Mario Conde era uno de los hombres más poderosos de la España de principios de los 90 y el poder y los poderosos siempre tienen la misma obsesión: el control de los medios de comunicación. Conde no fue la excepción y tuvo un papel clave en uno de los episodios más siniestros y trágicamente decisivos en la evolución posterior del panorama mediático español: el llamado antenicidio.
En aquella España del pelotazo, el poder era el felipismo y el felipismo tenía tres figuras clave: Felipe González, Jesús de Polanco y el rey Juan Carlos I. Sin embargo, los escándalos de corrupción estaban haciendo mella en el gobierno González y Antena 3 Radio, que había hecho de la independencia y la denuncia de la corrupción felipista su principal seña de identidad, se había convertido en la emisora con más audiencia de España.
Paralelamente, Mario Conde, estrella de la cultura del pelotazo, recibía honoris causa de las universidades y era visto como el ejemplo perfecto del éxito empresarial. El proyecto de Mario Conde era cargarse a Aznar, que venía de refundar el PP, articular una alternativa de centroderecha al felipismo y liderar él una nueva y extravagante derecha. Ahí confluían los intereses de Mario Conde con los de Felipe González y Jesús de Polanco. No era su primer negocio juntos. Concretamente, años antes, en la adquisición de la lujosa sede del Grupo Prisa y la Cadena Ser en el emblemático edifico de La Unión y el Fénix en la Calle Gran Vía 32, en el centro de Madrid, que era propiedad de Banesto.
En mayo de 1992, con el dinero de Banesto, en una operación flagrantemente ilegal, como sentenció el Supremo años después –sentencia que ni el Gobierno de Aznar ni los posteriores han querido ejecutar– Polanco compraba Antena 3 Radio para cerrarla y quedarse con sus emisoras para la SER. Fue el antenicidio.
Así lo relata Federico Jiménez Losantos en su ensayo Aznar y los medios de comunicación publicado en el número 8 de La Ilustración Liberal (año 2001):
Esa primera legislatura del 89 al 93, con Aznar como discutido –muy discutido– jefe de la Oposición, tuvo su campo de batalla en ese teatro tan descompensado y fluctuante de los nuevos y viejos medios de comunicación –la radio de opinión política, la naciente televisión privada, la llegada de una nueva generación de periodistas al gran público–. Y quizás para explicar el comportamiento errático, contradictorio, incoherente y, a veces, inexplicable de Aznar con los medios una vez llegado al Poder, haya que insistir en que sin el apoyo desinteresado, entusiasta, casi siempre sacrificado y a veces suicida de unos cuantos periodistas y unos pocos medios de comunicación, Aznar no hubiera sobrevivido políticamente a la derrota de 1993. Porque en realidad el nuevo líder del PP no se enfrentaba sólo al todopoderoso gobierno de González sino a la desestabilización de su propio partido por las ambiciones del banquero Mario Conde, que trataba de desplazar a Aznar como líder de la derecha utilizando el dinero de Banesto. Y la palanca volvía a ser la misma: hacerse con los medios de comunicación.
Si, como hijo y nieto de periodistas, Aznar no hubiera heredado ya la desconfianza tradicional del gremio hacia sí mismo, le habrían bastado y sobrado para vacunarse esos "años de hierro" (1989-1993) de humillaciones sin cuento (como cuando en una cena de matrimonios. en presencia del banquero y ante su propia esposa, los hermanos Ansón le instaron a dejarle su sitio a Conde), de traiciones a cuenta (como la de Segurado, ex-dirigente liberal de AP y empleado de Conde, que se jactaba de poder aterrizar en helicóptero en la Séptima Planta de Génova 10, la del despacho del presidente, porque tenían comprada la cúpula popular), de intrigas interminables (como la que se desarrollaba dentro del mismo diario ABC con Ansón, Pérez Escolar y Darío Valcárcel dispuestos a ponerlo al servicio del banquero, como de hecho hicieron en episodios tan surrealistas como la homilía vaticana de Conde al Papa) y, por si esto fuera poco, con un horizonte judicial tenebroso, con el felipismo togado al acecho, que se inauguró con el Caso Naseiro, continuó con el de Burgos y luego con el de Zamora, todos ellos magnificados por la trompetería de Polanco, Asensio y toda la cuadrilla. (…)
(…) No exageramos lo más mínimo y un breve repaso a los "caídos" en los medios de comunicación defendiendo a la Oposición frente al Gobierno felipista lo demuestra. Entre 1989 y 1993, durante esa legislatura a cara de perro, fueron destituidos, cesados, marginados o fulminados por razones exclusivamente políticas –es decir, de apoyo a Aznar contra la izquierda felipista o contra la derecha mariocondista– casi todos los periodistas importantes de oposición en España. Pablo Sebastián perdió la dirección de El Independiente, que inmediatamente después fue cerrado. Pedro Jota Ramírez fue defenestrado de la dirección de Diario 16 por sus denuncias del GAL. En ese mismo sillón, convertido en silla eléctrica, sería sucedido por Justino Sinova, al que también echaron por no liquidar del todo ese frente informativo, y luego por José Luis Gutiérrez, al que igualmente defenestraron tras un éxito espectacular: su denuncia del "caso Roldán". Estos cuatro directores de periódico, más los de revistas políticas, como Julián Lago en Tiempo, del que hubo de salir para fundar Tribuna, amén de columnistas, investigadores y firmas de relumbrón fueron víctimas de las presiones políticas directas del Gobierno del PSOE a los respectivos editores.
Pero el caso más escandaloso, el que, según confesión del propio Aznar, probablemente le impidió ganar las elecciones en 1993 porque le privó de la herramienta de desgaste más eficaz contra el Gobierno de González fue el antenicidio. En mayo de 1992 y de forma absolutamente ilegal, como ha reconocido ocho años después el Tribunal Supremo, el Pacto de los Editores (Polanco, Asensio, Godó y Mario Conde) en complicidad con el Gobierno del PSOE (Felipe González, Narcís Serra y Rosa Conde como actores principales) acabó con la que se había convertido en la primera cadena de radio española, Antena 3, y con Antena 3 de Televisión, la única cadena de televisión privada –de las tres concedidas por el PSOE en 1989– que mantenía una línea informativa de denuncia de los casos de corrupción felipistas. Antena 3 de radio fue entregada a Polanco, su directo competidor, para que la cerrase, como hizo apenas un año después tras incorporar sus emisoras a la SER. Y Antena 3 TV fue comprada por Mario Conde (a cambio de que el Gobierno hiciera la vista gorda ante sus fechorías financieras en Banesto) y entregada a Antonio Asensio, del grupo Zeta, con Manuel Campo Vidal como comisario político-gubernamental.
Automáticamente perdió su programa El Primero de la Mañana Antonio Herrero y su noticiario en televisión Luis Herrero, pese a que ambos eran los de máxima audiencia en Antena 3 de radio y en Antena 3 TV. O más bien por eso mismo. Junto a esos directores cayeron también muchos colaboradores, periodistas y comentaristas que perdieron su puesto de trabajo por ser fieles a su director o por estar identificados con el programa. Fue el caso, entre otros muy señalados, de Amando de Miguel. Modestamente, yo tuve el inmerecido honor de perder a la vez el comentario político diario que venía haciendo nueve años en el programa de Antonio Herrero y también el que tres veces por semana y desde tres años antes hacía en el telediario de Luis Herrero. Pocas veces cuerpecillo tan menguado albergó tanto cesante.