A Eduardo Villanueva y Paz Sanz Santamaría el coronavirus les quitó la vida. Sus hijos piensan que podían haberse salvado. Los dos estaban en la misma habitación de la Residencia de Mayores Doctor González Bueno. Uno de sus hijos, aún con la voz nerviosa y quebrada por el dolor, se encuentra en shock psicólogico por perder de golpe y de la peor manera posible a sus padres. Pero hace de tripas corazón porque no quiere que quede relegada en el olvido la tragedia de sus progenitores.
Ninguno de los dos hijos de la pareja pudo despedirse de ellos. Tampoco lograron acompañar en la agonía final a sus padres durante las tres semanas que duró el calvario de la enfermedad de la Covid-19. El móvil de Eduardo se apagó alrededor del 10 de marzo. "No sé qué me pasa, hijo. Llevo varios días enfermo. No me encuentro bien, tengo algo de fiebre pero no sé qué es", fueron las últimas palabras que escuchó Eduardo hijo.
El teléfono se apagó para siempre
Sería la última llamada. El teléfono se apagó para siempre. El 6 de abril, Paz Sanz murió casi un mes después, sin poder haber hablado con sus hijos. Dos días después, el 8 de abril, fallecía en la cama de al lado su marido, Eduardo Villanueva. Ninguno consiguió decir adiós ni ser acompañado en el último tramo de sus vidas. Fueron víctimas de la Covid-19 y "de otras negligencias", como sentencia su hijo.
La residencia se desbordó. Y Eduardo hijo quiere dejar claro que la investigación iniciada por la Fiscalía a petición del Gobierno, le parece un acto de "absoluto cinismo". Él tiene claro que la residencia fue abandonada por el Ministerio de Sanidad, que dejó a los sanitarios desvalidos, sin protección. "Cayeron contagiados todos los médicos, enfermeros y auxiliares".
Eduardo hijo únicamente pudo comunicarse con enfermeras rotas de dolor por la situación que vivían: "No nos envían refuerzos. De los 60 sanitarios solo quedamos 16 para atender a 600 ancianos. No podemos más. Les iremos llamando", escuchaba cada vez que llamaba.
A Eduardo hijo le cuesta hablar. Confiesa que se le pasó de todo por la cabeza. "Llamé 40 veces en un día. Siempre sonaba apagado. Y no podíamos entrar. Era desesperante. Pensé en saltar los controles y llevarme a mis padres. Solo quería que murieran agarrados de mi mano en mi casa. Me daba igual todo. Pensaba en estampar el coche en la puerta de la residencia y llevármelos. Tenía que haberlos sacado como sea", lamenta desgarrado.
El matrimonio no tenía patologías previas y gozaban de una salud envidiable. Se amaban, entraron juntos a la residencia y salían de vez en cuando a su casa, propiedad que seguían manteniendo. Ninguno dibujó un futuro tan atroz para ellos. Los peores tormentos ya los habían pasado, pero la tragedia se cebó de nuevo con ellos.
Las manos del milagro español
Eduardo y Paz pertenecieron a la Generación del Silencio, la que se crió entre bombas y obró el milagro económico español cuando reconstruyeron el país, entre la década del 50 y 70. Lo que vemos a nuestro alrededor, las infraestructuras, el desarrollo, su construcción desde los cimientos tuvo como protagonistas manos como las de este matrimonio.
Mientras comía un bocadillo cuando era niño, Eduardo vio en directo cómo a su amigo lo atravesó un obús, muriendo en el acto. Las penurias que pasó forjaron su carácter en el esfuerzo, la responsabilidad individual y el respeto a la vida.
La gente de su generación olvidó, anhelaba salir adelante, sin rencores. Así lo acordaron, así lo recuerda su hijo. Empezaron a edificar un país nuevo olvidando las miserias de la guerra.
Trabajaron muy duro. Eduardo Villanueva fue técnico instalador de gas en una fábrica de gases médicos. Recorrió España montando todos los cuadros de controles que pudo. Conoció a Paz y se enamoró de ella para siempre. La joven pasó de servir a importantes aristócratas a cocinar para directivos e ingenieros americanos del Plan Marshall.
Y de la España de las Hurdes se pasó a la España del Progreso, la que quería competir con Londres y París. La pareja era el claro ejemplo de la fuerza de los pioneros que lo consiguieron. Ahora, su hijo, sumido en una profunda tristeza se pregunta: "¿Para qué toda la vida trabajando, pagando impuestos, recomponiendo España y manteniendo sus infraestructuras? ¿Para que les den un calmante y les digan no molestéis?".
Sacrificio y ahorro
El matrimonio madrileño fijó su residencia en Carabanchel. Allí eran muy queridos. Paz nunca desvelaba su edad, "era muy presumida y tenía una gran genética". Ni ella ni él aparentaban que eran más mayores. Eduardo la cuidó hasta el final. "Mi padre la peinaba, la vestía... Ellos tenían unos valores enormes que nos inculcaron a mi hermana y a mí. Honor, dignidad, sacrificio y respeto", recuerda Eduardo hijo.
Eduardo y Paz eran de los que creían que las cosas llegaban gracias al ahorro y al esfuerzo personal. No se quejaban, no pedían cuentas a nadie, no eran jueces morales. Sus vigorosos espíritus rendían cuentas solo para con ellos mismos. No eran pusilánimes, eso ni pensarlo. Los pioneros eran así.
"Toda una vida de duro trabajo para esto. Pasaron hambre y miedo. Sacaron a España de dónde la habían hundido. Mis padres, como millones de padres y abuelos, llenaron las arcas públicas con su dinero ganado gracias a un duro trabajo. No sé cómo el Gobierno puede tener la conciencia tranquila. Esto es un genocidio", critica con la voz quebrada su hijo. "Casi un mes sin hablar con ellos y sabiendo que estaban mal, es para volverse loco. Cuando volví a verlos estaban en una caja con una pegatina. Solo nos permitieron acudir a tres personas al entierro. Los platós de televisión están llenos, ¿cómo se entiende esto?", se queja agriamente.
Eduardo padre no supo, afortunadamente, que su mujer había partido antes que él. Según comunicaron los sanitarios, "él ya estaba sedado". Pero, ya se sabe que los matrimonios tan fuertemente unidos, cuando uno se va, muere el otro al poco tiempo. Esas cosas pasan. Y así pasó con Eduardo, a las 48 horas se reunió con Paz, su amor de toda la vida.
Gracias a sus familiares, sirva este pequeño trozo de historia a modo de homenaje, como compensación y agradecimiento a su legado. Los álbumes y fotografías de las vidas de Eduardo y Paz siguen en la residencia. Sus recuerdos yacen en unas cajas que todavía no han podido ser recogidas. Descansen en paz los dos. Buen viaje, valientes.