La cuarta jornada de las Jornadas de Corresponsales de Guerra que está impartiendo la Escuela de Guerra de Guerra del Ejército de Tierra se inició sin haber acabado siquiera la sesión del tercer día. Un vuelo en un helicóptero de transporte Chinook HT-17 dejó a la veintena de periodistas que participan en el curso en el campo de maniobras de Los Alijares, a las afueras de la ciudad de Toledo.
Allí, un convoy de militares del Regimiento de Infantería Ligera de Palma Nº47, con sede en la capital de las Islas Baleares, organizó un convoy de seguridad desde el improvisado helipuerto hasta las instalaciones del Ejército, como si de una operación en una zona de guerra se tratase.
Se llega a la base, que hace las veces de puesto avanzado de combate, a semejanza de los que las tropas españolas han tenido y abandonado hace poco en las localidades afganas de Ludina o Moqur. Tras unos minutos de descanso, se reparten los equipos y se explica cuál será el ejercicio a realizar durante la noche.
La misión era sencilla. Llegar hasta un poblado con presencia insurgente en un país imaginario, localizar tres ciudadanos locales que se encontraban retenidos por haber colaborado con las tropas aliadas que apoyaban en el mantenimiento de paz, y trasladarlos hasta las instalaciones que cumplen la función de puesto avanzado de combate.
No habían llegado las once de la noche cuando toca salir al 1º pelotón de la 1ª sección a cumplir su parte de la misión. Ayudados por la oscuridad, chaleco antifragmentación y casco incluido, dos periodistas permanecerán empotrados con los diez militares que lo componen.
Las normas son muy claras: silencio absoluto, seguir al militar asignado y sus órdenes en todo momento y, esto también es importante, ni una sola luz, ya que en la oscuridad de la noche hasta la esfera luminiscente de una reloj puede ser divisada por el enemigo si cuenta con gafas de visión nocturna. Al principio parece una broma, pero ponerse esas gafas unos segundos sirve para darse cuenta de que es una realidad absoluta.
Durante hora y media toca patear el monte evitando las dificultades del terreno con la luz que proporciona la luna. La clave es pisar en el mismo sitio que el que anda delante, para no tropezarse con una piedra o meter el pie en una conejera y romperse la crisma. Al menor atisbo de ruido, toca poner rodilla en tierra o cuerpo al suelo. La alta temperatura de la noche y todo el equipo que se lleva a cuestas hacen sudar horrores, y hasta se agradece atravesar los riachuelos del camino.
Antes de llegar al pueblo insurgente, llega la primera escaramuza. Es hora de poner nuevamente cuerpo a tierra. Las balas de fogueo –durante la maniobra no se utiliza munición real- rompen el silencio de la noche hasta que los insurgentes salen huyendo.
Poco después, uno de los momentos más complicados. Para tomar la posición de apoyo al equipo de extracción, toca entrar al pueblo a través del alcantarillado. La experiencia es complicada, incómoda, a veces, agobiante, pero muy excitante. Tras varios parones técnicos en la más absoluta oscuridad, para no salir por la boca de alcantarilla equivocada, toca subir por la escalera para quedarse apostados a apenas cien metros de la casa donde se mantienen a los rehenes.
Tras unos minutos de espera demasiado largos, donde la cercanía a la casa-objetivo casi compromete la posición en algunas ocasiones, el equipo de extracción saca a los rehenes en una brillante operación que dura apenas unos minutos. Es el momento de cubrir la salida del pueblo del equipo de extracción abriendo fuego contra los insurgentes, al tiempo que se inicia la retirada.
Tras una nueva caminata a la luz de la luna, cubriendo y asegurando cada cruce, en apoyo del resto de pelotones movilizados, el grupo alcanza el puesto avanzado de combate pasadas las tres de la madrugada. La misión concluye con éxito cuatro horas después. Es hora de irse a dormir a la tienda de campaña.
Una explosión y el sonido de los disparos hacen saltar de la tienda. Sin tiempo para vestirte siquiera, hay que coger el chaleco, el casco y salir pitando hacia uno de los refugios del puesto de combate avanzado. El militar asignado para guiarte y protegerte ya espera junto a la tienda mientras abre fuego contra los atacantes. Es la puñeta de dormir en uno de los perímetros del campamento.
En el refugio, mientras el equipo encargado de la seguridad defiende la base de los atacantes, algunos militares y los periodistas se reúnen en el refugio con la poca ropa que han podido coger. Los hay con el chaleco puesto sobre la piel, sin la parte de arriba del uniforme, o incluso, descalzos. Lo importante es la seguridad, no el atuendo.
Una vez repelido el ataque, pasadas las 4.30 de la madrugada, se da la autorización para regresar a las tiendas de campaña. Eso sí, llega la mala noticia: a las 7.00 hay que volver a estar en pié. ¿Cuándo narices duermen estos hombres?