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Euforia del separatismo por la derrota del Estado el 9N

La pasividad del Gobierno convierte al presidente de la Generalidad en la única "autoridad" visible y efectiva en Cataluña.

El presidente de la Generalidad, Artur Mas, le ha dado un vuelco a la situación política. El 9-N ha expuesto todas las flaquezas del Gobierno de Mariano Rajoy, sus puntos débiles, la inconsistencia institucional y las improvisadas, precipitadas y torpes actuaciones judiciales y fiscales. La Generalidad es la autoridad única y absoluta en Cataluña. En la práctica y para el funcionariado, es mejor y menos arriesgado obedecer a la Generalidad y desobedecer al Estado que lo contrario.

El líder nacionalista anunció que tras el "proceso participativo", transmutado ya en consulta políticamente vinculante, enviaría una carta a su "homólogo" español, Mariano Rajoy, para abrir una ronda de contactos que deben culminar en un referéndum de secesión pactado, a la escocesa. La misiva aún no ha salido de Barcelona. Mas dará a conocer este martes el estado de la cuestión, las nuevas condiciones, la topografía del escenario, el calendario y la "hoja de ruta". Las apuestas están a favor de que se maneje en la incertidumbre durante las próximas semanas, que paladee la victoria sobre el Gobierno y que intente prolongar la legislatura todo lo posible. Le sobra oxígeno para los próximos meses y goza de más amplitud de maniobra que antes de la consulta que no se iba a celebrar.

Las facilidades con las que se pudo llevar a cabo el referéndum del domingo, la falta de consecuencias y el agujero abierto en la credibilidad del Gobierno han desatado la euforia en Convergencia, cuyos dirigentes ovacionaron a Mas a pie de calle, ante la sede embargada. La escenificación de la victoria contrasta con las inaudibles señales que emite la Moncloa y el desbarajuste judicial.

En el PP catalán la desolación es comparable a la desorientación. Se constata que las recetas de Pedro Arriola y Jorge Moragas agudizan los problemas, que el peso del partido en Madrid es nulo, así como la desafección creciente de un electorado perplejo ante la impasibilidad de Rajoy. Mas es el dueño y señor del timón y la batuta, desobece y presume de ello. Es el Estado en Cataluña, el Estado en catalán y saca pecho: "El responsable soy yo" le dice a un Gobierno y una Fiscalía en estado de choque.

En el recuento de bajas también figura Pedro Sánchez, el líder del PSOE que se presentaba en Barcelona en plena resaca nacionalista para ofrecer en bandeja a Mas la reforma de la Constitución, pese a constatar que los dos millones de participantes que ha tenido, según la Generalidad, el 9-N no son la mayoría absoluta de los electores de Cataluña, sino un tercio.

Del lado catalán, Oriol Junqueras es la víctima más señalada del triunfo de Mas. Aunque todo sigue como hasta ahora y la disparidad de criterios es la nota dominante en el frente separatista, el prestigio y el liderazgo de Mas se consolidan hasta el punto de que Convergencia se siente en disposición de exigir una lista única (y la disolución efectiva en ella de ERC) a cambio de anticipar las autonómicas. Junqueras es un actor secundario mientras que Mas acapara todos los focos. De ser el cadáver político de un partido en quiebra con un evasor confeso como referente a convertirse en la única "autoridad" visible, efectiva y práctica de Cataluña, aupado por las fotografías de las colas delante de los colegios electorales, por la fidelidad de los Mossos y por la "colaboración" judicial. La calle es suya, de los partidos separatistas y de la ANC.

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