Sólo una decena de personas esperaba este miércoles por la tarde el acuerdo independentista en la plaza de San Jaime de Barcelona. Cantaron Els Segadors para matar el rato y merodearon con sus banderas esteladas. El decaimiento separatista es una constante en los sondeos desde antes incluso de la celebración del 9N, que habría supuesto el pico máximo del separatismo catalán, los dos millones y trescientas mil personas que, según la Generalidad, participaron en aquella votación.
En el orden interno, las cartas estaban marcadas desde el comienzo de la reunión entre Mas y Junqueras. ERC no aceptaba la lista conjunta, CiU no quería las elecciones en marzo. La cesión por ambas partes se produjo al amparo de la teórica representación que ostentan las presidentas de la ANC y Òmnium así como el de la Associació de Municipis per la Indedependència, Forcadell, Casals y Vila d'Abadal, respectivamente. Entre visillos podían apreciar que había muchos más periodistas que forofos de la Assemblea a la espera de una fumata blanca en forma de elecciones en marzo.
Mas y Junqueras pactaron de cara a la galería unas tablas que se han interpretado de manera muy diferente en las formaciones que lideran. En ERC asumen que el presidente de la Generalidad ha vuelto a imponer sus métodos y sus tiempos. En Convergència ganan tiempo para la reorganización interna tras los casos de corrupción que afectan a los Pujol, al "partido del president" y a ambos a la vez. Las condiciones de Mas (candidatura conjunta o que sólo CiU pudiera llevar independientes) eran inadmisibles para Junqueras, que deberá retomar su plan inicial de asaltar la Generalidad desde los ayuntamientos, tras las próximas elecciones.
La aparición de Podemos en Cataluña y la fatiga del separatismo han contribuido a alterar la situación y, por tanto, el calendario catalán. La ANC está en plena crisis interna y no es improbable que se agudice tras aceptar Carme Forcadell el plan de Mas frente a las elecciones inmediatas, la tesis mayoritaria en la organización separatista, en la que hay muchos militantes de las Candidaturas de Unidad Popular (CUP) que no comulgan con el pacto del 27-S. Y ni con los datos de participación del 9N en la mano se sostiene la supuesta mayoría social a favor de la independencia.
Junqueras quería anticipar las elecciones porque con más o menos margen se cree ganador de las próximas autonómicas. Mas contó con la complicidad de los "representantes" de la "sociedad civil" para convencerlo de que hay que reanimar el proceso para tener alguna opción de proclamar la independencia y que se necesitan más meses para acondicionar el escenario electoral de la ruptura. Pero casi nadie en CiU y en ERC cree que la unidad vaya a durar más allá de un par de semanas y menos con unos comicios locales en medio.
Contexto de máxima agitación
Se da por descontado que habrá acuerdo para aprobar los presupuestos, como también que ya no quedaba tiempo material para organizar unas elecciones a celebrar en un contexto de máxima agitación emocional. El proceso está desinflado a ojos vista, de ahí que las fechas elegidas por Mas sean impecables desde la perspectiva separatista. Además de satisfacer su ego, dicen en ERC, tiene razón cuando plantea que el 11 de septiembre comience la campaña y resulta muy oportuno que el domingo 27 forme parte de un puente festivo en Barcelona (el de la Virgen de la Merced), donde el voto nacionalista es menor.
Sin embargo y ante la aparente unidad de acción separatista, el tren independentista va perdiendo vagones a medida que avanza. Ni Unió, ni Iniciativa comparten el separatismo de Mas y Junqueras y las CUP acusan el desgaste de la complicidad con la casta y temen volver a la marginalidad con la irrupción de Podemos. La fragilidad del acuerdo, sin embargo, no será óbice para que Mas y Junqueras se vuelquen en uno de los compromisos alcanzados en su última reunión: reanimar un proceso que agonizaba y crear las condiciones de tensión política más favorables para su causa.