Si un gobierno nunca es un bloque monolítico sino un cóctel de vanidades e intereses políticos enfrentados, más aún lo es un gobierno de coalición en el que la clave partidista divide a la coalición cuando ésta pone en riesgo los resultados del partido ante una convocatoria electoral. La cercanía de las elecciones gallegas y vascas, y las primeras encuestas que apuntan a un repunte de Podemos a costa de la erosión en el PSOE, disparan el miedo al temido abrazo del oso que permita a Podemos fagocitar a una parte del electorado socialista como ocurrió en 2015, cuando a ambas formaciones les separaron apenas 200.000 votos de diferencia en un sorpasso de facto.
Un factor que no abandona nunca las mentes de los estrategas de ambas formaciones, obligadas al equilibrio de lograr una unidad de acción que garantice la estabilidad del gobierno "progresista", al tiempo que calculan meticulosamente cuál de los dos facciones del Gobierno rentabilizará el éxito de las políticas exitosas o asumirá el coste de los fracasos.
Un buen ejemplo de ello lo encontramos esta semana en la primera gran batalla que se ha librado en el Ejecutivo, en la que Podemos se ha hecho con la victoria tras haberse impuesto la ministra de Igualdad, Irene Montero, al criterio del ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, y la vicepresidenta primera, Carmen Calvo. Pese a haber dirigido esta última las políticas feministas en la anterior legislatura, poniéndose al frente de la pancarta el 8-M y plasmando esa bandera hasta en el vestir –famosas se hicieron sus camisetas "Yes, I’m a feminist"–, Montero "se apuntará el tanto" de la aprobación del ‘sí es sí’ que acuñó la propia Calvo en el Congreso en la anterior legislatura arrebatándole la maternidad del proyecto en el Consejo de Ministros.
Objetivo: "quemar" a Iglesias
Son conscientes en Moncloa que ésta será una primera victoria de la formación morada, a quien intentaron quitar esa bandera incorporando la modificación de la tipificación de los delitos sexuales en el Código Penal, pero no son especialmente dramáticos ni pesimistas al respecto ya que "habrá otras victorias", asuntos en los que el PSOE llevará la iniciativa y el beneficio. Por contra, en donde sí hay cierta inquietud es en el excesivo protagonismo que ha adquirido en las últimas semanas el vicepresidente segundo del Ejecutivo.
Mientras Pedro Sánchez asume el coste del ‘caso Ábalos’, las protestas de los agricultores o la destitución del exdirector de la Agencia EFE en una nueva evidencia de la deriva autoritaria del Gobierno, Pablo Iglesias se queda con la foto, la imagen propagandística de cara a la galería que no reporta costes sino beneficios al no mediar las explicaciones ni preguntas de la prensa. Por no hablar de su Ministerio, ubicado en el de Sanidad y Consumo al que algunos definen como la "casa de los líos" con los ministros Illa, Garzón e Iglesias "peleándose por el mejor despacho".
La maquina propagandística de Iglesias
Iglesias ha cambiado hasta su entrada habitual al Congreso para no toparse con los periodistas. En lugar del transitado pasillo, ahora lo hace directamente desde la primera planta en la que se ubica su despacho, que le permite acceder directamente al Hemiciclo. Es la otra cara de la moneda, la parte con la que no contaban en Moncloa al diseñar un gobierno con carteras simbólicas ni competencias para los morados: que Iglesias diseñara un aparato por y para la foto y, lo que es peor, que tuviera bula mediática para hacerlo. Los nuevos usos y costumbres han activado una nueva estrategia en el Gobierno para que el Gobierno reparta cargas y el número tres del Ejecutivo "se coma también el marrón".
El objetivo según Moncloa es "darle más protagonismo" que es precisamente donde radica el riesgo, para "quemarle" pero sin pasarse. No para menoscabar su autoridad como vicepresidente ni líder de Podemos sino porque "si nos quemamos, nos quemamos todos" y al contrario, también. En Moncloa abren el foco, dan las luces largas y explican que éste es el motivo por el que se le incluyó en la mesa de diálogo, no sólo como mediador para atraer a la mesa al independentismo más reacio sino también para "pisar el barro" y ser coautor de la política catalana en lugar de "inhibirse" como se aseguró en un principio. Sólo de esta forma se podrá evitar ponerle en bandeja una posible arma electoral en caso de fracaso e hipotética ruptura.
Su inclusión en la Mesa
También por este motivo se le dejó hacer cuando intentó liderar, sin éxito, las reuniones con las organizaciones agrarias a las que se dejó plantadas y convocadas una semana después con el consiguiente enfado. Y con la misma sonrisa serena de quien contempla los movimientos erráticos del adversario, se asistió a la última sesión de control en la que Iglesias terminó acorralado con cuatro preguntas de la oposición frente a las dos de Pedro Sánchez. "Estamos ganando las sesiones de control", explican con satisfacción algunos de los estrategas cercanos. "¿Dónde está el Pablo Iglesias que se lo iba a comer por las patas?", se preguntan otros.
En el entorno del presidente dejan claro que la relación es buena, que "no tenemos ningún problema" porque "no nos da ningún problema, al contrario". Su aproximación es leal, con voluntad sincera de que la coalición tenga éxito. Y así interpretan en el Gobierno los múltiples sapos que se ha tenido que tragar Podemos: "¿Quién defendió el nombramiento de Dolores Delgado tras haber pedido su dimisión en el pasado?", "¿quién fue a ver al Rey?", preguntan mientras aplauden una metamorfosis que afecta a todos sus ministros, véase el baño de realidad de Alberto Garzón a la hora de intentar regular el juego.
Pero la satisfacción socialista por esta transición a la "institucionalidad" no les priva de cautelas. Los galones aportan prevención para repetir experiencias pasadas como la que sucedió en Cantabria en 2003 cuando el PSOE encumbró a la tercera fuerza (el PRC) siendo segundo para hacer presidente a un Miguel Ángel Revilla cuyo poder es hoy incontestable tras haber arrebatado su espacio al socialismo montañés.
En esto radica la estrategia: adelantarse a escenarios futuros e indeseables garantizándose ser ellos quienes ejecuten el abrazo del oso. Una expresión que manifiesta esa demostración de afecto que encierra una trampa, como la de que Pedro Sánchez ceda gratuitamente protagonismo a quien antes le quitaba el sueño, o le entregue la política sobre Cataluña, de la que se iba a inhibir. Un protagonismo de doble filo mientras disfrutan del momento de éxito de la coalición. En los Pasos Perdidos del Congreso resuenan aún los ecos de Romanones recordándonos que en política cuando digo para siempre ‘’me refiero sólo al momento presente". Dicho de otra forma: socios, hasta que las elecciones os separe.