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¿Realmente suma la coalición PP-Cs a la que se abre Arrimadas tras negarla siempre Rivera?

La unión con los de Casado podría ahuyentar al votante del cinturón de Barcelona, que Arrimadas tiñó de naranja en su gran victoria de 2017.

Casado y Arrimadas. | EFE

Inés Arrimadas, líder in pectore de Ciudadanos siempre que Francisco Igea, el vicepresidente de Castilla y León, no decida finalmente disputarle la sucesión de Albert Rivera en las primarias del partido, tiene una apuesta clara que ha hecho pública de manera transparente y que esta semana ha recibido el aval unánime de la Gestora que dirige de manera interina el partido.

Después del rechazo de Rivera a las ofertas de coalición que durante todo 2019 le hizo Pablo Casado, la actual portavoz parlamentaria de la formación naranja ha decidido que la convergencia con el PP en las tres citas electorales de 2020, Galicia, País Vasco y Cataluña, enmascarada en sus pronunciamientos públicos como un acuerdo "transversal" de los constitucionalistas abierto incluso al PSOE (algo políticamente quimérico), es el nuevo rumbo que debe tomar su formación. Igea y los críticos defienden, por el contrario, que el partido nacido en Cataluña en 2006 tras la iniciativa de intelectuales en la órbita de la izquierda catalana, descontentos con la deriva del PSC de los tripartitos con ERC, debe mantener, como hasta ahora, su autonomía.

Al margen del debate interno y del que ya se está planteando los nombres de esas eventuales coaliciones, con la candidata naranja en Cataluña, Lorena Roldán, puesta en duda por el PP, con la incógnita de si Alfonso Alonso será el candidato de los populares en el País Vasco y con los recelos del presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, cabe preguntarse si la entente entre el gran partido histórico del centroderecha español y la formación centrista es, en términos políticos, un buen negocio. Máxime en un contexto en el que hay un fuerte competidor a la derecha de esos dos partidos, como es Vox.

¿Cuándo funciona una coalición?

Según Manuel Mostaza, director de asuntos públicos de Atrevia y experto en demoscopia, las coaliciones electorales suelen funcionar cuando hay un partido grande y otro pequeño. Así ocurrió, destaca, en la primera experiencia de coalición entre PP y Ciudadanos, si bien de manera indirecta, con el acuerdo de Navarra Suma de 2019, en el que Unión del Pueblo Navarro (UPN) la fuerza hegemónica de la derecha en la Comunidad Foral, aunaba a un PP minoritario en ese territorio y a un Ciudadanos residual.

Inés Arrimadas y Albert Rivera, la noche de la victoria de Ciudadanos en 2017. | EFE

Por eso, argumenta, la situación es sensiblemente distinta en Cataluña, donde a pesar de lo dicho el PP sigue siendo un partido con presencia institucional y que el 10-N se recuperó notablemente, logrando el mismo resultado en escaños (dos por Barcelona) que Ciudadanos. Los populares tienen, además, concejales tanto en Barcelona como en Tarragona por lo que no son, concluye Mostaza, "equiparables a Ciudadanos en Galicia y País Vasco".

El perfil del votante de Ciudadanos y PP en Cataluña, sobre todo en Barcelona y su área metropolitana, donde se concentra buena parte del mismo (y buena parte también de la población de esa comunidad autónoma) tienen en común, subraya Mostaza, "que el castellano es su lengua materna" pero el del partido naranja, a diferencia de lo que ocurre en otros lugares de España, "está un poco más a la izquierda". Algo que podría expulsar hacia el PSC a muchos electores en caso de implementarse la coalición de PP y Ciudadanos.

Fuentes del partido naranja, por el contrario, sostienen que el votante constitucionalista reclama unidad, máxime ante el pacto de Pedro Sánchez con ERC para sacar adelante su investidura como presidente del Gobierno. "La gente no para de decirme por la calle, cuando voy a Barcelona, que tenemos que unirnos" asegura en privado uno de los dirigentes más próximos a Arrimadas, quien no en vano habló, en la rueda de prensa en la que hizo su propuesta, de "momentos excepcionales, lugares excepcionales y circunstancias excepcionales".

La meta de la unión, según explican fuentes del PP, es evitar que "los constitucionalistas" en Cataluña se sientan desamparados. Confían en que, si llega a buen puerto esta unión, a pesar de la bajada de Ciudadanos en las encuestas, existiría la posibilidad de mantenerse cerca de ser primera fuerza.

La experiencia de los últimos años, antes incluso de las históricas autonómicas de 2017 –convocadas por Mariano Rajoy en virtud del artículo 155, aplicado tras el golpe secesionista de aquel año– evidencia que el votante del cinturón industrial o rojo de Barcelona, tradicionalmente un territorio del PSC, puede oscilar en apenas meses entre el naranja de las elecciones autonómicas de 2015 (cuando Arrimadas logró el primer hito de su carrera, al lograr la segunda posición) al morado de las generales celebradas en diciembre de ese mismo año, cuando la confluencia de Podemos ganó en Cataluña, como casi siempre habían hecho los socialistas catalanes.

País Vasco, el territorio más óptimo

Las virtudes de la coalición parecen menos discutibles en el País Vasco. Allí Ciudadanos ha fracasado reiteradamente, desde que en las últimas autonómicas, celebradas en 2016, se quedó fuera del Parlamento de Vitoria, algo que incluso había logrado dos veces, con un escaño por Álava, UPyD. Después de las municipales de 2019, Ciudadanos se quedó sin un solo concejal en toda la comunidad, pero pese a ello Rivera vetó la unión con el PP para las generales, destituyendo incluso a parte de su cúpula en Álava por iniciar contactos con los de Alfonso Alonso.

El presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo. | EFE

Tanto en abril como en las elecciones repetidas de noviembre, Ciudadanos (y Vox) arrebataron al PP unos miles de votos en Álava con los que los populares hubieran arrebatado el último escaño por la provincia a Bildu, impidiendo, además, que los proetarras tuviesen, como ahora, grupo propio en el Congreso de los Diputados.

Ideológicamente, el nítido rechazo de Ciudadanos a la fiscalidad especial vasca, un aspecto en el que Rivera ya reculó en Navarra, parece el aspecto de más difícil encaje. Preguntada por ello esta semana, la portavoz de la Gestora naranja, Melisa Rodríguez, evitaba pronunciarse, asegurando que tanto las cuestiones de fondo como la elaboración de las listas no son lo prioritario en estos momentos. Manuel Mostaza considera que es un aspecto que el PNV podría explotar en la competición electoral para atraer al votante "más moderado" de los nacionalistas, el que los peneuvistas han logrado atraer los últimos años, tras el fracaso del Plan Ibarretxe, permitiéndoles por ejemplo gobernar en Álava, la provincia en la que tradicionalmente el PP había sido hegemónico.

Galicia

Y si la coalición tiene un resultado incierto en Cataluña y parece bastante óptima en el País Vasco, en Galicia es donde resultaría menos necesaria, aunque como ya ha advertido Arrimadas a Feijóo, le podría costar caro "despreciar" a Ciudadanos, dado el precario hilo del que depende su mayoría absoluta, que deberá revalidar si quiere seguir en el Gobierno. El partido naranja ha fracasado en su implantación allí, pero pese a ello llegó a obtener escaños en Coruña y Pontevedra el pasado abril y tiene, a diferencia de en el País Vasco, alguna presencia institucional en los ayuntamientos.

El PP gallego, por su parte, tiene las cosas muy claras: el constitucionalismo ya está reunido bajo el "paraguas de Alberto Núñez Feijóo". No sólo eso, opina Manuel Mostaza, sino que desde tiempos de Manuel Fraga los populares han conseguido que, a diferencia de en el País Vasco y en Cataluña, nadie les compita en lo que podría ser el espacio del "galleguismo conservador". La inmersión y normalización del gallego, sin ir más lejos, ha sido obra de las administraciones populares.

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