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Víctor Lapuente: "Se está haciendo populismo contra la sanidad privada"

El politólogo afincado en Suecia asegura que "el teletrabajo va a hacer más por la igualdad de género que otras proclamas"

El politólogo afincado en Suecia asegura que "el teletrabajo va a hacer más por la igualdad de género que otras proclamas"
Víctor Lapuente. | Archivo

Víctor Lapuente (Chalamera, Huesca, 1976) es doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Oxford y desde hace años imparte su magisterio en un centro universitario de otro país, la Universidad de Gotemburgo (Suecia) donde reside sin dejar de mantener el contacto con España. Lo hace participando activamente en el debate público en las redes sociales y en sus distintas colaboraciones en medios de nuestro país.

El Skype, la herramienta de videollamada a través de la que atiende a Libertad Digital, tan en boga en este tiempo de confinamiento, no es nueva para él. Lleva años reivindicando el teletrabajo como antídoto a una excesivo "presencialismo" que a su juicio ha lastrado la vida de empresas y familias españolas.

Precisamente el haber conocido otras sociedades le permite poner en valor, como hacía en un reciente y celebrado artículo, la red de apoyo familiar de la que disfrutamos en España, seguramente sin ser muy conscientes de ello, algo sin duda clave ante una crisis sin precedentes. Por ahí comienza la conversación, en la que también se aborda la respuesta política y sanitaria del Covid-19, sin olvidar las duras implicaciones económicas que ya se están manifestando.

¿Es tan normal en otras latitudes que exista una red familiar tan fuerte como en España? Usted gráficamente ha dicho que en otros países tienen "casas más grandes, pero familias más pequeñas".

En los países nórdicos es muy habitual que los padres dejen dinero a sus hijos cobrándoles un interés. Porque si le dejan dinero a un hijo y no a otro hay uno de los hermanos que se beneficiaría de un interés cero. Esa red familiar ya fue muy importante en la anterior crisis y ahora lo será también. Evidentemente, un Estado moderno no puede depender simplemente de las redes familiares, pero creo que sí que es importante para situaciones así, y sobre todo casos en los que es necesario que todos arrimemos el hombro.

España es, junto a China e Italia, el país que de momento más crudamente esta viviendo esta tragedia. ¿Cómo valora la repuesta de las autoridades?

Si nos comparamos con otros países, en España ha habido más presencia de los políticos y menos de los tecnócratas. Una cosa es apelar al patriotismo y que estemos todos junto al Gobierno en los momentos más difíciles, que me parece correcto, pero tampoco es el momento de que el Gobierno utilice el prime time para justificarse. Ha habido un poco de abuso de políticos en primera línea. Han faltado técnicos cualificados explicando medidas concretas, más allá de Fernando Simón.

El Gobierno español está recibiendo muchas críticas, pero también otros gobernantes como Donald Trump o Boris Johnson. En EEUU la situación empieza a ser muy grave, con varios estados confinados.

Yo creo que la gran diferencia es entre los países asiáticos y los países occidentales. Los primeros actuaron de una manera muy contundente, porque tenían más experiencia previa. Su intervención fue muy rápida y, por decirlo de alguna manera, muy intervencionista. En cambio las democracias occidentales parecen haber empleado la filosofía del wait and see. Yo que he podido seguir la respuesta más de primera mano aquí, en Suecia, las declaraciones eran del tipo ‘esto no llegará’; ‘si llega, serán muy pocos casos’; ‘nuestro sistema está preparado’; ‘los vamos a tener controlados’; ‘bueno, parece que hay algunos contagios en la población’ todo de este cariz.

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Un momento de la conversación por videollamada con Víctor Lapuente | Libertad Digital.

Hasta cierto punto esto tiene una parte sana, y es que la respuesta se produce en las democracias, donde tenemos la transparencia de la que carecen otros países como China. Pero es llamativo que, en un mundo globalizado, nadie parezca aprender en cabeza ajena, en gobiernos de todo tipo. Ha habido un acelerón en la respuesta, de prácticamente obviar el problema a aplicar de repente medidas muy severas.

Ante el colapso sanitario hay un tipo de respuesta catastrofista, que viene a decir que no estábamos preparados. ¿Existe un sistema inmune ante una avalancha de enfermos así?

Esto afecta a la confianza ciudadana, sin duda. El sistema sanitario español es bueno, pero creo que algunas declaraciones han sido muy autocomplacientes. Nuestro sistema esta sometido a muchísimas presiones y con un grave problema de sostenibilidad a medio y largo plazo. Se ha estado manteniendo de manera decente gracias al sacrificio del personal sanitario, y también gracias al esfuerzo de la sanidad privada y concertada. Esto pone sobre la mesa las carencias del sistema, que nos vamos a tener que replantear si queremos seguir teniendo las mismas prestaciones.

Como mínimo tendremos que aumentar un 1% del PIB en gasto sanitario. Eso para mantenerlo, ya digo. Si además lo queremos tener preparado para nuevas crisis o nuevas pandemias tendremos que invertir aún más. Y es un doble esfuerzo, en primer lugar de recurso públicos y, en segundo lugar, reforzar la colaboración público-privada. Espero que se acaben las proclamas populistas atacando las colaboraciones público-privadas o los conciertos con la Sanidad privada. Ambas tienen cosas buenas que tenemos que reivindicar, sin enfrentarlas como enemigos. La discusión sobre esto se ha ideologizado mucho en los últimos años y eso ha ido en detrimento de las prestaciones sanitarias. Esperemos que esto sirva para reivindicar que necesitamos una Sanidad pública muy fuerte pero también una privada robusta, así como unos proveedores privados con los que tienes que colaborar.

En España hay un aplauso todos los días a las ocho de la tarde a los profesionales sanitarios. Son, din duda, los grandes héroes de esta guerra. También hay otros, los empleados de los supermercados, que pertenecen a un sector totalmente privado.

Hay una parte en el discurso gubernamental, o progresista, si quiere, que es la de poner en valor a quienes trabajan en los hospitales, y también en las residencias, eso es muy importante y coincido. Pero luego hay una crítica al empresariado o planteamientos de que esto es una lucha de clases. Si algo bueno puede salir de esta crisis es reivindicar que no hay tal lucha de clases, y que los intereses deben ir en corcondancia. Yo creo que esto es posible, a pesar de los intentos de politizar la cuestión. El aplauso de las ocho de la tarde a los sanitarios es explícito pero en general la gente, por ejemplo, seguramente va a aceptar de mejor grado pagar más por determinados productos sabiendo que así estamos apoyando al comerciante de debajo de casa, para que el dependiente tenga un salario decente, etc.

Yo confío en que esta crisis revitalice algo que en España ha estado pisoteado durante mucho tiempo, que es el sentimiento patriótico. Ahora parece que se lo apropia Pablo Iglesias, que por cierto es bastante inteligente para este tipo de cosas. Pero creo que es algo que los que vivimos fuera de España hemos echado a faltar en nuestro país.

Como ocurriera en la crisis del euro en 2012, se vuelve a plantear el debate de la mutualización de la deuda o, si se quiere, del norte contra el sur en el seno de la Unión Europea. Se lo pregunto a un europeo del sur que vive en el norte.

[Risas] Esto es una serie muy larga, faltan muchos episodios. Los que sufren más en unos capítulos puede que cedan ese testigo a otros. En cualquier caso, yo no esperaba demasiado de la respuesta de la UE. A corto plazo lo importante es no haber puesto zancadillas y haber relajado las reglas de déficit y permitir por tanto que los estados puedan poner en marcha estos programas ambiciosos. Son los que tienen el comportamiento más cercano de los problemas y porque cada estado lo está viviendo de una manera distinta.

Ya digo, no esperaría mucho más. En caliente va a ser muy difícil reestructurar y adoptar las medidas necesarias. Lo que dicta la lógica es que una unión monetaria necesita algún tipo de unión fiscal, por leve que sea. En general el planteamiento de un gran estado social europeo sigue siendo utópico. La evidencia señala que los estados del bienestar sólidos se dan en lugares relativamente pequeños. De hecho ocurre en Austria, los países nórdicos, incluso Bélgica u Holanda, países de tamaño mediano pequeño, los que han desarrollado estados del bienestar más avanzados. No pondría demasiadas esperanzas en eso, es un poco la costumbre de encontrar enemigos fuera.

Ante una situación tan dantesca, cuyo parangón más cercano en el tiempo sería la Segunda Guerra Mundial, nada menos, todo se replantea. Quién le iba a decir a Podemos que mandataria desde el Gobierno al Ejército para patrullar las calles, por ejemplo. Por otro lado, desde ópticas liberales, como en España acaba de hacer el exportavoz económico de Ciudadanos, Toni Roldán, se empieza a contemplar la idea de la renta básica.

Quién nos hubiera dicho hace apenas meses que iban a estar proponiendo una renta mínima Donald Trump, Boris Johnson o Luis de Guindos. Existe la teoría de que cada gran tragedia humana produce importantes cambios de paradigma. En primer lugar: algún tipo de medida hay que adoptar, eso seguro. Desde foros o plataformas liberales, como The Economist, esto se ve con preocupación, porque argumentan que una vez que se le ha dado una autoridad al Estado es muy difícil revertir el proceso. Es muy fácil que lo asuma y es muy difícil luego quitárselo. Esto se ve claramente con perspectiva histórica, cuando analizas el porcentaje de la riqueza que controlan los estados, que ha pasado desde un 5% en los siglos XVII o XVIII, en el Imperio Británico, que era el más grande, hasta en la actualidad, que anda casi en el 50%. Esto explica que Trump o Johnson estén buscando ayudas lo más puntuales posibles y que no generen una dependencia o demasiadas expectativas ciudadanos. Desde posiciones progresistas se están buscando mecanismos que, por el contrario, puedan tener cierta estabilidad.

En particular la renta mínima la veo como una idea lejana. Sí que veo un ingreso mínimo vital acotado a determinados grupos, pero no su universalización. Sería difícil de financiar, sobre todo todo en un momento en el que tenemos problemas de déficit muy fuertes. También llevaría aparejados otros problemas de desigualdad, he escrito bastante sobre esto. Se podría crear una sociedad con dos tipos de ciudadanos, unos que viven del Estado y otros que colaboran con sus impuestos. Pero algo hay que hacer, la situación en España es tremenda. No conozco a nadie que no conozca a nadie que lo este pasando verdaderamente mal en nuestro país.

¿El teletrabajo es la gran ventaja que vamos a sacar de esta tragedia?

En los países nórdicos está implantada desde hace tiempo esa cultura. Es muy normal trabajar desde casa. Yo creo que se plantean dos revoluciones que van de la mano: el teletrabajo, por un lado, y por otro la de la conciliación familiar. La cultura presencialista que hay en España ha implicado mucha esclavitud en la oficina y descuidar la vida familiar. Cuando hablamos de la igualdad de género, yo creo que uno de los grandes temas pendientes era este. El teletrabajo permite una mayor cercanía, de los hombres sobre todo, a la familia. Eso va a ser mucho más importante que otro tipo de reivindicaciones más explícitas en esa materia.

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