Quedó claro en los discursos del Congreso del PP andaluz de este pasado fin de semana que ya no se habla de ganar las elecciones andaluzas por mayoría absoluta, como antes. Se habla de gobernar. Esto es, se habla de gobernar con alguien y ese alguien sólo puede ser Juan Marín y su Ciudadanos, o quien Albert Rivera decida que es la persona adecuada tras la genuflexa operación Susana. Es lo que podría haber ocurrido cuando ganó Javier Arenas en 2012, pero entonces Ciudadanos no existía como fuerza parlamentaria.
Si alguien creía que el Congreso del sufrido PP andaluz, 36 años en la oposición sin tocar bola autonómica es demasiado para cualquiera, iba a significar el triunfo de un nuevo comienzo, el morenismo, ya habrá percibido que los cambios han sido mínimos y de segunda fila, cambios que sólo afectan al poder de la burocracia andaluza y a su núcleo duro regional, pero nada más.
A pesar de que Juan Manuel Moreno fue designado por Rajoy en su día - ha vuelto a ser designado por el mismo dedo otra vez– y que todos los barones provinciales que son los que mandan realmente en el día a día han aceptado sin problemas ese hecho formal -, el morenismo sigue sin existir. Muy diferente, pues, al caso del arenismo, que llegó a gozar de un poder casi absoluto en todas y cada una de las provincias y de bastante influencia a nivel nacional. Como ha recordado Susana Díaz con toda su mala leche, Arenas era un torero, no un subalterno.
El congreso del PP regional ha aplazado todo hasta junio, mes en que se celebrarán los congresos provinciales del PP, congresos claves. A escala regional sólo ha sido significativa la caída de Virginia Pérez, arenista, tal vez ex, destacada de Sevilla, y la presencia del alcalde de Tomares, José Luis Sanz, otrora candidato de María Dolores Cospedal a la presidencia del PP regional, en la nueva Ejecutiva andaluza del PP. ¿Signo de una nueva amistad para el futuro del PP en Sevilla y de la alcaldía sevillana? Y por ahí anda Juan Ignacio Zoido, ojo.
Moreno sigue sin mandar del todo en Huelva, donde crece la figura de Fátima Báñez. Apenas tiene peso político relevante o suficiente en Sevilla, en Cádiz, en Jaén, en Córdoba y en Almería. En Granada, tiene montado un pionono de cuidado que puede resolverse fatal en el próximo congreso provincial donde el maltratado José Torres puede resucitar a través de un tercero. En Málaga, la única provincia donde tiene mando en plaza, sufre el grano del alcalde de la capital, que siempre ha sido mayor para recibir órdenes.
No parece que el panorama interno vaya a cambiar en junio y, de intentarlo en serio, puede arriesgarse a dividir en dos o más pedazos a varias provincias. O sea, que no ha conseguido implantar el morenismo. El arenismo ya no existe salvo en Sevilla y Almería. Lo que lo ha sucedido son reinos de taifas, al menos, hasta que en las próximas elecciones municipales Moreno puede señalar con el dedo algunas capitales de provincias y poblaciones importantes, alcaldes que podrían ser el principio del morenismo, pero eso queda lejos, 2019.
Hasta entonces pueden pasar muchas cosas, una de ellas, elecciones anticipadas en Andalucía motivadas por la asunción de Susana Díaz al purgatorio de Ferraz. Otra, adelante de elecciones generales si todo sigue como en la estiba.
En otro caso, Moreno tratará de agrandar poco a poco el boquete que Susana Díaz deja abierto en el PSOE andaluz, siempre que éste no sepa cerrarlo pronto y con éxito. Igualmente, tendrá que ir tendiendo puentes con Juan Marín, única esperanza, tal vez terminal, de que su paso por Andalucía no sea tan fugaz como le desean los que acechan su puesto con la sonrisa en la boca y el aplauso en las manos. O sea, que el morenismo sólo podrá emerger si es capaz de ganar en las elecciones andaluzas, aunque sea por un voto, y el marinismo suma suficiente.
En otro caso, más de 40 años en la oposición. Qué cosas.