El todavía presidente de la Generalidad, Quim Torra, ha recibido al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, como si fuera un jefe de Estado. Máximo despliegue institucional, lo que traducido a la administración catalana es una hilera de Mossos en uniforme de gala, tocados con chistera y en alpargatas, para que Sánchez pasara revista en las cocheras del palacio regional. Un ostentoso gesto contra la Corona destinado a satisfacer el ego presidencial. Ha sido el primer punto de encuentro.
El presidente autonómico actúa como si sus horizontes judicial y político estuvieran absolutamente despejados, como si no hubiera anunciado la pasada semana que su gobierno está roto, que ha perdido la confianza en sus socios de ERC y que convocará elecciones en cuanto estén aprobados los presupuestos de la comunidad, como si fuera a permanecer de manera prolongada en el foco político. Es otro trampantojo, como el de los honores de jefe de Estado a Pedro Sánchez.
Tras hora y media de reunión, los mensajes son divergentes, pero la puesta en escena común. Ambos dicen estar absolutamente concernidos en la resolución de lo que consideran un conflicto. Torra ha percibido los sutiles guiños de Sánchez, el trato diferencial, de colega a colega, disueltas las diferencias entre Estado y autonomía, entre nación y región. También le ha debido satisfacer que Sánchez haya dejado claro que "el diálogo se debe desarrollar dentro de la ley, pero la ley no basta". Es una rendija similar a la de diciembre de 2018, cuando tras la reunión de Pedralbes se sustituyó la Constitución por una vaga "seguridad jurídica".
"Todos hemos perdido"
Otro detalle de Sánchez es el ofrecimiento de tablas. Después de diez años de ilegalidades galopantes, de aplastamiento de la oposición en Cataluña, de negación sistemática de los derechos ciudadanos y tras el golpe de Estado de octubre de 2017 "nadie ha ganado y todos hemos perdido, la ciudadanía está harta del empate perpetuo", ha declarado Sánchez. Ahí está la renuncia a la justicia, la desjudicialización por la que clama el separatismo.
La mesa de diálogo se reunirá en breve, no habrá relator y donde los separatistas hablan de autodeterminación y amnistía, el Gobierno ofrece trato bilateral, nueva financiación, inyecciones económicas, nuevas infraestructuras y cooperación en todo tipo de materias, trato de privilegio que Torra aprecia, agradece pero que juzga notoriamente insuficiente.
El desahuciado Torra aún mantiene las riendas del gobierno catalán y aspira contra los elementos a liderar la parte catalana de un proceso que según Sánchez "supera en relevancia a quienes lo hemos iniciado". Ha dicho agradecer que el presidente del Gobierno le reconozca capacitado para poner en marcha la mesa de diálogo, todo un detalle por parte del presidente del Gobierno tratándose Torra de un pato cojo, un político más que amortizado.
Salida de los Jordis
El dirigente separatista no se ha movido del sitio, bilateralidad, autodeterminación, referéndum e impunidad jurídica. Valora de manera muy positiva los pasos dados en tres reuniones con Sánchez. En la primera, tras la moción de censura y en Moncloa, se fijó que lo de Cataluña no era un golpe de Estado sino un "conflicto político", según la versión de Torra. En Pedralbes, segunda cita, se celebró el entierro de la Constitución. Y ahora, la mesa de diálogo. Las posiciones, reconocen ambas partes, están muy lejos, pero el empate del que habló Sánchez es una victoria en campo contrario para el separatismo. En octubre del año pasado, Sánchez se jactaba de no coger el teléfono a Torra. Hoy mismo, la Junta de Tratamiento Penitenciario dará vía libre para que los Jordis, Sánchez y Cuixart, sólo tengan que pernoctar en la cárcel. Se les aplicará la doctrina Oriol Pujol, el artículo 100.2. Ni Torra ni Sánchez se han referido al asunto. El acuerdo incluye mantener una discreción absoluta sobre la agenda oculta.