La depresión y el desconcierto son las notas dominantes en el PP de Cataluña desde el pasado 9 de noviembre, cuando Artur Mas cumplió su promesa de llevar a cabo un referéndum ilegal ante la pasividad del Ejecutivo de Mariano Rajoy. Ni siquiera la visita de su líder este fin de semana ha conseguido levantar la moral de un partido que se siente puenteado por Moncloa, que designó primero a Jorge Moragas, luego al ministro de Exteriores, García-Margallo, y por último a Pedro Arriola para intentar llegar a un acuerdo a todas luces imposible con CiU y que tan sólo sirvió para que el frente separtista tuviera información de primera mano sobre las escasas iniciativas que llevaba a cabo el Gobierno ante el expediente catalán.
A pesar de que el referéndum fue un desastre de organización y un fiasco de participación, la actitud contemplativa del Gobierno y los bandazos de los fiscales de Cataluña han dado la vuelta a la situación hasta el punto de que Artur Mas ha engordado su liderazgo, superado a Oriol Junqueras y adoptado una pose presidencialista que le permite organizar actos de partido, como el del pasado martes, como presidente de la Generalidad y con cargo a las arcas públicas. Y como la administración autonómica está en quiebra tras la gestión del tripartito y los cuatro años de desgobierno de CiU, el coste de las campañas de propaganda del 9N y de los actos solemnes para la independencia corren a cuenta de los Fondos de Liquidez Autonómica con los que el Gobierno de España financia la campaña constante del separatismo, encabezado ahora ya en solitario por Artur Mas. El líder nacionalista tiene en sus manos el calendario electoral, unas bases hipermovilizadas y el apoyo de empresarios tan destacados como el presidente de la patronal catalana, Gay de Montellà.
En este contexto se esperaba que Mariano Rajoy compareciera en Cataluña en calidad de presidente del Gobierno de todos los españoles (tal como recalca en todas sus intervenciones) y no como líder de un partido que no atraviesa precisamente por sus mejores momentos ni en Cataluña ni en el resto de España. Pero Rajoy ha llegado a la capital catalana como dirigente partidista, y más para enmendar la plana a los responsables locales del partido que como un presidente del Gobierno dispuesto a parar los pies a Artur Mas y transmitir un mensaje de confianza y estabilidad a los catalanes, sometidos a un bombardeo propagandístico y a un cambio radical en los equilibrios de poder que no encuentra ninguna respuesta concreta por parte del Gobierno.
Se esperaba en el PP catalán y en sectores económicos, culturales y periodísticos no nacionalistas que Rajoy ampliara su abanico de contactos en Cataluña. Hasta en su debilitado partido se confiaba en algún golpe de efecto, una reunión de Rajoy con empresarios, con jóvenes, con las direcciones de "Sociedad Civil Catalana" o de "Libres e Iguales" (dos grupos cívicos que intentan llenar el vacío que han dejado el PP e incluso Ciudadanos en la respuesta ideológica, social y moral al separatismo) o con interlocutores diferentes a los que durante más de dos años (desde el Círculo de Economía al Ecuestre) le han asegurado por activa y por pasiva que Mas iba de farol y que todos sus alardes sólo pretendían una mejora en la financiación.
A pesar de que el separatismo ha tocado techo, los errores no forzados del Gobierno han permitido a Mas tomar las calles y alterar el normal funcionamiento de la justicia con el incumplimiento de las sentencias sobre el español en las escuelas o de suspensiones cautelares del Constitucional. Nada detiene a Mas, pero los populares catalanes y los sectores no nacionalistas esperaban en una reacción enérgica de Rajoy, en una sucesión de visitas como jefe del Gobierno y para desmontar las falsedades del separatismo, mostrar las inversiones del Estado en la comunidad y replicar al discurso único nacionalista. En cambio, se han encontrado con una visita casi clandestina de Rajoy en calidad de presidente del partido y en unos actos que se desarrollan en los sótanos de un hotel del puerto de Barcelona.