"Cuando logramos salir, noto que empiezo a recibir demasiados golpes. Me empiezo a aturdir mucho. No puedo andar y me caigo al suelo. Mari Jose –su novia– intenta cubrirme, otras veces no la veo. Me sube un dolor intenso, notaba golpes fuertes. Caigo al suelo desplomado y siguen los golpes, sobre todo en la cabeza. Temí por mi vida porque perdía la noción. No paraban y sentía que me iba. No tenía localizados al sargento y a su pareja y no cesaban los puñetazos, los pisotones y las patadas. En una situación tan indefensa como estaba yo en el suelo, ¿qué tenía que hacer?".
Es solo un fragmento del escalofriante testimonio que ha entonado con valentía un teniente de ahora 27 años. Sufrió las lesiones más graves aquella noche del 14 de octubre de 2016 en el bar Koxka de Alsasua. Su único delito, pertenecer a la Guardia Civil y haber salvado meses antes a presos de ETA cuyo autobús quedó atrapado en la nieve. Salió con el tobillo fracturado y necesitó una operación quirúrgica para la colocación de ocho clavos por desplazamiento de tibia y peroné. Precisó también una cirugía para la reconstrucción del labio, totalmente destrozado por los golpes.
Las víctimas rompen tras 16 meses de silencio con la versión de los agresores. Los ocho acusados por el episodio violento se desmarcaron de la agresión en la primera jornada del juicio. La Fiscalía reclama para ellos condenas de hasta 62 años y medio de cárcel por delitos de terrorismo en concurso con amenazas y lesiones.
La agresión en primera persona
La madre del teniente agredido Inmaculada Fuente ha adelantado que los agentes llegaban a la Audiencia Nacional "tranquilos", con la intención de "contar la verdad". Después de un retraso de 45 minutos porque los abogados de las defensas se han opuesto a que las víctimas comparecieran sin desvelar su rostro y con distorsión en la voz, el Tribunal ha optado por la privacidad de los interrogados teniendo en cuenta la persecución que sufren en Alsasua y que la pareja de un agente sufre episodios de ansiedad a raíz de las agresiones. Y el hijo de Inma no ha defraudado ni a sus padres, ni a cientos de compañeros perseguidos, ni a quienes miran con impotencia.
Con la valentía que faltó este lunes a quienes no se responsabilizan ahora de lo que hicieron, el teniente ha señalado a los acusados en un testimonio estremecedor. "El clima con la población de Alsasua era peculiar", arrancaba. "Mi intención era que me conocieran y conocerlos. Hice amistades que todavía conservo, pero siempre en los lugares donde se podía. Hay otros donde no eras bien recibido y te lo hacían notar".
Este hombre tenía 25 años en el momento de los hechos: "Mis compañeros y las personas con las que tenía relación me decían que no la sacara a mi familia por las calles de Alsasua; y que por ciertos bares ni me pasara. Que fuera acompañado siempre, nunca solo". Ha detallado cómo el pueblo celebraba determinadas fechas como la excarcelación de terroristas de ETA con simbología de acercamiento de presos. También que aparecían pintadas en las fachadas y que cualquier fiesta potenciaba las manifestaciones por la expulsión de la Guardia Civil en la comunidad: "quemaban carros de combate, escenificaban la salida de las Fuerzas de Seguridad del Estado, vinculaban a España y al rey con banderas nazis y quemaban símbolos".
Un infierno que ardió en la noche de los hechos, del 14 al 15 de octubre de 2016. "Cenamos en el bar de los padres de mi novia en Alsasua, es el bar de los jubilados. Dijimos de ir a un sitio que iba habitualmente para dar la bienvenida a la pareja del sargento que acababa de llegar a la localidad. Al día siguiente se celebraba la fiesta del ganado, no lo consideré preocupante. El Koxka no era del movimiento abertzale, según había visto cuando fui otras veces. Llegamos sobre las dos de la mañana".
"Entramos, pedimos cuatro consumiciones. Había bastante gente, pero no veía nada raro. Sí notas que te mira la gente constantemente y te llegan a señalar de alguna manera. Pero eso se nota siempre. Notas que estás vigilado, incluso para los amigos de mi novia yo era un problema. Fui al servicio y, al salir, en una zona muy estrecha, me encuentro al chaval rubio (Ohian Arnanz, vinculado con movimientos proetarras) y me pregunta que si soy madero. Le digo que sí y que estoy en mi tiempo libre y no trabajando. Me dice que menos tiempo libre. Me marcho, otro me corta el camino y me zafo también de él. Hay un momento en que nos lanzan un vaso de chupito de plástico vacío. No le damos importancia, en esa zona no merecía la pena".
"Veo entrar a Jokin Unamuno (uno de los cabecillas de la corriente para la expulsión de la Guardia Civil–. Teníamos que irnos. Pero se dirige directamente al sargento y acerca mucho la cara. Lo conozco; y le digo que haga el favor de irse a otro sitio. Se encara conmigo de forma muy agresiva. Se acerca mucho a la cara y dice que su abuelo también fue Guardia Civil. Es entonces cuando noto que me empiezan a golpear por la espalda, en la cabeza y en las piernas. Vi que Ohian se había puesto a mi izquierda, por detrás. Básicamente eran golpes por la espalda. Cuando me giro, lo mismo. Patadas por todos los lados. Veo que a mi pareja la están zarandeando".
"Decidimos salir del bar, con dificultad porque hay creado un pasillo hasta la puerta y nos siguen golpeando. Justo en la salida hago un poco de frente a los que están dentro. Ahí veo a Adur Ramírez –que negó su presencia en el bar Koxka– y a otro con el pelo más largo dándonos puñetazos a mi, al sargento Álvaro que se acerca en un momento y a mi novia Marijose. Noto que empiezo a recibir muchos golpes, que me empiezo a aturdir demasiado. No puedo andar y me caigo al suelo desplomado".
"Rodeándonos en el bar habría unas 20 personas, en el pasillo más y me doy cuenta de que fuera hay otras tantas que me están golpeando. Intento salir de allí, pero no me responde la pierna. Noto que me están golpeando constantemente. La agresión toma un receso cuando llega una pareja de la Policía Foral, pero yo ahí estoy muy aturdido. Me estaba subiendo el dolor del tobillo. Nadie nos intentó ayudar antes".