Mariano Rajoy se volvió a equivocar. Creyó que José Manuel Soria, su amigo, podría irse al Banco Mundial sin que se montara mucho revuelo. Pero conocida la noticia, un viernes por la noche y dos minutos después de su investidura fallida, la presión tanto interna como externa fue a más, y el exministro tuvo que renunciar este martes a un sillón en el que nunca llegó a sentarse. "Era lo que tenía que ocurrir, y punto", admitieron en la cúpula del PP. Soria quiso recalcar que se aparta "a petición del Gobierno" y no por iniciativa propia.
La situación dentro del propio PP se hacía ya prácticamente insostenible. Ni el Ejecutivo ni el partido lograron articular un mensaje claro sobre el caso y barones tan importantes como Cristina Cifuentes y Alberto Núñez Feijóo optaron por saltarse los argumentarios internos. La división era palpable en prácticamente todas las estructuras de la formación. En el Comité de Dirección, algunos vicesecretarios se negaron a dar la cara por Soria. En el Consejo de Ministros, Soraya Sáenz de Santamaría, que negó tener ninguna responsabilidad en la designación, lideró el grupo de los críticos.
Nada salió como esperaba Rajoy. De hecho, en un primer momento, el presidente en funciones intentó restar toda importancia a la crisis en ciernes. "Soria no está inhabilitado", le defendió el sábado por la tarde, en una charla informal con periodistas camino a China. "¿Entonces de qué vives?", dijo en otro momento. "Hay que ser un poco justos", reclamó, ya con el exministro en todas las portadas.
Antes, se celebró el Comité Ejecutivo posterior a la fallida sesión de investidura, y nadie le sacó el tema de Soria a puerta cerrada. Hubo mucho ruido fuera, pero silencio dentro, y Rajoy pensó que todo estaba controlado. No todos lo creyeron así: "Esto es una bomba informativa y no lo va a entender nadie", soltó un miembro de la cúpula. Públicamente, fue María Dolores de Cospedal la que asumió el coste de dar la cara, pero insistiendo una y otra vez en que todo había salido del ministerio de Economía, que dirige Luis de Guindos, también próximo al político canario.
Rajoy se equivocó, y todo fue a más. Empezaron a sonar los teléfonos en Génova. Feijóo y Alfonso Alonso, los candidatos del PP a las elecciones gallegas y vascas respectivamente, mostraron su indignación y reclamaron una salida a la crisis antes del inicio de la campaña, este jueves por la noche. Las críticas de Feijóo, en un desayuno informativo el lunes, fueron demoledoras para el ánimo del PP.
En paralelo, la versión oficial de Moncloa y Génova no convenció a casi nadie, y Rajoy se vio en apuros en su comparecencia desde China. "Soria es un funcionario y ha participado en un concurso como todos los funcionarios. El concurso ha sido resuelto y no tengo más que añadir", aseguró, mientras los juristas consultados por este diario le desmentían. Mientras, otros barones como el extremeño José Antonio Monago se sumaron al coro de voces críticas, rompiendo la consigna del partido.
Una presión que no solo vino desde dentro. En la Ejecutiva del sábado, Rajoy anunció que su intención era preservar el acuerdo de investidura con Ciudadanos, y el caso Soria se convirtió en otra piedra en el camino. En este sentido, en Génova deslizaron que la situación podía volverse cada vez más delicada, pese a que "siempre son más agresivos" ante las cámaras de televisión que en privado. "Mi relación con Ciudadanos es estupenda", llegó a decir Rajoy en la citada conversación informal, aunque la polémica estaba entonces comenzando. "No nos la podemos jugar", llegaron a la conclusión desde destacados sectores de la formación.
Soria, de nuevo sin apoyos
Con las incongruencias en las explicaciones, la fricción interna y el enfado de Ciudadanos, Rajoy aterrizó este martes en Madrid. Despachó telefónicamente con Pedro Sánchez, para constatar que todo seguía igual en el tema de la investidura, pero lo que más le preocupaba era la cuestión de su amigo Soria. Según las fuentes consultadas, el exministro mantuvo abierta, en todo momento, un línea de contacto con sus próximos en el PP y la Moncloa.
En principio, a Soria le dijeron que estuviera tranquilo, que guardara silencio. Ya había hablado del puesto con Rajoy, y en principio todo había quedado resuelto. Pero, finalmente y por segunda vez, el presidente en funciones le dejó caer. El propio Soria se encargó de remachar que su retirada era fruto del interés del Ejecutivo.
Otra vez, el exministro tuvo que escribir una carta, de más de un folio, en esta ocasión al secretario de Estado de Economía, Íñigo Fernández de Mesa. Y en ella, además de señalar a la Moncloa, expuso que su renuncia se produce "por la desproporcionada utilización política" que, a sus ojos, se ha hecho de su designación, según recoge la agencia EFE. Y todo ello, lamentó, pese a no estar "ni imputado, ni investigado, ni condenado por ninguna instancia, ni inhabilitado".
Ahora, con Soria fuera de juego, Rajoy entrará de lleno en la precampaña de las vascas y gallegas. Sin ir más lejos, este mismo miércoles, cuando presentará en Madrid a Alonso en un desayuno informativo. Un acto al que acudirá todo el PP para escenificar el fin de las fricciones. La consigna, según las fuentes consultadas, es pasar de capítulo lo antes posible. "Ha durado lo que el viaje del presidente a China".