Cada dos días una persona decide quitarse la vida en alguno de los 13.500 kilómetros de vías ferroviarias que recorren España. Al otro lado del cristal de la locomotora, un maquinista se habrá convertido en testigo de excepción de esta muerte. El frenazo se alarga durante casi un kilómetro y el escaso margen de maniobra alimenta su frustración. Es la realidad oculta fuera del mundo ferroviario. Entre compañeros, los arrollamientos copan sus temas de conversación diarios. Protagonizan cafés, relevos y grupos de WhatsApp. Los maquinistas frivolizan con la muerte como terapia contra el miedo. Asoma el temor al posible estrés postraumático y en su jerga aparecen los conceptos de impotencia o culpa. Lo achacan a la insuficiente asistencia psicológica actual tras un arrollamiento. "Es telefónica, fría y a distancia", afirma Ángel Peña, delegado de Seguridad del Sindicato Español de Maquinistas y Ayudantes Ferroviarios (SEMAF). Libertad Digital se reúne con cinco maquinistas para saber cómo afrontan las dificultades cuando sufren un arrollamiento y cómo manejan la presión cuando todavía no lo han padecido. Este es su trayecto más personal.
Baja la mirada, se le quiebra la voz y agita fuertemente la cuchara con la que remueve el café que se está tomando en el bar Anjor del madrileño barrio de Carabanchel. Virginia Chamorro González no ha cumplido 30 años de edad y ya cuenta con un arrollamiento en su trayectoria: "es la letra pequeña del contrato", reconoce. "Tenía 23 años y sólo llevaba cuatro meses trabajando cuando arrollé a una persona". Chamorro es un ejemplo del cambio generacional que se está produciendo entre los conductores de Renfe. La jubilación masiva de los maquinistas que llegaron hace treinta años —entonces se accedía a través del servicio militar— provoca que este año se oferten 410 plazas vacantes en una plantilla de 5.300 trabajadores. A la joven Virginia, de naturaleza risueña, le cambia el rictus al recordar la escena. "El hombre bajaba hacia la vía y no creí que la fuera a cruzar, pero entonces se tumbó boca arriba sobre uno de los carriles", explica. Y guarda silencio. "Yo le pasé por la mitad de todo el cuerpo". Tras una pausa, la maquinista retoma su sonrisa previa. Ha llegado a la cita ataviada con el uniforme de Cercanías Madrid y anuncia orgullosa que pertenece a la cuarta generación de ferroviarios de su familia. Mantener esta tradición familiar la ha incorporado a un gremio donde actualmente sólo el 3% de los trabajadores son mujeres. Entre sus compañeros, muchos llegan a la profesión atraídos por sueldos que rondan los tres mil euros netos mensuales, mientras que para otros conducir trenes supone cumplir su sueño de infancia. Antes de embarcarse en esta jugosa oposición es preciso obtener el título de Conducción Ferroviaria, cuyo precio asciende a veinte mil euros, un desembolso que los padres de Virginia no dudaron en realizar.
P- ¿Cree que la sociedad conoce su trabajo?
R- Me preguntan más por lo que gano que por cómo es mi trabajo o por cómo me encuentro con esto. La sociedad lo que busca es el dinero.
P- ¿Qué ocurre tras un arrollamiento?
R- Lo primero es auxiliar a la persona. Yo me acerqué y no escuchaba nada… Entonces la gente del andén se asoma y baja a mirar, la gente es muy morbosa. Ellos miraban y yo no pude hacerlo porque sabía que si lo hacía esa imagen iba a estar para toda la vida en mi cabeza. El hombre estaba debajo, partido en dos. En la estación no había agente de seguridad ni nadie que me pudiera echar una mano y me quedé un poco en shock, es algo que no te esperas. Nunca sabes cómo te va a pasar. Estaba pensando que me iba a Madrid a casa y con esto se me quitó el hambre, el sueño...se me quitó todo, todo, todo. Esperé a que vinieran los bomberos y los Mossos porque esto me ocurrió en Barcelona. Me tomaron declaración en catalán, a lo que se suma ese problema, porque nadie te informa de esto. Estaba declarando en castellano y ellos lo transcribieron en catalán, lo que te incapacita a la hora de revisar la testificación. Si no entiendes el idioma, no puedes corregir nada. Son obstáculos añadidos.
La declaración del maquinista es crucial, muchos familiares de las víctimas deciden denunciar al conductor y a la empresa ferroviaria cuando dudan de las circunstancias o causas del accidente.
Selfies y conatos suicidas
Cuando se produce un arrollamiento, el savoir faire del maquinista es decisivo. Debe lidiar con las protestas de pasajeros indignados por los retrasos y con la ejecución minuciosa de los protocolos de seguridad. Durante las largas esperas hasta que llegan los servicios de emergencia, muchos viajeros deciden abandonar los coches por su propio pie, "incluso bajan a hacer fotos o grabar vídeos al muerto". Habla Miguel García, que tras 33 años como maquinista, se considera afortunado. "Sólo" ha sufrido dos muertes sobre raíles. "El primero fue el 7 de junio de 1988 y el segundo el 5 de enero (la noche de Reyes) del año 1994". Los maquinistas recuerdan irremediablemente las fechas de sus arrollamientos. Se graban a fuego. Existen dos realidades básicas que todos aprenden: que el periodo de Navidad es el más trágico del año y que Barcelona es la localización con más suicidas en las vías del tren. Allí acontecieron casi la mitad de los 161 arrollamientos que se registraron en España el año pasado. Por eso, en los núcleos urbanos con tráfico intenso es fundamental que los pasajeros comprendan por qué van a llegar tarde al destino, así que en Madrid y Barcelona las empresas Renfe y Cercanías optan por informar en redes sociales sobre las causas de los retrasos, sin ningún eufemismo.
Una mujer pensativa se sienta junto a la vía. Otro joven se esconde a un lado. Estas imágenes, inapreciables para el resto de viajeros, recobran importancia en la entrenada pericia visual de un maquinista. Porque los detalles más pequeños pueden anunciar lo peor. La llamada telefónica del conductor de Renfe al mando de control de Adif —empresa responsable de las vías— interrumpe la soledad en cabina. Gracias a estos avisos de alerta otros maquinistas pasarán lentamente por ese mismo punto sospechoso. El frenazo a tiempo puede obrar el milagro: evitar un suicidio. Razón por la que a Miguel García, maquinista de 54 años, su profesión le sigue apasionando. Lo demuestra día a día a través de su cuenta de Twitter, donde bajo el nombre de @maquinistilla informa a sus casi 5 mil seguidores sobre anécdotas ferroviarias y publica fotos de trenes. Este catalán llegó a la profesión por casualidad tras abandonar sus estudios en Ciencias de la Información, una vocación periodística que queda patente en su perfil tuitero.
P- ¿Qué hace cuando logra salvar una vida?
R- La situación es imprevisible. Te bajas a la vía y preguntas a la persona qué le pasa, si es consciente de lo que está haciendo. Haces lo que te sale en ese momento, no hay un manual. Te puedes incluso cabrear, cogerle y darle dos hostias. Decirle, ¿qué coño estás haciendo? ¡Me estás buscando la ruina! Aunque al final acabemos los dos llorando por los problemas que me cuente.
Después de un episodio así, la adrenalina del maquinista vuelve a los niveles habituales y el conductor debe continuar su jornada. Psicológicamente estos fenómenos van dejando un poso mental que tienen que saber manejar, por eso desde el Sindicato Español de Maquinistas y Ayudantes Ferroviarios (SEMAF) se reclama un cambio normativo. El accidente en el barrio santiagués de Angrois, el 24 de julio de 2013, supuso un punto de inflexión respecto a diferentes medidas de seguridad. A partir de entonces se implantaron exámenes psicotécnicos anuales y análisis de sangre sorpresa para detectar la ingesta de alcohol o drogas entre los conductores en turno. "Es el maquinista el que está ahí solo. Lo que pretendemos es tener una formación de liderazgo de esas situaciones para saber cómo actuar", apunta Ángel Peña, secretario de Salud Laboral de SEMAF, que se muestra pesimista con la regulación actual. La ansiada calma no llega hasta unas dos horas después del arrollamiento, cuando el maquinista ha organizado la reubicación de pasajeros, atendido sus dudas y testificado ante las autoridades. En ese momento recibe la llamada de un psicólogo de Atenzia —empresa subcontratada por Renfe— para encargarse del bienestar mental del maquinista. El seguimiento se produce durante tres días a través una llamada telefónica diaria y finaliza con un contacto más al cabo de un mes.
Cerca de la estación de Atocha, en la sede del sindicato, espera Diego Martín. En sus diez años de experiencia la estadística aún está de su lado. Su juventud —tiene 31 años— y sus horas como liberado sindical, donde ejerce labores de comunicación, han contribuido a que Diego aún no haya sufrido este tipo de accidentes. En cualquier caso, Diego sabe a qué se enfrentan los maquinistas que viven con la experiencia de un arrollamiento; ha palpado la presión con conatos que anuncian la magnitud de los accidentes mortales.
P- ¿Cuál ha sido su peor momento?
R- En mi quinto día de trabajo una persona se puso de pie sobre la vía y con los brazos en cruz, mirando hacia mí para suicidarse. Observar cómo te miran antes de quitarse la vida marca para siempre. Por eso la preparación psicológica debe aplicarse ya en las escuelas (donde se imparte el título de conducción) y hasta en las propias empresas. Milagrosamente, me dio tiempo a frenar.
Para Diego los psicólogos deben atender al maquinista en persona, las llamadas telefónicas no son efectivas. Por eso desde el sindicato esperan aprobar próximamente un texto donde concretan sus peticiones: la principal, que la baja laboral sea automática y durante un mínimo de dos días, sin que el maquinista tenga que solicitarlo.
Tragedias personales y pérdidas económicas
Recurrimos al "antes me tiro a la vía" como expresión histórica para exclamar desasosiego. Porque con el invento del ferrocarril también llegó esta nueva forma de quitarse la vida, y con ella, el tabú. La cuestión lleva sobre la mesa de las empresas ferroviarias españolas desde los años 70; a ella se enfrentan desde entonces un conglomerado formado por 42 compañías y los Metros de ciudades como Madrid o Barcelona. No se trata solamente de las muertes y su impacto personal para víctimas y maquinistas, también preocupa el daño económico que provocan. Tal y como se apunta en el último Informe Europeo sobre Seguridad Ferroviaria, "son una fuente de terrible tragedia personal, [...] junto con importantes retrasos y costos innecesarios para el sistema ferroviario".
Como peatones, todavía suspendemos en educación vial. Olvidados pasos a nivel, barreras rojiblancas y carriles expuestos a los juegos de adolescentes conformaban una postal de España ya desaparecida gracias a la retirada progresiva de estos elementos en busca de la necesaria seguridad. "No es lo mismo arrollar a un suicida que a un niño al que se le queda enganchada la bicicleta, es lo que llamamos un ‘tránsito indebido’. El acto no cambia, pero las consecuencias psicológicas para nosotros, sí", señala el millennial Miguel Yunquera (29), cuya pasión ferroviaria asoma en todas y cada una de sus palabras. Habla con la distancia que le da la ausencia de arrollamientos que ha sufrido como maquinista, aunque en sus años como delegado de Seguridad de SEMAF en Barcelona ha atendido a muchos compañeros.
P- Usted no ha sufrido ningún arrollamiento, ¿todo cambia?
R- Lo intento llevar lo mejor posible. El temor con el humor se camufla un poco, dicen. Aún así, he visto cosas horribles. Lo peor fue cuando tuve que parar un tren porque en la vía estaba el cadáver que otro tren había arrollado antes. Era el cuerpo de una chica y su cara se me quedará grabada para toda la vida. Si la viera por la calle ahora, la reconocería sin dudarlo. Esa noche no dormí nada, me tomé un jarabe que da sueño porque me era imposible. A partir de aquella experiencia uno se hace más fuerte, más frío. Suena mal, pero somos la única profesión en la que puedes 'matar' a alguien y no pasa nada. Entiéndeme. Aunque, al final, sí pasa. Después de aquello he visto cosas peores, como cuando tuve la cabeza de una persona junto a mis pies, pero no me impactó tanto como la primera chica. Todo cambia.
El efecto llamada, un problema de tratamiento
El suicidio es la primera causa de muerte violenta en nuestro país, por delante de los accidentes de tráfico. Este fenómeno puede considerarse un motivo de alarma social y una cuestión frente a la cual surge la necesidad de actuar de manera urgente. Un total de 3.569 personas se quitaron la vida en España en el año 2016, pero la ética y deontología periodística recomiendan no informar de todos los casos por el temido efecto llamada. El problema no reside tanto en el acto de informar sobre estas muertes, sino en la forma de hacerlo.
El doctor Ricardo Angora, psiquiatra del Hospital Gregorio Marañón, conoce de cerca esta cuestión. Tras su experiencia como responsable del Programa de Prevención de Suicidios del Hospital 12 de Octubre, cree que reportajes como este constituyen "una herramienta muy útil para quienes se encuentran atrapados en una situación de desesperanza vital, para que les anime a pedir ayuda". Esta ayuda también ha de activarse en apoyo del maquinista, ya que según Angora, tras un arrollamiento el conductor experimenta "una reacción de gran contenido emocional que incapacita a la persona para realizar actividades que requieren un alto estado de funcionamiento mental". Así, esta situación "puede afectar al rendimiento de coordinación y toma de decisiones rápidas, como las que se realizan en la conducción de un tren".
La soledad del maquinista frente al fenómeno de los arrollamientos contrasta con el imaginario romántico de un medio de transporte que simboliza el progreso social. El tren conecta en España cientos de destinos y miles de pasajeros cuya rutina avanza, con o sin retrasos. A esta hora, en algún punto de la geografía nacional, un tren lleno de viajeros acaba de pararse y un maquinista afronta una experiencia que marcará un antes y un después en su carrera profesional. "Aunque aparentemos ser fuertes, esto nos hace mella", recuerda Ángel, que interrumpe la entrevista para responder a una llamada telefónica. Se disculpa al colgar, "era el compañero que ayer sufrió un arrollamiento". Mientras tanto, el siguiente tren ya está a punto de partir.