Muchos se referían a él como un conocido "bolsista barcelonés". Florenci Pujol i Brugat amasó una fortuna con el estraperlo de divisas y entró en el mundo de las finanzas, al comprar en Olot Banca Dorca. Fue en 1959 cuando hizo esta adquisición y colocó a su hijo Jordi Pujol i Soley como gerente, puesto en el que duró poco, apenas un año, ya que en 1960 fue encarcelado por haber tirado unas octavillas en el Palau de la Música catalana.
Aunque el joven Pujol trató de mantener su influencia en las finanzas catalanes desde la cárcel, su padre Florenci decidió asumir su alejamiento de la dirección de la entidad que ya se había convertido en Banca Catalana.
Tal y como recuerda Xavier Horcajo en su obra La Pasta Nostra, "en sus orígenes Banca Catalana agrupó a relevantes industriales y empresarios de tradición catalanista y republicana". Así, por la entidad pasaron personajes como Jaume Carner (nieto del ministro de hacienda de la República y hombre de ERC) o Josep Andreu Abelló, compañero de Indalecio Prieto en el exilio mexicano.
Cuando su hijo decidió dedicarse a la política, Florenci mantuvo el control de la entidad en las sombras y Raimon Carrasco -hijo del fundador de Unió, Manuel Carrasco i Formiguera-, le sucedió en la presidencia de la entidad. Fue entonces cuando dio cabida en el seno de la Banca Catalana a alguno de los sectores que estuvieron involucrados en sus actividades cambiarias en Tánger: en el Consejo de la entidad entraron Joan Casablancas (de la industria textil); Ramón Miquel; Antoni Rosell; el mecenas de Omnium Cultural; Joan Baptiste Cendrós; Joan Millet, Chasyr; Ferran Aleu (de Puig); Oleguer Soldevilla (también de la industria textil); Andreu Ribera Rovira (sector de la platería) o Víctor Sagi (publicidad).
Y así llegamos a 1976, cuando Pujol Soley decidió abandonar la dirección ejecutiva del banco (a la que regresó tras su salida de prisión). Fueron años de fuerte expansión para Banca Catalana. Tal y como recuerda Horcajo en su libro, el propio gobernador del Banco de España de entonces, José Ramón Álvarez Rendueles, explicó que "Catalana pagó cantidades astronómicas por bancos, sólo por crecer".
De este modo, el accionariado de Banca Catalana se dividía del siguiente modo en 1982:
- Moisés David Tennenbaum, primer accionista con 400 millones de pesetas en títulos. En la obra de Manuel Ortínez, Una vida entre burgesos Tennenbaum aparece como fundador de Banca Catalana y socio de Florenci.
- Grupo Pujol (padre, hijos, esposa y nuera), que tenían 326,7 millones en acciones.
- Francesc Cabana (cuñado de Pujol) era el tercer accionista con 110,3 millones.
Luego, después del 82, el grupo Pujol vendió su participación a Tennenbaum. En aquel momento, Banca Catalana tenía 3.000 empleados, 300.000 millones de pesetas en depósitos y un grupo industrial de 80 empresas, pero la crisis golpeó a la entidad, repleta de socios industriales y de capital que sufrieron duramente aquellos años. Como dice Horcajo, "Catalana se zampó bancos como el de Gerona, Alicante, Aragón, Crédito e Inversiones, Mercantil de Manresa, o Banco de Expansión comercial".
Además, el banco se empleó para ayudar a financiar a "compañeros de viaje nacionalistas con independencia de la viabilidad de los proyectos", cuenta La Pasta Nostra. Pero los impulsores de esta entidad se mostraban orgullosos de estar "al servicio de la economía Catalana", como rezaba su eslogan. Entre esos servicios, destacaba el de la gestión en paraísos fiscales como las islas Cayman. Precisamente, el encargado de esos servicios especiales era el norteamericano afincado en Andorra Philip M. Bolich, imputado en el caso Pretoria. Su propuesta de pacto fue contar cómo presentó a Pujol a la bruja Adelina de las montañas andorranas que, pasándole un huevo por la espalda, le predecía su futuro. Así lo cuenta Horcajo en su libro, donde dice que la contrapartida que pidió Bolich, a cambio de la información, fue la liberación de su millonaria cuenta en el Principado.