La manifestación que este domingo recorrió las calles de Sevilla hasta alcanzar el palacio donde Susana Díaz sufre el síndrome de la "malquerida", tanto por el PSOE nacional como por muchos andaluces, no fue una anécdota, ni una ocurrencia ni una migraña pasajera. Por mucho que se empeñe la Junta de Andalucía, no fueron unos cuantos miles, sino, decenas de miles y recordó más que mucho a las decenas de miles de empleados públicos que se pronunciaron en la calle contra el enchufismo y la administración paralela que amparaba el gobierno Griñán en 2010 y 2011. No se olvide que en las elecciones de 2012, por vez primera, el PSOE perdió las elecciones y que bien se pudo haber dado paso a un gobierno de cambio de no haber traicionado su propio proyecto un Partido Popular suicida.
Jesús Candel, Spiriman, que comenzó como médico contratado en precario, cabreado con la fusión de los hospitales granadinos en uno solo para recortar gastos que luego Susana Díaz decía que era obra de Montoro, empezó solo atrincherado en las redes sociales. Y tuvo mucho éxito en Granada, su ciudad de residencia, donde sacó a la calle a decenas de miles de personas. Luego saltó a Huelva, a Jaén, a Málaga…
Spiriman –que tiene algún defecto en las formas que deben ser criticados (demasiados tacos, demasiadas acusaciones genéricas, algunos insultos) porque no son necesarios y, sobre todo, porque no son adecuados si lo que realmente se pretende es una mejora de la democracia y sus valores–, tuvo la inteligencia de darse cuenta de que la soledad en una sociedad abierta es un laberinto del que no puede salirse. Por eso, se relacionó con otros grupos de opositores al proceder del régimen socialista andaluz. Destaquemos especialmente el grupo de funcionarios críticos con el poder socialista y los demás partidos y el grupo de liberales conglomerados en torno a la revista digital El Demócrata Liberal.
De esa relación, lo que fue inicialmente una efervescencia individualista ha ido tomando los caracteres de un movimiento socio-político que, hoy por hoy, ciñe su crítica y su oposición al estado de la sanidad, pero que comienza a disponer de un análisis de la sociedad andaluza y las reformas necesarias para que Andalucía esté entre las mejores regiones de España y Europa, que pronto pueden abarcar otros ámbitos.
Un movimiento, en nuestro ámbito, se diferencia de un acto aislado o limitado a un sector, en que es algo continuo en el tiempo que va creciendo y enriqueciéndose con nuevas perspectivas. En esa dinámica se encuentra la Asociación por la Justicia en la Sanidad, que representa Spiriman, que cada vez cuenta con más socios y partidarios y que aglutina transversalmente a quienes desean una reforma profunda del funcionamiento de las cosas en Andalucía. Es una novedad, por cuanto no hay partido tras la organización y, es más, no se quiere que lo haya. Se trata de un ensayo de organización sociopolítica al margen de los partidos políticos tal y como son concebidos actualmente, desde el PP al PSOE pasando por Podemos y Ciudadanos.
El problema es que un movimiento así debe estar muy bien dotado de principios claros y precisos y muy bien organizados si quiere evitar la penetración en su seno de los reventadores y manipuladores que tratarán de despedazarlo en favor de los partidos de siempre. Nada más fácil que disfrazar a esbirros a sueldo de enfervorizados spirimanistas para, en el momento oportuno, practicar divisiones, escisiones y destrucciones. Es la táctica del torpedo interior, de los virus "durmientes" capaces de despertar cuando convenga para infectar el invento.
De momento, además de la ceguera de partidos como el PSOE, que se niega a un simple diálogo e insiste en que la sanidad andaluza es la mejor del mundo mundial, y la lejanía altanera de la dirección sin cabeza del PP andaluz, Podemos ha olfateado el poder que ya tiene este movimiento. De hecho, algunos de sus responsables marcharon ayer en la manifestación y Sánchez Gordillo estuvo en la manifestación junto a cargos de IU. Sabido es que la antes socialista Antonia Hierro, ex alcaldesa de Tomares que fue derrotada electoralmente tras una escandalosa gestión, se ha unido al cortejo con la pretensión de liderar un partido que recoja los muchos miles de votos que están en juego. El Ciudadanos de Marín, desnortado, ni está ni se le espera.
De ahí, la pregunta. ¿Estamos ante un nuevo modo de organización de la oposición social en una democracia, al margen de partidos y sindicatos arregimentados, o estamos ante un bonito, eso sí, espectáculo de indignación andaluza que durará menos que poco? Ya se llevan unos años, pero a niveles locales. ¿Cómo actuarán en unas próximas elecciones si su deseo es que el pérfido sistema instaurado por el PSOE en 1982 deje paso a un cambio político? ¿Serán capaces sus responsables de dotarse de una organización libre de los defectos ya conocidos de las demás y de evitar en su seno los desmanes debidos a la naturaleza de quienes la componen? ¿Sabrán dotarse de la suficiente crítica interna como para poder evitar las corruptelas que denuncian en los demás? ¿Preferirán lanzar una nueva marca política de tendencia liberal, el primero de la historia de la democracia en Andalucía, u optarán por acuerdos concretos con algún partido determinado?
De momento, lo de este domingo en Sevilla fue una auténtica demostración de fuerza y civismo. Susana Díaz tiene un problema, por ahora sectorial y limitado a la sanidad. Pero los demás partidos, y sus correas de transmisión sindicales, también lo tienen. Y Spiriman y sus amigos tienen una larga relación de peligros que se combinan con una incierta esperanza.