Son otros tiempos de aquellos emblemáticos de 1992, cuando en España sólo existían Cataluña y Andalucía, una por las Olimpiadas y otra por la Exposición Universal de 1992. 25 años después, ambas siguen siendo noticia: Cataluña, con Pujol ya en la lista de corruptos, por su precipicio político veraniego, y Andalucía, por su sudorosa circunstancia de segundona de la realidad nacional que amenaza a todos sus líderes y por su orden.
Cuando apena quedan unos días para el Congreso del PSOE de Andalucía y la situación del liderazgo de Susana Díaz parece indiscutible, el agobio estalla sobre su cabeza. Cierto que, en los congresillos provinciales sobrevenidos para la elección de compromisarios, sus partidarios han sobrepasado el 90 por ciento dejando a Pedro Sánchez lejos del 30 por ciento que presumía poseer. Cierto que va a mandar en Andalucía, pero sólo en Andalucía y no en lo importante, que es la política nacional.
Mientras que ella y sus próceres –en este caso, con todos los militantes detrás–, defienden un federalismo simétrico que nadie explica en detalle, hasta sus más íntimos amigos como Ximo Puig apuestan por un federalismo asimétrico en una nación plurinacional ininteligible. Dado que la política con mayúsculas se hace donde reside la soberanía nacional y habitan sus representantes, Susana Díaz sufre la calorina de querer y no poder en España y poder, pero no atreverse a desafiar, a su largo caballero en Andalucía.
Por si fuera poco, cosillas menores como el Impuesto de Sucesiones, el caso Aznalcóllar en el que la Guardia Civil atesora miles de correos electrónicos supuestamente comprometedores, la situación manifiestamente mejorable de los servicios sociales andaluces desde la educación a la sanidad, la suspensión judicial cautelar de la jornada de las 35 horas para los empleados públicos que decidió por su cuenta, los macrocasos pendientes -siempre Chaves y Griñán tras la oreja -, y las encuestas, la última la sostiene sin ganar puntos, hacen trabajar a pleno rendimiento sus glándulas sudoríparas.
Cierto que podría pactar por el centro y la extrema izquierda, pero no corren mansas tampoco las cosas por esos lares. Podemos no la quiere y Ciudadanos parece entrar en crisis de liderazgo. Ojo al parche.
Juan Manuel Moreno Bonilla, cuya invisibilidad nacional es notoria y que se las prometía tan felices con el impacto de su campaña antisucesiones, ha sido vapuleado por su propio comportamiento en el caso de la jornada de 35 horas. Sabedor de que fue el voto de los empleados públicos del que huyó del PP andaluz en el affaire Arenas 2012, ha dicho que sí pero que no o que sí, tal vez, a la medida decidiendo acudir a Cristóbal Montoro. Acabáramos. Días después, el Tribunal Constitucional se ha cargado la estrategia.
Que Moreno, además, no es el personaje indicado salvo por el dedazo de Rajoy lo atestiguan las encuestas. Tras el batacazo anunciado en Sevilla por las guerras intestinas del arenismo residual y los zoido-cospedalianos y ante la ausencia de encuestas de calado que no hace la Junta porque las teme, sólo puede acudirse a las privadas. La última, publicada hace tres días en La Opinión de Málaga, arroja el fatal resultado que se intuía: Moreno no aprueba, ni en votos, ni en reconocimiento, ni en nada. Es más, perdería escaños. Dos. Tal mazazo les alejaría de toda posibilidad de gobierno en principio. O no. Que habrá que ver qué pasa en Ciudadanos.
Eso. ¿Qué pasa en Ciudadanos? Pues que el clan de la Manzanilla, esto es, el grupito que dirige Ciudadanos en Andalucía desde Sanlúcar de Barrameda –Juan Marín, su concuñado Manuel Buzón, su amiguita Elena Sumariva y su mancebo Sergio Romero–, está siendo presionado a dos bandas. Una, la teledirigida desde Madrid por el poderoso Fran Hervias, número tres de los "naranjitos", y ejecutada por su esposa rociera, la diputada sevillana Virginia Millán Salmerón.
La otra, granadina, está comandada por el supertertuliano Luis Salvador, que viene como es sabido de la madera socialista, y que logró un importante apoyo andaluz en las elecciones de compromisarios a la Asamblea Nacional del partido el pasado mes de febrero. Su figura crece y crece –más aseada que la de Marín en las pantallas–, por representar mejor la equidistancia de Ciudadanos entre PP y PSOE. Como saben, Marín juega a que la morena Susana pise su capote, con garbo y sin él, todas las veces que quiera en la arena parlamentaria andaluza.
En estos momentos, Ciudadanos sería decisivo en cualquier caso, tanto por la izquierda como por la derecha con prestigio adosado gracias al sinsentido separatista catalán. Las encuestas no parecen hundir sus aspiraciones. Es más, el resultado de la muestra de más de 2.400 encuestados arroja que se zamparían los dos escaños perdidos por el PP. No está mal, pero aumenta la crisis interna y los descontentos que suman y suman en las listas de dimisiones y pases a los grupos mixtos.
Podemos sufre el solano sureño de tres modos. De una parte, sus aspiraciones autonomistas internas en el feudo de Pablo Iglesias no tienen más respuesta que la negativa. El sueño de Teresa Rodríguez de abanderar una anómala Andalucía de expresión nacionalista cuasi independentista, no ha sido avalado por su partido.
De otra, Podemos se mantiene en las expectativas de votos y escaños, pero su sueño antibipartidista ya no es más que un delirio lejano que sólo ha logrado merendarse, y con cuenta gotas, a una Izquierda "hundida" que va anonadándose poco a poco, elección tras elección. Por si fuera poco, la propia Teresa Rodríguez parece seguir el camino de Luis Carlos Rejón, que tenía algo que no gustaba al personal, especialmente a las mujeres. Hasta Juanma Moreno es mejor valorado que ella, que ya es cenizo. Y la militancia, harta de mangoneos, se le escapa de los censos como el agua por las alcantarillas.
Pero la merienda de Izquierda Unida, que perdería otro escaño más pasando de cinco a cuatro de celebrarse ahora elecciones, es mala para los podemitas andaluces que se quedan, sumándolo todo, sin llegar al 20 por ciento de los escaños del Parlamento andaluz. El abrazo del oso podemita perjudica al abrazado y al oso.
Qué verano tan revelador. A una Andalucía que desde siempre ha sufrido la asimetría económica, social y cultural en la España democrática, que no logró resolver las ecuaciones de varios grados de injusticia heredadas desde el siglo XIX, se suma ahora la asimetría política y mediática. Unos quieren reeditar la fórmula del trípode España-Cataluña-País Vasco como la esencia del neofederalismo y los otros no se atreven a decir alto y claro que federalismo, de ser algo, es lo contrario del foralismo que quiere perpetuar privilegios y asimetrías con independencias o sin ellas. En el ruedo mediático, Andalucía casi logra no existir y con ella, la España esperanzada de 1977.
El PSOE andaluz no se atreve. Al PP andaluz no le dejan. Ciudadanos no sabe ni contesta. Podemos es una enana roja anticapitalista. En este julio de canícula feroz, Andalucía, una balsita de piedra que se aleja con otras balsitas regionales de la realidad nacional, no tiene quien le escriba.