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Mas y González ayudan a Évole a solucionar el problema catalán

Jordi Évole concelebró con Artur Mas y Felipe González Márquez. Para completar la liturgia, Ana Pastor llamó a declarar a Sistach.

La vuelta de Jordi Évole a las pantallas de La Sexta con su Salvados tuvo como invitados estelares a dos personajes de campanillas, uno de ellos más que amortizado para la política y el otro dedicado a diseñar joyas y a aconsejar a los multimillonarios como corresponde a un socialista de corazón. En efecto, Jordi Évole sentó frente a frente al actual presidente del gobierno regional de la Comunidad Autónoma de Cataluña, Artur Mas, y al empresario y consultor Felipe González Márquez, como si el trabajo actual y las preocupaciones cotidianas de uno y otro pudieran tener algún nexo común. Un presidente regional al que ya no le queda mucho en el cargo según propia confesión y un expresidente del Gobierno que salió hace diecisiete años de La Moncloa poco pueden hacer para resolver un problema político candente como la independencia de Cataluña, pero si hay alguien capaz de solucionar un problema secular con tan escasos mimbres, ese es, desde luego, Jordi Évole.

Lo mejor que se puede decir de esta charleta patrocinada por La Sexta es que Mas y González estuvieron uno a la altura del otro. Salvo en una cuestión inicial de procedimiento sobre quién puede convocar un referéndum, González, no sabemos en representación de quién, le dio siempre toda la razón a Artur Mas. En la hoja de servicios que los nacionalistas catalanes han rendido siempre a España, en los agravios insufribles padecidos por el pueblo catalán en los últimos trescientos años, en el derecho de los nacionalistas a imponer el uso exclusivo del catalán en la educación, en el insulto a Cataluña que supuso la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el nuevo Estatuto o en la necesidad de un pacto fiscal, Felipe González reconoció expresamente que Artur Mas tenía más razón que un Santo.

Además, el expolítico exsocialista mostró una gran cortesía hacia su compañero (que no adversario) de debate, evitando pronunciar la palabra España siempre que no fuera estrictamente necesario sustituyéndola por "espacio público compartido", un hallazgo léxico que hubiera hecho las delicias de José Luis Rodríguez Zapatero. La jerga gonzalina tuvo otra eclosión memorable cuando el expresidente trató de justificar el derecho de los nacionalistas catalanes a depredar las finanzas del resto del "espacio público compartido". Según González, la existencia de un hecho diferencial en Cataluña es innegable, así que de lo que se trata ahora es de valorar "qué repercusión diferencial tiene ese sentimiento de identidad". En otras palabras, cuánto tienen que apoquinar el resto de los españoles para que el hecho diferencial catalán no desborde los límites constitucionales.

González no ha hecho nunca gala de una excesiva firmeza en sus convicciones, pero con la edad no hace más que empeorar. Anoche, con Mas de testigo, cambió de opinión sobre el pacto fiscal que pide Cataluña en cuestión de minutos. Felipe acababa de decir que es necesario que Rajoy y Mas se sienten a dialogar sobre la necesidad, para él evidente, de que Cataluña cuente con un pacto fiscal a imagen y semejanza del País Vasco y Navarra. Un rato después Évole preguntó al presidente autonómico si con ese nuevo modelo de financiación renunciaría a su programa independentista, momento en que González saltó para mostrar su abierta oposición, a pesar de que unos minutos antes animaba a Rajoy y a Mas a alcanzar un acuerdo parecido.

No fue la noche de Felipe González, que para justificar su oposición a la independencia de Cataluña no tuvo mejor idea que recordar su labor como representante europeo en la crisis de Yugoslavia, algunos de cuyos Estados resultantes forman parte de pleno derecho de la UE, como Artur Mas le recordó con la mejor de sus sonrisas.

El primer programa de esta temporada de Salvados continúa con su vocación acreditada de servir de cauce de solución a los más graves problemas de nuestro "espacio público compartido". Sin embargo, lo de Cataluña es tan complejo que Évole va a necesitar ayuda. Para eso está Ana Pastor que, en el segundo Oficio progre de la noche, escudriñó las finanzas de la Iglesia Católica y llevó al plató con toda intención al arzobispo nacionalista Martínez Sistach.

Pastor pretendía que el Cardenal Arzobispo de Barcelona denunciara los males del capitalismo y la dimensión esencialmente canallesca de la derecha política, pero Sistach, que para eso es Príncipe de la Iglesia, se zafó de las trampas dialécticas de la periodista con diplomacia florentina. Varias veces insistió la oficiante en la necesidad de que cardenales, obispos, párrocos y sacristanes tomen las calles cubiertos con pasamontañas para oponerse a la política económica del Gobierno, pero Sistach sólo abrió la puerta a una eventual participación de la jerarquía eclesiástica en manifestaciones públicas contra el gobierno en caso de que la reforma del aborto sea más permisiva de lo que se anuncia. O sea, fatal.

Cegada la vía contestataria, muy prometedora en parroquias marxistas del extrarradio pero estéril entre la jerarquía, Ana Pastor impidió que Martínez Sistach se volviera a su país pequeño de ahí arriba sin opinar sobre la situación de la política catalana. Sistach no defraudó, en primer lugar mencionando a su "país", en referencia a Cataluña, no a España, y en segundo término confiando en que la voluntad del pueblo (catalán) se exprese democraticamente, que es justo lo que desean también los partidos nacionalistas, aunque él dice que la convocatoria de la consulta no es algo que entre en su nómina de Arzobispo. También reconoció que habla con el Papa Francisco de la cosa catalana y tal, aunque sin dar más datos que permitan avizorar qué opina el Santo Padre sobre la Iglesia Católica en Cataluña, con seguridad la más estéril de España mano a mano con la Iglesia Vasca.

En consecuencia, la noche se saldó con un fracaso testimonial de Évole y Pastor. Ni el primero pudo arreglar la cuestión catalana a plena satisfacción del nacionalismo, ni la segunda convertir a la Iglesia en una comuna marxista autogestionaria, y eso que contaron con la colaboración de Mas, González y Martínez Sistach. A ver si va a ser que Dios también es centralista y la hemos fastidiado.

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