia. No entendía, y así lo narra su sobrina, que estuvieran atendiendo a pacientes con claros síntomas de la covid-19 sin EPI y sin la protección adecuada. "Él era reivindicativo, pero muy discreto".

Cartas antes de morir

A finales de marzo, José Manuel escribió al programa de televisión de Pablo Motos en Antena 3. En el documento enviado por la sobrina a este diario, el médico de urgencias pedía al presentador que contara los riesgos que estaban asumiendo los sanitarios:

"Cuando pase esta crisis y el foco mediático se centre en otros temas, comprobaremos los verdaderos aplausos y la gratitud de los gobernantes hacia nuestros sanitarios y el personal de urgencias, se podrá agradecer a estas personas las exposiciones, peligros y desgastes que sufren diariamente de forma silenciosa y durante muchos años.

Le traslado esta realidad por, si llegado el momento, cree usted oportuno echarnos una mano, sacando el tema a la luz pública…", rezaba un extracto de la carta de José Manuel que ha encontrado la familia tras su muerte.

El médico lo veía venir, por eso se apresuró a dejar hojas escritas en su casa en las que dejaba constancia de la dramática situación.

Sonaron las sirenas

Él, que tanto había oído las sirenas durante sus guardias, las volvió a escuchar el 2 de abril, por última vez. Solo que esta vez iban en dirección hacia su casa de Cogollos de la Vega, el pueblo donde vivía cercano a Granada. Tuvo que ser ingresado y enseguida se encontró llenó de tubos.

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José Manuel Fernández (segundo por la derecha) con sus compañeros de trabajo

"Para mí era mi segundo padre, él no tenía hijos. Sus sobrinos hemos estado muy ligados a él. Ha sido muy duro porque no hemos podido ni verlo ni despedirnos de él", comenta tristemente Natalia.

El mismo día que ingresó en el Hospital Virgen de las Nieves de Granada, el doctor todavía tenía el móvil encendido. Se comunicaba por whatsapp con su mujer con la que se había casado hacía apenas cuatro años. Era un hombre especial, le encantaba el campo, sus olivares, tenía un sentido lorquiano de estar en el mundo como buen granadino que era. La gran urbe no le gustaba, prefería el cantar de sus pájaros a los que mimaba diariamente y enseñaba a su sobrina Natalia, tal y como ella recuerda. Porque no hace tanto que estaba ahí su tío junto a ella. También junto a Belén, viuda con un fugaz matrimonio segado por un maldito virus.

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José Manuel junto a su mujer y ahora viuda Belén

"Chatilla, no te preocupes, me van a poner oxígeno y ya está. Estoy bien", fue el último mensaje que escribió José Manuel a su sobrina Natalia. El 3 de abril, al día siguiente, el doctor fue trasladado a la UCI. El teléfono del médico se apagaría para siempre. Fue sedado.

Gritos en la cocina

Tras dos semanas agónicas y con la información a cuentagotas, el miércoles 22 de abril la sobrina de José Manuel había estado estudiando duramente. Con la concentración bajo mínimos y exhausta fue a dormir la siesta.

De repente, se despertó del sueño y le aconteció una pesadilla que era real. Oyó gritos en la cocina. Era su madre, estaba hablando por teléfono. Lloraba. Recibió la fatídica llamada, la que esperaban que no llegase nunca. Pero así fue. El corazón de José Manuel se había parado.

Marga había perdido a su hermano mayor que era como su padre. La que se hizo cargo de ella y sus tres hermanos cuando falleció su abuelo siendo niños. José Manuel había cuidado de sus pacientes, pero desde que tenía 13 años veló por el bienestar de su madre y sus hermanos durante toda su vida. Miraba por los demás antes que por él mismo. Lo había hecho siempre y lo hizo hasta el último minuto de sus días pese a que sabía que pagaría con su vida.

Entierro "surrealista"

José Manuel asumió su destino con entereza. Estuvo solo en su partida entre respiradores, agujas y máquinas. Sus pulmones fallaban. El virus ahogaba. No pudieron despedirse de él ni con traje de astronauta ni sin él. "Fue imposible. No podíamos acceder al hospital", relata la sobrina con amargura.

Fue un entierro "surrealista" como describen sus familiares. Jamás pensado. Mascarillas, silencio atroz y honda pena.

Sus familiares piden que el Centro de Salud Gran Capitán donde trabajó José Manuel durante años lleve su nombre como homenaje. En Change.org han iniciado la recogida virtual de firmas. "Se lo merece. Mi tío se lo merece".

Valga por ahora este trozo de historia a modo de homenaje de un buen hombre. El buen hombre que partió solo en un viaje temprano. No serán un número, no serán una cifra. Descanse en paz, José Manuel. Gracias, doctor.

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El médico José Manuel con su sobrina Natalia

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