No puede decirse que Susana Díaz no lo haya intentado. Cuando se conoció que las asambleas locales del PSOE de las provincias de Sevilla, Cádiz, Córdoba y Almería no había elegido a los cuatro ministros propuestos por Pedro Sánchez para encabezar las listas, el martillo pilón de Pedro Sánchez, su amigo José Luis Ábalos, ahora ministro de Fomento, lo dijo con claridad: sería la dirección del partido la que impondría tales nombres. Y lo han hecho por decreto.
En este caso, es cierto, acompañado de las normas internas del partido que consideran que las listas de las elecciones generales deben estar "peinadas" por la secretaría general y su equipo dirigente. Pero, dado el caso de que las bases socialistas andaluzas se han pronunciado en contra de sus designios, cabe considerar que Sánchez, el "decreteitor", tal vez el presidente del gobierno que más decretos haya dictado en la historia reciente, ha emitido otro de sus decretos.
O sea, que, a pesar del suspenso de los afiliados votantes socialistas, María Jesús Montero, ministra de Hacienda), José Guirao, de Cultura, Luis Planas de Agricultur) y Fernando Grande-Marlaska de Interior serán los cabezas de lista por el PSOE en Sevilla, Almería, Córdoba y Cádiz, respectivamente, por decreto.
Susana Díaz, que ha perdido pero que no tanto porque ha sido capaz de hacer visible el modo de gobernar de Pedro Sánchez emitiendo un vistoso aviso a navegantes para las generales, se ha apresurado a destacar la fortaleza de la militancia andaluza si bien ha admitido que era necesario combinar el rugido de esa voz con el martillo de la dirección nacional que ha impuesto finalmente a los cuatro ministros que deseaba. Para ello, ciertamente, ha tenido que ceder otras cosas, menores pero visibles.
Por ejemplo, el miembro de la ejecutiva federal y sanchista de pro, Francisco Salazar, que la dirección nacional quería en las listas, ha quedado fuera. Por el contrario, Pedro Sánchez tendrá que verle la cara a Antonio Pradas en el número 2 por Sevilla. No es cualquier ricino, porque Pradas fue quien dirigió la operación de acoso contra Pedro Sánchez en 2016.
Verónica Pérez, el otro yo de Susana Díaz y que se encarga de la provincia de Sevilla, ha logrado relegar al delegado del gobierno en Andalucía y hombre clave del sanchismo en el Sur, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, al puesto número cuatro. Puede salir, pero… Eso sí, se ha tenido que merendar a una María Jesús Montero que había quedado la número 10 en las elecciones de las bases. El primero, por cierto, fue Antonio Pradas.
En Córdoba, en Almería e incluso en Málaga y Cádiz ha habido, como es natural, sus más y sus menos. Pedro Sánchez no sólo ha impuesto a sus ministros en las cabeceras de listas, sino que en Málaga ha rechazado a Miguel Ángel Heredia, susanista, que va de número uno al Senado.
El PP andaluz no ha perdido el tiempo en sutilezas y ha anunciado a bombo y platillo que Susana Díaz ha perdido "la guerra civil interna" del PSOE y ha tenido que agachar la cabeza ante el ordeno y mando de Pedro Sánchez.
Según el PP andaluz ha habido dos elecciones, las primarias y las secundarias. Las primeras han sido ganadas por los afines a Susana Díaz, pero las segundas han sido fruto de la voluntad de Pedro Sánchez. Lo de llamar "elecciones secundarias" al decretazo de Pedro Sánchez es una curiosa forma de ver lo ocurrido.
Naturalmente, el PP andaluz ha tratado de ligar el espectáculo interno del PSOE a su incapacidad para admitir la derrota en las elecciones andaluzas y al miedo a las alfombras que han empezado a levantarse en Andalucía. Eso sí, un ex consejero socialista, José Fiscal, de Medio Ambiente, afea a los populares lo de meterse en los asuntos del PSOE, algo que, como es sabido, el PSOE andaluz no ha hecho nunca.
Ahora sólo queda esperar los resultados electorales. Los ministros saldrán, probablemente, elegidos en sus circunscripciones respectivas, pero el escaso entusiasmo puede afectar, precisamente, a los candidatos susanistas, que van por detrás. Tras las elecciones del 28 de abril, el poder de Susana Díaz será menor a menos que haya un cataclismo electoral que arrincone a Pedro Sánchez, que, por ahora, no se ve en el trufado de las encuestas del CIS.
Una vez terminado todo el proceso electoral, el nacional y el autonómico, se producirá el ajuste definitivo de las cuentas. Sólo podrá quedar uno.