A final de este 2014 el PSOE puede vivir una experiencia con pocos precedentes en la política española: la bicefalia entre un secretario general del partido y un candidato a la presidencia del Gobierno. Nada impide que quien sea elegido para lo primero el próximo 20 de julio en el congreso extraordinario convocado por Alfredo Pérez Rubalcaba lo sea también para lo segundo en las primarias abiertas que, de no adelantarse el calendario, tendrán lugar en noviembre. Pero la posibilidad de la bicefalia cabe, como el propio secretario general reconocía esta semana. Una situación que tiene un precedente inmediato en lo que ocurrió durante trece meses en el mismo partido tras ganar Josep Borrell las elecciones primarias al entonces secretario general, Joaquín Almunia, en abril de 1998.
Hasta la dimisión de Borrell en mayo de 1999, por el escándalo que afectó a dos de sus antiguos colaboradores en Hacienda como secretario de Estado con Felipe González, el PSOE tuvo dos cabezas y la gestión de esa realidad no fue fácil. El no va más llegó durante un pleno del Congreso, donde el candidato Borrell tuvo dificultades para acceder a la tribuna de oradores pues al pasar por detrás del escaño de Almunia éste no se apartó lo suficiente. Una imagen que en esa ocasión valió mucho más que todas las palabras sobre las desavenencias entre ambos, que eran las que existían entre el aparato y el nuevo poder interno creado entorno a Borrell, principalmente en el grupo parlamentario que intentó liderar como alternativa al poder que emanaba de Ferraz.
La descoordinación llegó a tal punto que Felipe González tuvo que reunirse con separado con ambos en noviembre de 1998, cuando el partido llevaba medio año funcionando de esa manera. El problema de la bicefalia, con el que el PSOE podría encontrarse de nuevo ahora, afectaba a multitud de cuestiones, y no únicamente orgánicas. Algunos ejemplos: ¿quién acude a La Moncloa a entrevistarse como líder de la oposición con el presidente del Gobierno? eso fue motivo de conflicto entre Almunia y Borrell; ¿quién fija postura sobre un asunto cualquiera de la actualidad? ¿lo hace el secretario general en la Ejecutiva de los lunes o hay que esperar a un pronunciamiento del candidato?. Naturalmente que secretario general y candidato defienden al unísono el programa y los principios genéricos del partido, pero la actualidad es caprichosa y suscita debates sobre los que hay que fijar postura sin pensarlo dos veces. Durante aquel año 98 hubo uno de esos asuntos, especialmente sensible para el PSOE: la condena al ex ministro del Interior José Barrionuevo y al ex secretario de Estado de Seguridad Rafael Vera por el caso Marey, una de las más importantes dentro del proceso por la guerra sucia de los GAL. Recién llegado, el candidato Borrell intentó evitar una foto que quedó para la historia y a la que tuvo que sumarse con un gesto adusto que fue muy comentado: la de la plana mayor socialista acompañando a la puerta de la cárcel de Guadalajara a Barrionuevo y Vera, donde fueron abrazados fraternalmente por Felipe González. Otro asunto de aquel otoño fue la petición de extradición a España del dictador chileno Augusto Pinochet realizada por el juez Baltasar Garzón, donde si bien no hubo diferencias entre Almunia y Borrell sí que las manifestó González, contrario a la actuación del magistrado.
La pregunta de quién era el líder del partido suscitó no menos dimes y diretes, hasta el punto de que el propio Borrell tuvo que autodefinirse así en ocasiones.
¿Primarias de verdad o coto cerrado?
Las primarias surgieron entonces, a final de los años noventa, ante la necesidad de renovar un partido que había perdido el poder frente al PP de José María Aznar, aunque no con na debacle tan grande como la de los socialista en las elecciones generales de 2011. Las primarias se extendieron rápidamente a nivel autonómico y local, con sonados enfrentamiento como los que protagonizaron Nicolás Redondo Terreros y Rosa Díez en el País Vasco, con victoria del primero, o Fernando Morán y Joaquín Leguina por la candidatura al Ayuntamiento de Madrid. Leguina, derrotado en aquella ocasión, ha afirmado en declaraciones a Libertad Digital que aquellos procedimientos, por producirse en el coto cerrado de la militancia, no eran unas verdaderas primarias, algo que a su juicio ha empezado a cambiar ahora: "Me parece muy esperanzador lo que ha ocurrido en Valencia. Había dieciséis mil militantes y han votado más de sesenta mil. Eso ya es una masa crítica importante. Si el PSOE lograse que en noviembre votasen cuando menos medio millón estaríamos en la buena línea. Pero deberíamos aspirar a que votase un millón de españoles, porque así a los caciques de las agrupaciones la cosa se les iría definitivamente de las manos. Eso sería muy bueno"
Naturalmente, todo lo antedicho podría incrementarse si hubiese bicefalia y si el perfil del secretario general y el del candidato difiriesen sustancialmente. ¿Qué visión territorial primaría en caso de un PSOE liderado al alimón por Susana Díaz, la presidenta andaluza que ha propugnado una financiación sin privilegios, y por Carme Chacón, quien debe parte de su influencia al PSC? ¿Asumiría la católica Díaz la agenda laicista de Chacón, quien en el congreso de Sevilla en 2012 abogó claramente por derogar los acuerdos con la Santa Sede?. Y más allá de eso ¿coincidirían sus diagnósticos de fondo sobre lo que muchos consideran una crisis existencial de la socialdemocracia europea, de la que el fenómeno Podemos parece un claro síntoma?.
Pese a todo, Rubalcaba ha asegurado que el de la bicefalia es un riesgo que el partido decidió asumir en su último congreso, el que le eligió como secretario general.